El Comercio 10 de diciembre del 2009
Dos desafíos al futuro
Por: Juan Álvarez Vita Embajador
El 10 de diciembre de 1948 las Naciones Unidas aprobaron la Declaración Universal de Derechos Humanos, uno de los documentos más conocidos, traducidos, atacados y loados de la historia humana.
Surgida en el marco consensual de un rechazo a las atrocidades de la II Guerra Mundial, no obstante, la declaración sigue generando polémicas en torno a su universalidad y obligatoriedad, a pesar de la Proclamación de Teherán de 1968 y de muchos otros documentos de la ONU que ratifican ese carácter. Lo cierto es que un grupo de países sigue cuestionando que sea universal y obligatoria debido a interpretaciones literales de textos religiosos, que por constituir la esencia de una fe no son susceptibles de negociación diplomática alguna. Siguen así las superposiciones de estos fundamentos sobre la ley civil, incluidas las constituciones estatales y los tratados internacionales. Aquí la gravedad es enorme, pues se cuestiona la esencia misma de lo que es un derecho humano y no nos queda más remedio que implorar a los filósofos su auxilio para dilucidar este problema.
Hay otros aspectos que habría que tener en cuenta cuando conmemoramos un aniversario más de la citada declaración. En ella no figuran todos los derechos que hoy se reconocen como humanos, entre ellos, la conservación del medio ambiente. En momentos en que se viene realizando la cumbre de Copenhague, abrigamos la esperanza de que se den pasos positivos. Estamos arriesgando el futuro de la humanidad al no ponernos de acuerdo, no en la esencia de lo que constituye un derecho humano, sino en el grado de responsabilidad de todos los estados de mantener nuestro hábitat, mejorar nuestro presente y legar un mundo mejor a las generaciones venideras. No hacerlo es violar masivamente todos los derechos humanos sin excepción. Ambos desafíos son expresiones grupales. En el primero de los casos, se origina en la convicción de poseer con carácter exclusivo la verdad absoluta; y en el segundo, en la incapacidad volitiva de ser el primero en dar el paso necesario para superar el escollo. En este estado de cosas, se impone una vez más la reflexión: ¿Dónde está el espíritu de fraternidad de nuestra especie, explícitamente reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos? ¿Se trata entonces de una utopía o de un ideal realizable? Obviamente, tendremos que convenir en esta segunda posibilidad, que tiene un imperativo ético más allá de toda declaración. No aceptarlo sería abrir la puerta a todo tipo de agresiones y conferirles a estas una legitimidad que no pueden tener.
La Declaración de Derechos Humanos condensa —más allá de toda divergencia— lo más excelso del humanismo y es eminentemente un código de conducta que todos debemos promover y cumplir. Su logro será el reconocimiento más justo que podamos dar a quienes la redactaron
No hay comentarios:
Publicar un comentario