lunes, 7 de septiembre de 2009

Ciencias Sociales

El Comercio 6 de setiembre del 2009
ANÁLISIS

¿Se puede derrotar a las guerrillas latinoamericanas?
Por: Román Ortiz Analista internacional*

América Latina ha cambiado mucho desde que Castro entró en La Habana hace 50 años lanzando el pistoletazo de salida para el nacimiento de grupos guerrilleros por todo el continente. De hecho, impulsados por la ilusoria teoría de que podían repetir la experiencia cubana en lugares tan dispares como Bolivia o Uruguay, sectores políticos radicales optaron por tomar las armas como único medio de imponer un modelo ideológico que era rechazado por las sociedades latinoamericanas. El resultado fue dos oleadas de violencia —los 60 y los 80— que sembraron de destrucción el continente y estimularon la búsqueda de soluciones autoritarias en muchos países. En cualquier caso, para mediados de la década del 2000, las guerrillas parecían condenadas a convertirse en historia. Las armas habían callado en Centroamérica más de una década atrás, los terroristas chilenos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez se habían desmovilizado y Sendero Luminoso parecía condenado a la marginalidad. Incluso en Colombia las otrora todopoderosas FARC se batían en retirada bajo la presión de la administración del presidente Uribe.

Hoy, las cosas lucen algo distintas. A pesar de algunos éxitos militares espectaculares del Gobierno Colombiano, las FARC conservan una notable capacidad de desestabilización. Por su parte, Sendero Luminoso se mantiene enquistado en el VRAE desafiando los esfuerzos del Estado Peruano por erradicarlo. Al mismo tiempo, algunos antiguos militantes del MRTA parecen determinados a revivir la organización. Entretanto, el mexicano Ejército Popular Revolucionario (EPR) permanece activo en estados como Oaxaca o Guerrero. Las guerrillas ya no están en condiciones de tomar el poder, pero permanecen como actores capaces de poner en cuestión la autoridad del Estado y generar zozobra política.

¿Qué explica que unos centenares de combatientes ilegales —unos miles en el caso de Colombia— desafíen a Estados respaldados por millones de ciudadanos que abominan de la violencia? Desde luego, hay una interminable lista de razones: geografía difícil, fuerzas armadas con recursos escasos, etc. Sin embargo, hay dos factores clave que merecen especial atención. Para empezar, estos grupos se han vinculado con el narcotráfico como principal punto de apoyo estratégico. Ciertamente, la conexión con la industria de la droga les proporciona una inagotable fuente de financiamiento. Pero, además, les permite ganar el control de sectores sociales que están vinculados con la economía del narcotráfico y que ven el avance del Estado como una amenaza para su medio de vida. Por otra parte, las guerrillas se benefician del creciente descuido de las zonas rurales por sociedades que se han urbanizado de manera vertiginosa y reclaman toda la atención del Estado para ciudades desbordadas en tamaño y en problemas. Tanto cuando se trata de asignar medios para mantener la seguridad como cuando se reclaman mejores servicios sociales, los gobiernos dan prioridad a las grandes metrópolis y relegan al último lugar a los pequeños municipios rurales que no cuentan con capacidad de presión política.

La cuestión es si bajo estas circunstancias los gobiernos pueden derrotar a los violentos y cerrar la triste historia de las guerrillas en América Latina. La respuesta es sí, siempre y cuando estén dispuestos a rescatar del olvido a las zonas rurales en un doble sentido. Por un lado, con un esfuerzo para articular una respuesta militar robusta que garantice la seguridad de los campesinos. Por otra parte, con la puesta en marcha de programas sociales que devuelvan a la población rural la confianza en el Estado. Lo contrario es dejar vivos unos rescoldos que cualquier pirómano puede sentir la tentación de avivar. Para muestra, vale la pena recordar las relaciones peligrosas de Chávez con las FARC. Un ejercicio de desestabilización que el presidente venezolano está dispuesto a repetir siempre y cuando sea conveniente para sus ambiciones políticas.
(*) DIRECTOR DEL ÁREA DE INFORMACIÓN Y ANÁLISIS DE LA FIRMA DE CONSULTORÍA GRUPO TRIARIUS

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