El Comercio 14 de diciembre del 2009
El viaje de Prado
Por: Rubén Ugarteche Abogado
Desde hace 130 años uno de los acontecimientos históricos relativos a la Guerra del Pacífico que aún suscita polémica es el viaje que tuvo que efectuar a Estados Unidos y Europa, el 18 de diciembre de 1879, el presidente Mariano Ignacio Prado. La derrota naval sufrida con la pérdida del Huáscar sumada al desastre ocurrido con el ejército del sur y la deserción boliviana hicieron ver al Gobierno que la única posibilidad de revertir la situación bélica era concretar al más alto nivel las gestiones que se venían haciendo en Europa para la compra de nuevos barcos.
El único dinero que llevó consigo Mariano Ignacio Prado fueron 2.800 libras para afrontar sus gastos de viaje y los de sus ayudantes. Los títulos sobre las salitreras y el guano eran los instrumentos que se utilizarían para la negociación. Prado tenía las influencias necesarias para concluir las negociaciones de compra que ya existían, no solo por su investidura sino también por el antecedente de haber sido negociador de la deuda externa y por sus relaciones con los dirigentes de la revolución cubana en Estados Unidos. Anteriormente su propio hijo mayor, Leoncio Prado, había cumplido una misión en Estados Unidos adquiriendo fusiles y municiones. En ese mismo sentido se consiguieron arreglos con Costa Rica y la misión de José Antonio Miró Quesada en Panamá. El dinero que se recaudó por una colecta pública fue entregado en 1880 a Carlos de Piérola, agente financiero, hermano del presidente Nicolás de Piérola, y las alhajas fueron rematadas en Londres por el Gobierno Peruano por medio de la Casa Foster en agosto de 1881.
La decisión de viajar no fue un acto personal. Se contó con la aprobación de las Juntas Consultivas y de representantes destacados de la sociedad civil. Entre ellos, de José Loayza, su antiguo ministro y luego ministro de Piérola en su segundo gobierno y magistrado supremo en 1901; Antonio Arenas, su primer presidente del Consejo de Ministros, magistrado supremo, presidente de la Junta de Gobierno a la caída de Iglesias; Manuel Irigoyen, ex ministro suyo que luego sería presidente del Gabinete de Cáceres, presidente del Senado; Emilio Forero, gran tribuno tacneño; el obispo Tordoya, Manuel Candamo y Wenceslao Espinoza, presidente de la Cámara de Diputados y después de la Corte Suprema. Prado no salió secretamente del país. Viajó autorizado por el Congreso y fue despedido por todos los ministros del Gobierno, representantes del Congreso y por las personalidades consultadas. Lo acompañaron como ayudantes el teniente de Marina José Gálvez, hijo del héroe del 2 de Mayo; el capitán Celso Zuleta y el alférez de Marina Rafael Tezanos Pinto. Habiendo quedado Chile dueño del mar, la no comunicación pública previa del viaje a la ciudadanía era comprensible.
Pueden calificar el viaje de Prado como políticamente inoportuno, pero él jamás pensó en su viaje como una fuga o abandono, como lo calificaron con infamia sus enemigos políticos. Prado dejó en los campos de operaciones a sus hijos Leoncio y Grocio, futuros héroes de Huamachuco y Tacna; a su sobrino Manuel Antonio Prado, héroe de la Breña; a su primo hermano político, el mayor José María Ugarteche, jefe del Estado Mayor del Huáscar, herido en Arica y prisionero en Chile; y a su hermano político, el mayor Pedro Ugarteche Gutiérrez de Cossío, quien participó a los 15 años de edad en el combate del 2 de mayo de 1866 y destacó en la batalla del Alto de la Alianza y luego fue comandante general de artillería en Arequipa. Todo el que pudo levantar un arma en la familia de Prado participó en los campos de batalla.
