domingo, 7 de marzo de 2010

General

El Comercio 7 de marzo del 2010

A SEMANA QUE PASÓ

Lecciones tras la catástrofe chilena

Por: Pedro Ortiz Bisso
Domingo 7 de Marzo del 2010

Resultaba no solo vergonzoso, sino criminal que a pesar de que el Perú pertenece al círculo de fuego del Pacífico y hace menos de tres años fue víctima de un devastador sismo, el Gobierno mantuviera su obstinación de negarse a invertir la irrisoria suma de un millón de dólares en la instalación de un sistema de alarma temprana ante tsunamis. Solo la terrible destrucción ocasionada por el terremoto que asoló Chile hace ocho días y la constatación de que el grueso de las víctimas no perdió la vida bajo los escombros, sino minutos después del remezón, cuando un oleaje infernal atacó la franja costera, diluyeron los reparos absurdos de nuestra inefable burocracia.

Que sirva esta fiebre de sensibilización ante tanta desgracia para afinar nuestros procesos de prevención y reacción ante las catástrofes de todo nivel. Porque si alguno no se dio cuenta, mientras en el sur la presidenta Bachelet luchaba por contener las lágrimas frente al desastre que tenía frente a sí, el lunes, en el Cusco, diez personas morían tras los desbordes de los ríos y otras siete lo hacían dos días después.

En el momento de la reacción, cuando el sismo, el huaico o la inundación ya han ocurrido, presidente, ministros y alcaldes —póngalos en el orden que quieran— suelen aparecer de la nada, prestos para hacer anuncios grandilocuentes, que incluyen aparatosos despliegues de recursos humanos y materiales, como si su preocupación fuera perenne y no impuesta por la urgencia.

Porque si cada quien hubiese hecho su tarea —es decir, se habría acordado de la importancia de prevenir, más aun en un país con climas tan diversos y accidentada geografía—, tanta movilización de gente y materiales sería innecesaria. Ese pequeñísimo detalle, por supuesto, suele ser obviado cuando las cámaras y los micrófonos apuntan a los directamente involucrados.

Pero no importa; aprovechemos que el tema de las emergencias está nuevamente en el tapete y empecemos a desempolvar la catarata de diagnósticos que deben atiborrar anaqueles y discos duros de ministerios, gobiernos regionales y municipios. Y pongámonos tareas.

¿Alguien ha recordado, por ejemplo, que gran parte de los pueblos jóvenes ubicados en la margen derecha de la Panamericana Sur, antes del cruce con el puente Huaylas, está asentada sobre basurales? ¿No sería necesario dar siquiera una miradita por allí? ¿Y qué hay de los protocolos ante las catástrofes? La necesidad de que el Ejército tome el control de las calles tras una catástrofe mayor no debería ser ni discutida. Solo de esa forma evitaríamos que se repita lo ocurrido en Concepción, donde cientos de personas robaron agua y víveres de los supermercados, pero también lavadoras y televisores de plasma. Algo parecido ocurrió en Pisco y probablemente suceda en cualquier otro país afectado por una desgracia de igual o mayor magnitud si no se asume la seguridad ciudadana con energía.

Otra medida por evaluar es la necesidad de fortalecer al jefe nacional de Defensa Civil a fin de que deje de ser un mero repartidor de carpas y colchones y se convierta en una figura convocante, con gran poder de decisión, que ante una gran emergencia tenga la capacidad de disponer de recursos humanos y materiales casi sin discreción.

Las ideas para mejorar nuestra preparación ante una emergencia no son pocas. Últimamente la naturaleza se ha esmerado en darnos avisos de lo que nos puede ocurrir. No digamos después que fuimos sorprendidos.

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