domingo, 28 de febrero de 2010

Ciencias Sociales

El Comercio

LA HISTÓRICA DECISIÓN DE AMÉRICA LATINA

Nuevo rumbo en la integración

Por: Carlos Alzamora Embajador
Sábado 27 de Febrero del 2010

Desapercibido para algunos, subestimado por otros, incomprendido por los más, América Latina acaba de dar, medio siglo tarde, un paso histórico en la definición de su destino. Mientras la Unión Europea se estructuró ya desde 1957, la Liga de Estados Árabes en 1945, la Organización de la Unidad Africana —ahora Unión Africana— en 1969 y la Conferencia de Países Islámicos ese mismo año, para promover la unidad y solidaridad en sus regiones y reforzar su poder, América Latina, presa desde 1948 en las redes de la híbrida OEA, no atinaba a encontrar su propio camino, ni salir de su fatal confusión de intereses.

Es curioso, y a la vez revelador de esa confusión, que los órganos de la prensa mundial que ignoraron la Cumbre de Cancún y ahora se sorprenden del alcance de sus resultados, lo que más destacan —después de las consabidas confrontaciones personales— es el hecho de que la recién creada Comunidad de Naciones Latinoamericanas (y caribeñas) no incluya a Estados Unidos ni a Canadá. ¿Es que acaso son estados latinoamericanos? ¿Es que la Unión Europea incluye a Estados Unidos? ¿Incluyen la Unión Africana, la Liga de Estados Árabes o la Conferencia Islámica a Estados Unidos o a las otrora potencias coloniales Inglaterra y Francia? Pareciera que el colonialismo mental no se acaba de ir, ni de fomentar.

No es, sin embargo, la primera vez que hemos seguido ese camino. En 1975, consciente de que en un mundo de bloques era ilusorio y suicida que los 20 países latinoamericanos negociaran individual y separadamente con las grandes potencias económicas, América Latina creó el SELA (Sistema Económico Latinoamericano) para concertar hacia fuera la acción de la región y hacia adentro su cooperación económica. Lo integraron todos los países latinoamericanos, incluso Cuba, menos la dictadura de Stroessner y también los países caribeños más importantes.

Pero los fundadores del SELA se quedaron cortos al restringir su alcance a la concertación económica y no la política, en un mundo en que la una ya no iba sin la otra, y América Latina debió pagar el precio. Los tres primeros secretarios ejecutivos del SELA —todos de países andinos—que nos sucedimos desde su creación —Jaime Moncayo del Ecuador, yo por el Perú y Sebastián Alegret de Venezuela— desbordamos atrevidamente nuestras facultades, tratando de superar esa grave barrera con iniciativas cuando menos mixtas protegiendo exitosamente a Nicaragua del asedio de Reagan y Oliver North, organizando la solidaridad con Argentina cuando Las Malvinas, salvando a la región de la crisis energética mundial mediante la cooperación entre productores y consumidores latinoamericanos de petróleo (todavía existe la Olade, Organización Latinoamericana de Energía) y tratando desesperadamente de concertar a los deudores latinoamericanos en un solidario frente de negociación sin conseguirlo, con los desastrosos resultados que conocemos.

Pero no era suficiente para consolidar la identidad regional, proyectar la imagen externa y reforzar la presencia de América Latina en el escenario internacional. El mundo nos sabía dependientes, perdidos en la OEA e incapaces de crear nuestra propia organización política regional como todos los demás, en fin seguir de pantalón corto y siempre de la mano del Tío Sam o la Madre Patria a cuyas cumbres sí asistíamos todos cuando ellos nos convocaban, pero jamás a la propia. Cuando en mi primer viaje como secretario del SELA, en 1979, le propuse al canciller brasileño, que había apoyado firmemente mi candidatura, convocar la primera Cumbre Latinoamericana y del Caribe, volteó hacia su asesor y le dijo sin tapujos: “Nos hemos equivocado de secretario general”. Pero ese era entonces el Brasil de los militares antihistóricos, ya hace tiempo superado y con creces.

Hoy, y bajo la sonrisa feliz de nuestros libertadores, hemos dado el gran paso, pero es solo el primero y sabe Dios cuántos escollos de intriga y entrega encontrará su camino. Todo dependerá del trabajo preparatorio de las cumbres definitorias de Caracas (2011) y de Santiago (2012) y del líder a quien confiemos esa tarea crucial. Ahora que deja el mando, Lula sería un constructor ideal, particularmente si gana su candidata Dilma Rouseff y el Brasil lo sigue apoyando. Pero no hay que olvidar que en Cancún, a más del apoyo solidario a Haití, se dieron también otros pasos importantes: por primera vez, en un foro político, el respaldo a la Argentina en el tema de Las Malvinas contó con el apoyo unánime de los países anglófonos del Caribe; mientras que no se aceptó considerar siquiera la participación de la Honduras espuria, corrigiéndole así la plana a Hillary Clinton, que la legitimó por su cuenta y el riesgo de otros, en una decepcionante pero aleccionadora defección del frente de democracias sinceras, plenamente conscientes del peligroso ejemplo del golpismo impune, tan favorecido en décadas pasadas.

Porque, por empinado que sea, los latinoamericanos hemos hallado al fin nuestro camino y, por encima de nuestras diferencias, hemos echado a andar.


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