miércoles, 22 de julio de 2009

Ciencias Sociales, Comunicación

El Comercio 22 de julio del 2009


¿Y SI LOS “NATIVOS ORIGINARIOS” ESPAÑOLES EXPULSAN A LOS PERUANOS?

La inflación lingüística
Por: Eduardo Zapata Lingüista

No nos cansaremos de reiterar que estamos asistiendo —en los últimos tiempos— acaso a uno de los fenómenos subversivos más corrosivos del contrato social: la inflación lingüística.

¿Qué significa hablar de inflación lingüística? Significa circulación veloz de nombres sin respaldo. Aceleración de circulante que se envilece minuto a minuto. Todo ello producido por la emisión inorgánica de nombres.

El símil con la inflación económica, entonces, es claro. Solo que en el caso de la inflación lingüística se trata de la emisión de nombres que sirven para maquillar la realidad, usurparla o hasta tratar de inventarla.

Lo grave es que en el caso de la inflación lingüística, son precisamente los llamados a evitarla —o denunciarla, si ocurriese— quienes contribuyen a sustentar artificialmente el “valor” de los signos. Nos referimos a políticos, a los autodenominados líderes de opinión, a dirigentes de organizaciones sociales (a veces inexistentes); y aun a intelectuales. Que —estos últimos— abdican de su condición y revelan más bien una deplorable seudoescribalidad.

Ayer aceptamos interpretaciones “auténticas” como si las hubiese “inauténticas”; suscribimos colaboraciones eficaces, como si las hubiese ineficaces; juramos puntualidades incumplidas, adornadas con la campaña “La hora peruana”; y, en fin, alentamos la ficción de unidad colectiva bajo la denominación Acuerdo Nacional, posicionando mediáticamente un ente que —lo estamos viendo y viviendo— tuvo poco de nacional y menos de acuerdos, efectivamente comprometedores de partes.

Y ahora surgen pueblos “originarios” y “nativos” en mundos y espacios construidos por migraciones. “Frente de defensa” que son simples instrumentos de fachada (tal vez, por eso, solo “frentes”, visibilidades) de la defensa del interés de alguien o solo algunos; marchas y solidaridades por la paz y la democracia vehiculizadoras de violencia. Denuncias, en fin, de “injerencias” extranjeras, hechas por quienes viven de esas denunciadas “injerencias”. O apocalípticos anuncios de marchas por y con unos “suyos” que más bien parecen ser “tuyos” o “míos”. De los promotores, por cierto.

Las actas y acuerdos para solucionar coyunturas violentistas se multiplican; la palabra “culpable” termina siempre diluyéndose en el “yo no fui”, pero finalmente en el “nadie fue”. El Perú avanza en cifras, pero no en las mentes de los peruanos. Y los habitantes de la Amazonía y Puno se convirtieron en “hermanos” de todos. Pero, por supuesto, también de nadie. A propósito de esto último es repulsivamente racista hablar de esas “hermandades”. Para no incurrir en la falsificación, deberíamos —entonces— hablar también de los “hermanos” de Casuarinas, Breña o Jesús María, Arequipa o Piura.

Entonces, racismo y maniqueísmo. ¿Habrá que hacer un paro costeño? ¿Acaso un paro urbano que se oponga a intereses rurales? ¿O algún paro de los “nativos originarios” de Ancón frente a los invasores de Comas y Puente Piedra?

Cuidado. La inflación —monetaria y lingüística— corroe el fundamento de la convivencia civilizada: la propiedad. No solo la posesión, sino la propiedad en sí. Siendo obviamente la propiedad más valiosa, la vida misma. Que no admite relación o tutoría alguna de terceros. Llámese Estado o frente. Patria o muerte. Paz o democracia.

Decir las cosas por su nombre. Es lo éticamente honesto. Pero, sobre todo, es el instrumento más eficaz contra todo tipo de subversión. Externa o interna.

Necesitamos, pues, un sinceramiento político y cultural. Un shock. No vaya a ser que mañana tengamos que pedir al Gobierno un “enérgico pronunciamiento” porque algún país extranjero expulsó a peruanos por no ser “nativos ni originarios” de su suelo.

Inflación lingüística: Subversión. Emisión lingüística orgánica: propiedad. No hay instrumento más útil contra la subversión, lo reiteramos, que ponerle nombre a las cosas. Eso se llama sensu stricto propiedad. Solo a los que alientan la subversión conviene vivir con la inflación. De todo tipo.

No es casual, pues, que el discurso oficial se distancie cada vez más del discurso social. La inflación termina por romper el contrato social o imposibilitar su existencia allí donde nunca existió. Y los cambios políticos solo serán maquillaje —ergo, más inflación— si no se acompaña de la reconstrucción significativa entre nombres, referentes precisos de estos y conductas coherentes con esta verdad.

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