miércoles, 6 de julio de 2011

Ciencias Sociales






RINCÓN DEL AUTOR

El arte de gobernar

Por: Abelardo Sánchez León
Miércoles 6 de Julio del 2011
Lo desagradable de la política es que tiene como meta última el poder. Abimael Guzmán afirmaba: “Salvo el poder, todo es ilusión”. Los sindicatos pueden negociar los salarios, pero no el poder. El poder no se regala. El poder recae en quien lo ejerce, provisionalmente, en un tiempo determinado. En cierta medida, rota, se desplaza. Va de mano en mano, pero generalmente va hacia manos conocidas, de la familia o de la misma clase social.
Ollanta Humala ha accedido a la presidencia, pero no controla necesariamente el poder. Quienes han perdido en las últimas elecciones lo acosan, le demandan actitudes y están a punto de dictarle la agenda. En el Perú, hemos pasado de una clase dirigente propia de un país oligárquico a una clase política emergente, sobre todo a partir de los años noventa. Es una pena y una paradoja que los herederos del gobierno militar de Velasco fuesen Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Ese poder político inédito, conformado por personas que ingresaban a la esfera pública por primera vez, representó, poco a poco, los intereses económicos más tradicionales: aquel de los grupos empresariales acostumbrados a dictar el estilo de gobierno y el rumbo económico. A sus ojos, Ollanta Humala está aún en veremos. Desean domesticarlo. Le envían la tarea que debe realizar en casa.
Nuestra sociedad tiene una característica nefasta: quienes ostentan el poder aniñan al ciudadano, lo prefieren sumiso, obediente y no propician las condiciones que le permitan razonar autónomamente, que arriesgue, opte y asuma las consecuencias de sus actos. En otras palabras: evita que sea un adulto responsable. Desde que Humala obtuvo su triunfo, aquellos que fueron derrotados meten mano en su futura gestión y sugieren que se trata de un político inexperto e ignorante en el arte de gobernar.
Ollanta Humala propone, imagino, un gobierno concertado. Existen formas emotivas de gobierno: tensas, nerviosas, dramáticas, en contextos de confrontación radical; pero también hay administraciones que actúan con reglas compartidas, transparencia y diálogo constante. No deseamos un gobierno gritón como el de Hugo Chávez, tampoco polarizado como el de Salvador Allende, desordenado económicamente como el de Alan García en 1985 o autoritario como el de la familia Fujimori durante la década del noventa. El gobierno de Humala representa una nueva oportunidad. O se asume o se socava. Si no se avanza mediante el compromiso ciudadano, avanzar solo tendrá el brillo opaco de un spot publicitario.

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