A PROPÓSITO DEL NOBEL A MARIO VARGAS LLOSA
La Academia Sueca se retractó
Por: Alberto Massa Periodista
Lunes 25 de Octubre del 2010
La Academia Sueca incluyó a Mario Vargas Llosa en el parnaso literario, por su extraordinaria capacidad de creación, demostrada tanto en novelas, ensayos y periodismo, como por su actitud viril, que lo ha moldeado como escritor, enfrentado a dictadores de distintos calibres. Ha premiado a un autor con todos los merecimientos. El mundo hispano se ha sentido conmovido.
Jorge Luis Borges, mago del relato, sumergido en laberintos como juego de espejos, era proclive a las bromas. A una pregunta sobre el aporte de la raza negra a la cultura, contestó que era la rumba el manicero. Desde Alabama hasta Zaire, se levantaron voces de protesta, grabadas en las meninges de los académicos.
La academia perdió la oportunidad de contar con el maestro que miraba las tinieblas como Homero. No podía cometer otra omisión. Vargas Llosa, ajeno a excentricidades, ha estado a favor de la dignidad de los pueblos.
Nuestro Quijote arremete contra dictaduras de derecha y de izquierda. En un cónclave intelectual en México, hace algunos años, denunció al PRI como dictadura perfecta, con piel de cordero y maneras democráticas, maniobras distractivas en perjuicio del pueblo. Fue llevado por Octavio Paz al aeropuerto y embarcado en el primer vuelo, sin importar el destino. Pudo no amanecer.
Su producción es vastísima. Después de vacilaciones me quedé con la “La guerra del fin del mundo”, posiblemente porque carece de connotaciones autobiográficas. Este libro retrata, con finos trazos, el levantamiento dirigido por Antonio Conselheiro, que ganó varias batallas al ejército brasilero. Tenían esos desposeídos reclamos simplones, como que no se practicara el censo.
Zavalita de “Conversación en La Catedral” es interlocutor obligado de quien se preocupe por nuestro bienestar.
En Iquitos, ante numeroso público, brotaron damas financiadas por el Apra reclamando por la dignidad de la mujer oriental en la novela “Pantaleón y las visitadoras”. Mario con inmediata capacidad de respuesta replicó que él era la única persona que había hecho conocer al mundo la Amazonía peruana. Estuvo resuelto y convincente. Las mujeres, con el estipendio en el sostén, terminaron aplaudiéndolo.
Captó el mosaico de razas, costumbres y orígenes de sus condiscípulos del colegio militar: la sucia intervención de oficiales, así como los afanes del concesionario del quiosco, titular de desviaciones.
Cuando el escritor marchaba a la inmortalidad, los militares hicieron una pirámide con ejemplares de “La ciudad y los perros”. Le prendieron fuego, como seres entrenados para destruir. Solo profesores salvajes incentivan a sus alumnos a cometer actos de lesa cultura.
Alguna vez pensé, ingenuamente, que “La Casa Verde” era apreciada por provincianos como yo, pues Ica y Piura detentan analogías, cuando este y cualquier otro libro de nuestro autor tienen carácter universal y fascinan tanto a un boticario de Lugo como a una solterona de Medellín.
Mario sigue sentado frente a la máquina de escribir, con disciplina de bancario. En el resultado aplaudido, existen iguales dosis de inspiración y transpiración, además de infinita lectura, que Mario recomienda para quien desee ser escritor o dentista. Es la forma de vincularse al conocimiento humano
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