La familia de Prado ni su casa fue molestada, a diferencia de cuando cayó Piérola y su esposa y familia tuvieron que asilarse por temor a la reacción del pueblo y cuando cayó Iglesias su casa de la calle Concepción fue saqueada por el pueblo. Su esposa, doña Magdalena Ugarteche Gutiérrez de Cossío, que provenía de una de las principales familias con fortuna de la aristrocracia arequipeña, y sus seis hijos menores quedaron en su casa de la Plazuela de San Pedro sin presumir que ese viaje sería aprovechado por los adversarios del héroe del 2 de Mayo para asaltar el mando y con la tranquilidad de saber que habría un pronto retorno. Cuando las turbas merodeaban su casa no se atrevieron a molestarla y ella se negó a abandonarla diciendo: “Mi marido no ha huido. Mi marido ha ido a hacer un último esfuerzo salvador de su patria. Nadie puede dudar honradamente del héroe del 2 de Mayo. Él tiene que volver y yo me quedo donde él me ha dejado esperándolo hasta su regreso. El pueblo conoce a Prado”.
Apenas asumió el poder, Piérola envió al prefecto de Lima a ofrecerle garantías a doña Magdalena Ugarteche de Prado, a las cuales ella se negó y le pidió únicamente a Piérola que cesaran las injurias políticas. Solo meses después vino el decreto difamatorio para impedir el regreso de Prado, firmado solo por Piérola e Iglesias con la oposición de los demás miembros del Gabinete.
Prado, ante la imposibilidad de volver al país, con la ayuda de amigos peruanos y extranjeros de fortuna, continuó buscando infructuosamente elementos navales. Estuvo en Turquía, se fue a la China al saber que ahí se ofrecían dos buques de guerra, uno de los cuales fue adquirido por otro gobierno y el otro resultó inservible.
Al caer Piérola, Prado se dirige vanamente desde Estados Unidos al nuevo gobierno pidiéndole que se le juzgase para poder regresar al Perú. Para aproximarse al país se va al Ecuador y luego a Colombia, a la región de Tumaco, donde se dedicó a trabajar minas como medio de vida hasta que salió del gobierno su enemigo Iglesias.
La familia contó con el apoyo económico de los amigos y parientes que lo habían auxiliado en el extranjero, entre ellos su compadre el acaudalado Manuel Montero, su también compadre José Canevaro, Miguel Grace, su concuñado el alemán Carlos von der Heyde, casado con Josefa Ugarteche, y sus hermanos políticos Pedro y Manuel Ugarteche apoyaron a sus menores hijos a salir adelante, a lo cual se sumó después la fortuna de su hijo político Juan Manuel Peña y Costas.
Instalado el gobierno de Restauración del Honor Nacional de Cáceres, se le devolvieron a Prado, a solicitud de su esposa Magdalena Ugarteche, todos los títulos de ciudadano y militar y regresó inmediatamente al Perú. Se le propuso la senaduría por varios departamentos y la presidencia del Senado y embajadas. Prado a todo se negó. Estaba defraudado de la política.
En sus últimos años de vida se dedicó a ejercer la presidencia de su Benemérita Sociedad de los Fundadores de la Independencia y Vencedores del 2 de Mayo de 1866. Siendo presidente honorario vitalicio se le reeligió presidente activo. Prado, desde su retorno, vivió en el Perú con el respeto y consideración de todos los gobiernos que se sucedieron. Incluso Piérola, en su segundo gobierno, intentó rodearlo de consideraciones poniendo a su disposición un ayudante que Prado no aceptó. Prado nunca aceptó dos cosas en su vida: volver a tratar a Piérola y abrir la puerta de su casa a algún chileno. Nunca olvidó la defensa que él hizo de Valparaíso luego del ataque español. Muerto Prado recibió todos los honores de su alta investidura. Su sepelio fue la demostración más palpable de reparación nacional, al rendirse ante él ciudadanos de todas las tiendas políticas. Se han levantado monumentos a su memoria en diversas partes del país y en Cuba. Una placa en su homenaje fue develada por el propio mariscal Cáceres en el cincuentenario del combate del 2 de mayo de 1866.
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