El Comercio 27 de junio del 2009
PUNTO DE VISTA
Por qué puse un blog si creo en los libros
Por: Gustavo Rodríguez
Hace un año me compré una camiseta negra.
En el pecho muestra un joystick de Atari y, encima, una frase escrita con vieja tipografía de computadora: “Old skool”. Es mi favorita. Es mi grito de pertenencia a una generación de transición que empezó jugando con trompos de madera y luego los abandonó para comprar los primeros cartuchos de videojuego.
Sin embargo, estoy seguro de que solo una camiseta podría desplazar mi cariño por aquella: una que exclamara que pertenezco a la generación Gutenberg. Sí, soy amante de los libros impresos en papel, esos artefactos estáticos que se apolillan, que se empolvan, que dan alergia.
Y, además, como lo dijo Umberto Eco, un convencido de que no desaparecerán. (Como buen pensador, el gran italiano aduce razones lógicas: hasta ahora ningún disco ha demostrado durar mil años, como sí lo han hecho algunos manuscritos. Mis razones, pronto lo verá, son de otra índole).
Cada vez que asisto a las polémicas sobre si la lectura en pantallas hará desaparecer a la que ofrecen los libros, me reafirmo en mi idea de que emitir esa disyuntiva es inútil, porque ambas lecturas son complementarias.
Lo admito: nada es más práctico que entrar a un buscador de Internet y encontrar mares de información con solo tipear una palabra.
Además, estamos en tiempos de la inmediatez: nos hemos acostumbrado a obtener lo que queremos de manera rápida, desde una pizza en tu propia casa hasta un saludo a tu hijo en el extranjero a través del botón de un Nextel.
Sin embargo, a veces olvidamos que una cosa es leer para investigar, y una muy distinta es hacerlo para disfrutar. Hace 15 años vi una película futurista que tenía como mayor atributo a una fresca y novata Sandra Bullock. En esa sociedad del futuro, los humanos habían “virtualizado” los actos sexuales y los habían reemplazado por videojuegos que conectaban los cerebros de las parejas.
El recio Stallone —un dinosaurio como yo nacido en el siglo XX— terminaba prefiriendo la vieja escuela luego de comparar sensaciones.
Y es aquí a donde quería llegar: a las sensaciones. La lectura por placer no es un patrimonio de la vista: es un festín al que acuden todos los sentidos y, en esto, el libro sale ganando, ya desde que la portada de cartón nos corta en dos la yema del pulgar antes de abrir el tomo. Gana cuando el olor del papel nos lleva a recordar otros tiempos, otros libros. O en mitad de la noche, cuando la pasada de página retumba nítida, crocante, con el riesgo de despertar al acompañante. Al bisbisear el lápiz cuando hacemos una anotación al margen de la página. O cuando cerramos los ojos para descansar la vista, y el peso del libro recae sobre nuestro abdomen de la misma forma en que lo hace un cachorrito a nuestro cuidado.
Entonces, al menos para mí, leer de una pantalla de cristales es como tener sexo de manera eficaz. Leer a través de un libro impreso es más parecido a hacer el amor.
Las dos opciones son válidas. Tienen sus momentos.
Solo digo que practicaré ambas hasta que el joystick diga lo contrario. www.gustavorodriguez.peESCRITOR Y COMUNICADOR
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