El Comercio 9 de enero del 2009
A LA ESPERA DE LA DIPLOMACIA
Gaza y más allá
Por Francisco Belaunde Matossian. Internacionalista
Si nos atenemos al lenguaje de los actos, Israel no parece contar con una visión de largo plazo de su destino como país, o, en todo caso, parece haberse resignado a ser considerado, irremediablemente, como un cuerpo extraño en su entorno geopolítico: combate a sus enemigos, pero no hace amigos en su vecindario o, si los hace, los decepciona y los deja en mal pie; se parapeta tras un gran muro en construcción, y, a la vez, erige otra valla, no física, sino constituida por el miedo que quiere infundir entre sus enemigos, actuales y potenciales, a través de sus respuestas desproporcionadas a los ataques contra su suelo.
Esto último constituye una doctrina militar sostenida explícitamente por sus Fuerzas Armadas, de acuerdo con lo que se señaló hace pocos meses en medios israelíes y en otros, como "The Guardian" de Gran Bretaña. En esa línea, las conclusiones a las que llega el alto mando militar israelí, tras la última guerra contra el Hezbolá libanés, en el 2006, no es que se hubiere exagerado con los bombardeos en territorio del Líbano, sino que, por el contrario, la próxima vez, de darse, la ofensiva debería ser más devastadora, con menos consideraciones hacia lo que constituyen zonas civiles, pero que, desde esa óptica, no son tales. La ofensiva en Gaza participaría de la misma filosofía.
Es decir, de alguna manera se quiere instituir una suerte de vacío protector imaginario, entre la población israelí y los que la amenazan, sobre la base del miedo que estos últimos puedan sentir. En otras palabras, Israel parece querer verse a sí mismo, fundamentalmente, como una fortaleza por siempre asediada, casi como si esto fuese un valor constitutivo de su Estado.
Se entiende que tal concepción pueda ser cultivada con entusiasmo por extremistas religiosos, pero no es lo que se espera de un país que debería ser aceptado y reconocido por todos sus vecinos.
Por lo pronto, la Autoridad Autónoma Palestina dirigida por Mahmoud Abbas, se la ha jugado por la negociación con el Estado hebreo y, hasta ahora, más allá de algunos gestos y discursos, no ha recibido nada sustancial a cambio. Su sueño de creación de un Estado palestino independiente y viable constituye, hoy, una quimera; más aun teniendo en cuenta que el gobierno de Ehud Olmert sigue autorizando y financiando implantaciones de barrios judíos en la parte oriental de Jerusalén y en sus alrededores, anexando así toda esa zona. Por otro lado, las condiciones de vida de los habitantes de Cisjordania, sujetos a los extremos rigores y abusos de la ocupación israelí, no mejoran. Es decir, para los palestinos moderados, ser, si no amigos, por lo menos interlocutores condescendientes de Israel, no paga. No pueden exhibir ningún logro frente a sus adversarios de Hamas y otros extremistas.
Ciertamente, por lo demás, y aunque suene paradójico, la eventual destrucción militar de Hamas en Gaza no pondría necesariamente a la entidad de Abbas en buen pie desde el punto de vista político. Por el contrario, podría tener el efecto de un búmeran. Tampoco entonces, desde ese punto de vista, el Estado hebreo estaría ayudando a su interlocutor más amigable.
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