lunes, 20 de julio de 2009

Ciencias Sociales

El Comercio 20 de julio del 2009

EL AUTORITARISMO NO TIENE SENTIDO EN DEMOCRACIA

La nueva técnica del golpe de Estado
Por: Francisco Diez Canseco T*

Son dos las herramientas fundamentales de la nueva técnica del golpe de Estado de quienes, bajo el disfraz de la justicia social, pretenden instaurar el llamado “socialismo del siglo XXI” en América Latina: el uso inescrupuloso de los derechos que les otorga el sistema democrático, y la agudización por todos los medios posibles de la protesta social.

Para ello cuentan, por un lado, tal como se ha visto en el caso de Honduras, con la posición principista de quienes más allá del cálculo coyuntural defendemos el sistema democrático, pese a las maniobras de aquellos que, en el más puro estilo totalitario, pretenden perennizarse en el poder a través de la seudodemocracia popular del plebiscito.

No olvidemos que este es un viejo instrumento de todas las dictaduras; que Fidel Castro y su hermano y heredero Raúl gobiernan Cuba de esta forma, desde hace 50 años, tal como ahora lo está haciendo Hugo Chávez en Venezuela.

Por otro lado, con las hondas deficiencias de un sistema que si bien garantiza las libertades públicas e impulsa el desarrollo económico, no se ha podido gravitar en la misma forma en el desarrollo social ni en la lucha contra la corrupción, abriendo amplios y a veces dolorosos espacios a la contradicción y la protesta exacerbados en muchos casos por el inmovilismo, la ineficiencia y la demagogia gubernamentales.

La izquierda marxista, que en todas sus formas transita por estos senderos, ha desarrollado una estrategia destinada a validar e inmunizar sus acciones invocando la llamada “criminalización de la protesta social”, que no es otra cosa que una vacuna preventiva para que su vieja y obsoleta tesis — de que la violencia es la partera de la historia— cobre remozada vigencia no en su propio cuerpo sino en el de miles de peruanos y latinoamericanos que son incitados por esa ruta sangrienta, a veces sin retorno.

La crisis política del sistema democrático ha sido generada por su propia razón de ser, que provoca contradicciones que pueden ser y de hecho son autodestructivas en la medida en que son alentadas por los propios actores.

La crisis social del sistema es responsabilidad directa de políticos que no han aportado soluciones efectivas a los graves problemas sociales de nuestros países, confundiendo crecimiento económico con desarrollo económico y social, e impulsando o dejando crecer la corrupción.

Así surgen la desilusión, la frustración y la falta de horizonte, especialmente en los sectores más pobres y marginados. Hacia ellos debe abrir sus brazos la democracia.

El desafío del siglo XXI no transita ciertamente por la involución al socialismo cesarista y retrógrado de Fidel Castro y Hugo Chávez, ni tampoco por la defensa carente de crítica del sistema democrático.

Este, por su propia naturaleza, debe ser constantemente remozado y actualizado a través del debate, el diálogo y la participación ciudadana, pero requiere hoy mucho más que ello.

Necesita una verdadera revolución pacífica que realmente dé vigencia al primer considerando de la Declaración Universal de Derechos Humanos cuando señala: “...Que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.

(*) Presidente del Consejo por la Paz

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