El Comercio 23 de junio del 2009
PUNTO DE VISTA
¿Bonapartismo del siglo XXI?
Por: Juan Velit Internacionalista
Es innegable que América Latina ha cambiado y que en la actualidad todos los países que lo integran son mayoritariamente democráticos, conducidos por partidos políticos izquierdistas.
Sin embargo, y es importante resaltarlo, los izquierdismos que exhibimos tienen sus matices. Por ello la necesidad de remarcar las tendencias para evitar las confusiones, que fácilmente se tienen por desconocimiento de las posiciones ideológicas.
Pero nuestra geografía izquierdista está atravesada por una marca que divide a la América mestiza entre lo que se ha dado en llamar socialismo del siglo XXI y un socialismo ortodoxo.
Lo cierto es que ambas, en mayor o menor medida, buscan revitalizar un lenguaje con nominativos de la Guerra Fría que parecieran obsoletos, aunque los problemas políticos se mantengan vigentes y las banderas que se enarbolaron antaño continúan ondeando.
Es interesante citar cómo en los países donde los gobiernos se encaminan hacia un socialismo del siglo XXI sus esquemas guardan una similitud con el bonapartismo del siglo XIX, que parece retratado en un espejo biselado.
El bonapartismo es una categoría política que se heredó de Carlos Marx, cuando el genial filósofo y economista alemán describió en “El 18 brumario de Luis Bonaparte” un régimen que por sus actos se puede confundir con un sistema socialista que expresa manifestarse por las clases sociales desposeídas, pero que no era otra cosa que el mismo orden burgués, en búsqueda de poder alrededor de una figura mesiánica, cuyos dictados políticos no consulta con nadie y ejerce su autoridad de manera vertical e impositiva.
El bonapartismo originalmente tenía elementos del despotismo ilustrado y del espíritu de J.J. Rousseau, que progresivamente fue abandonando e incorporando reformas sociales con la finalidad de ampliar su base política para luego perpetuarse en el poder. Por ello es que el bonapartismo utiliza recursos del populismo como dádivas a los sectores desprotegidos, combate a los partidos tradicionales y promete reivindicaciones a las minorías económicas y sociales.
En este tipo de régimen el líder, que habitualmente asume el poder por medios democráticos, busca plantear luego reformas constitucionales y está permanentemente elucubrando la forma de crear una estirpe, porque solo él o los suyos son capaces de conducir los destinos de la nación.
El bonapartismo, que se refleja en un Estado nacional autoritario y centralizado, se instala cuando hay un vacío de poder producido por la ausencia de liderazgo confiable o de partidos políticos sin arraigo, o clases sociales y económicas que la población mayoritariamente no les desea confiar los destinos del país.
Actualmente creo, y perdonen mi audacia los respetables lectores, que más que un socialismo renovado existe en las naciones que se autotitulan socialistas del siglo XXI —donde hay una serie de negaciones de derechos— un viejo y añoso bonapartismo del siglo XIX. Salvo mejor parecer.
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