viernes, 15 de julio de 2011

Ciencias Sociales






FILOSOFEMAS

Irracionalidad y racionalidad de la política en el Perú

Por: Francisco Miró Quesada C (*)
Viernes 15 de Julio del 2011
Cuando un político está en campaña, y señala las metas que persigue, sabe que, en caso de llegar al poder, no podrá cumplirlas todas. Pero, impulsado muchas veces por la ambición no le importa, a sabiendas, haber engañado a los electores: ya sabrá cómo manejarlos una vez que ocupe el máximo cargo de la nación. Esta manera de proceder es irracional, porque no se basa en principios. Y, si se considera que en un proceso electoral hay varios candidatos y todos proceden más o menos de la misma manera, entonces la irracionalidad de los políticos muestra de manera superlativa que política y razón son polos opuestos. Por ello, muchas veces los votantes no se entusiasman por ningún candidato y una gran mayoría vota por el mal menor. Son pocos los que votan con entusiasmo, generalmente convencidos por la oratoria del candidato.
La política, por la descripción que acabo de hacer, es mirada con malos ojos. Son muy pocos los que quieren ser políticos, lo que es un hecho negativo para el país, porque una serie de personas honradas, incapaces de prometer cosas sabiendo que no podrán cumplirlas, quedarán fuera de la política. Pero justamente lo que el país necesita es que haya políticos capaces de cumplir lo que ofrecen. En la antigua Atenas no se concebía que un ciudadano no se ocupara de política. Todos debían intervenir y, gracias a ello, la democracia ateniense tuvo un brillo tan extraordinario en el gobierno de Pericles.
¿Ha habido en nuestro país un candidato que solo prometiera lo que pudiera realizar? Esta pregunta es difícil responder, pero creo que hay dos casos: El primero es el de Fernando Belaunde Terry y el segundo el de Valentín Paniagua. En la campaña de Belaunde, en la que tuvo como contrincante a Víctor Raúl Haya de la Torre, el ex presidente solo prometió lo que podía realizar. Una de las promesas fue que la democracia funcionaría de manera total. Por eso, una de sus primeras medidas fue disponer que los alcaldes fueran elegidos por votación. Antes, el presidente los nombraba a dedo.
Otro de los programas que propuso fue la de establecer el programa de Cooperación Popular. Este sistema consistía en que una comunidad ponía la mano de obra para construir un local –una escuela, por ejemplo– y el Estado ponía el material y la maquinaria y, después, el equipamiento, los maestros y el material pedagógico. Los comuneros aceptaban inmediatamente. De esta manera se logró realizar una cantidad enorme de obras. De haber seguido esta metodología el progreso del país habría sido maravilloso. Pero la cooperación popular aumentó en tal grado la popularidad de Belaunde que el partido de oposición que tenía la mayoría en el Congreso disminuyó su presupuesto de manera drástica y el programa no pudo seguir adelante.
Con Valentín Paniagua, las cosas fueron diferentes, porque no hubo una campaña electoral. Como recordará seguramente el lector, para evitar que el Perú cayese en el caos del desgobierno se nombró presidente a Paniagua, que era uno de los tres populistas que estaban en minoría en el Congreso manejado por Fujimori. Poco antes de la caída de ese gobierno despótico, Paniagua había sido nombrado presidente del Congreso y por eso la presidencia recayó en él. Al iniciar su mandato, dijo que su gestión sería de transición, que gobernaría para restablecer la democracia y que renunciaría a los siete meses de gobierno. A pesar de que el clamor ciudadano era que siguiera gobernando, renunció en el plazo anunciado. Aunque no hizo una campaña política, dijo, como acabamos de ver, que su gobierno sería solo de transición y que no pasaría de los siete meses. Y cumplió estrictamente su palabra. En todo el proceso, hubo una racionalidad perfecta.
Que sean tan pocos los casos de racionalidad política no debe admirarnos. La política es lucha por el poder y, por eso, la mayoría de los candidatos proceden de manera irracional. Si todos procedieran de manera racional, la política sería una maravilla.
(*) Director General

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