Artículo publicado en el Suplemento El Dominical de El Comercio
EL ENRIQUECEDOR TRÁFICO DE LAS PALABRAS
La lengua, una diversidad común
Por Alonso Cueto
La frase de Oscar Wilde, según la cual Inglaterra y Estados Unidos eran países separados por el mismo idioma, no era una ironía total. Dicha en los tiempos de Wilde, los modismos, acentos y particularidades del inglés de cada uno contribuían efectivamente a ciertas dificultades que con el tiempo se han borrado. Hoy ingleses y norteamericanos se entienden a la perfección gracias a muchos factores, entre ellos la televisión, el turismo y los negocios globalizados. No se puede decir lo mismo del francés que separa a los canadienses de Québec de los franceses (entre los que no ha habido un circuito sostenido) pero sí del español que une a españoles e hispanoamericanos. Creo que nunca ha habido un tráfico de palabras más nutrido entre la península y los diversos países latinoamericanos, que ha sembrado términos a ambos lados del Atlántico. Esta polinización en el lenguaje es una señal de que las relaciones entre ambas comunidades están, a mi juicio, en el mejor momento de su historia. Y sin embargo, algunos ejemplos podrían negar esa afirmación. Siguiendo un modelo del gran escritor mexicano José Emilio Pacheco imagino un ejemplo, el de la llegada de un turista peruano a un hotel en Madrid.
La historia es como sigue. Apenas instalado en su pieza, el peruano llama por teléfono a la recepción y le dice una frase al conserje: "Disculpe. Como el caño de la tina se ha malogrado, le ruego mandar a un gasfitero para que lo arregle". Al escucharlo, el conserje no entiende cinco palabras de la frase, es decir no comprende lo que el pasajero le está pidiendo. El peruano recién llegado no sabe que debía haber dicho: "El grifo de la bañera se ha estropeado, le ruego enviar a un fontanero para que lo repare".
Ejemplos de este tipo sobran. Cuando fui a vivir a Madrid a comienzos de 1977, recuerdo mi descubrimiento de algunas palabras españolas, entre ellas "culebrón" por "telenovela", "el maletero de un coche" por "la maletera de un carro", y el uso de palabras para prendas de vestir como "jersey" y "cazadora". "Marcharse" por "irse", "cañas" por "cervezas", un "follón" por un lío o problema y "dar de hostias" (¿por qué ese término litúrgico?) por "dar de golpes", forman solo algunos ejemplos de los interminables que unen o diferencian, o unen en la diferencia, a nuestros países (las diferencias entre las comunidades de cada país latinoamericano también son notorias). La más famosa y divertida de estas diferencias, el uso de la palabra "polla" como "órgano sexual masculino" en España y como "lotería" en la América Latina ha sido objeto de numerosas anécdotas reales o inventadas, aunque siempre divertidas. Una de ellas cuenta que un turista chileno confesó a sus anfitriones conservadores en Madrid, que se había sacado la polla en Chile para agregar: "La mitad de la polla se la ofrecí a la Virgen María, y con la otra mitad me vine a España".
Sin embargo, es interesante que muchas de estas palabras diferentes se están volviendo comunes. Culebrón no es infrecuente en la América Latina y la palabra "ninguneo" (mirar por encima a otro, tratarlo como a ninguno), de origen mexicano ya viene usándose en la Península. Hace poco oí decir a una amiga española que había una expresión típica española: "ni chicha ni limonada". Es una frase que nunca he entendido bien, aunque sé que se usa en toda la América Latina, y en especial en el Perú, de donde se supone procede la chicha, aunque la limonada llegara luego. Leer artículo completo
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