lunes, 21 de diciembre de 2009

Ciencias, Ciencias Sociales


El Comercio 21 de diciembre del 2009

ANÁLISIS POLÍTICO
¿Y ahora qué le toca hacer al Perú?
Por: Juan Paredes Castro
Si la cumbre de Copenhague ha quedado en deuda con el planeta, ¿de qué manera el Gobierno Peruano piensa saldar la suya con el país en materia de defensa del medio ambiente?
Lo que por ahora no puede lograrse en la aldea global, en la que todo y nada parece estar a nuestro alcance, es una señal de advertencia para las aldeas nacionales, que tendrán que pensar en salvarse por su cuenta y en entender que nadie más que ellas deben jugar su primer partido.
Claro que lo que haga y deje de hacer el mundo repercutirá sobre cada país. Pero conforme el mundo postergue las medidas más drásticas a adoptar, cada país tendrá que responder por lo que le toca. Y en esa tarea ya no es la ONU sino los gobiernos nacionales los que deben desplegar su mejor apuesta.
Buena parte de la frustración de Copenhague se debe precisamente a la falta de acuerdos nacionales, es decir, de políticas internas públicas. Mal podía esperarse que EE.UU. y China, principales emisores de gases de efecto invernadero, pudieran contribuir a un acuerdo internacional realmente severo, desde el momento en que ambas potencias no pueden exhibir compromisos nacionales en esa dirección.
¿Cómo puede aspirar la cumbre de Copenhague a que la temperatura global no suba más de dos grados si lo que podría hacer ello posible, los límites a las emisiones de gases, no han sido establecidos?
Esta terrible ironía internacional debe llevar al Gobierno Peruano a la necesidad de integrar y aterrizar mucho mejor sus políticas ambientales, que no están justamente articuladas y orientadas como debería ser. Mientras los sectores Agricultura y Energía y Minas manejen sus propios criterios y el Ministerio del Ambiente los suyos, cada cual en sus respectivos compartimentos estancos, no habrá una política de Estado, firme y coherente, de cara al calentamiento global. Solo la inercia burocrática de llevar las cosas como están y el consuelo tonto de que el mal no sea únicamente nuestro sino del mundo entero.
La minería formal e informal, la grande, mediana y pequeña, sin distinción de ninguna clase, tiene que estar en el foco de preocupación del gobierno y del Estado, para que las políticas ambientales en este sector no tengan que medirse con la sola vara de las inversiones productivas, sino con los estándares de calidad de vida que deben primar.
Aún está a tiempo Antonio Brack, ministro del Ambiente, para liderar ajustes y cambios capaces de no dejar colgado al país de la ineptitud estatal, como ha quedado colgado el mundo en la frustrada cumbre de Copenhague.

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