UN DÓLAR DISTORSIONADO ARTIFICIALMENTE
¿Revaluado o manipulado?
Por: Carlos Adrianzén *
Por generaciones los peruanos hemos crecido observando la continua inestabilidad y debilidad de la moneda local. Por ejemplo, en los años enmarcados por la constitución velasquista de 1979, tan irresponsable resultaba el manejo del Banco Central de Reserva que, solo en un año (1991), la devaluación nominal promedio de la moneda peruana alcanzó el 4.445%. Una década de por medio, todo parece ser diferente. Según el BCR, el tipo de cambio nominal se abarató en más del 4,1% el año pasado y en casi 16% en los últimos cinco años. El valor en términos deflatados de esta rebaja equivale respectivamente al 8,6% y 29,2%, anual y quinquenalmente. Pero… ¿acaso tiene algo de malo que tengamos un dólar barato (o, si usted así lo prefiere, un nuevo sol caro)? En principio, vale la pena reconocer que el ideal implica que el cambio sea lo más estable y flexible que sea posible. Estable en términos nominales o corrientes (para darle la mayor predictibilidad posible a los contratos en diferentes monedas) y flexible en términos reales (para evitar que la oferta transable local sufra pérdidas de competitividad con manejos cambiarios arbitrarios, dirigidos o politizados).
Un dólar puede ser muy estable nominalmente, sin controles ni intervenciones masivas del BCR (si este administrase una política monetaria lógica y conservadora), lo cual –a su vez– implicaría que el mercado de divisas –con un tipo de cambio flotante– libremente se acomodaría ante cuadros de mayor o menor escasez de divisas. Por ejemplo, frente a súbitos deterioros de los términos de intercambio o de la demanda externa, el mercado se ajustaría elevando el dólar para no dejar de exportar a un ritmo creciente.
En cambio, un manejo cambiario inclinado al control o manipulación artificial del dólar nominal (digamos: interviniendo masivamente y sin esterilizar dizque para reducir la volatilidad del tipo de cambio) no solamente hace que el BCR pierda el manejo de la oferta monetaria (cada vez que compra o vende divisas, emite o contrae la oferta de nuevos soles) y de la inflación local, sino que hace que continuamente se vea obligado a corregirse –dejando saltar o caer el tipo nominal– para tratar de corregir un incumplimiento de la meta inflacionaria.
El monopolio estatal –también conocido como el instituto emisor por su proverbial inclinación a emitir moneda local para contentar al gobierno de turno– en los últimos años se ha quedado pegado al segundo esquema. No logra evitar que el dólar se le caiga recurrentemente y expone al país a enfrentar el actual cuadro recesivo global con un tipo de cambio artificialmente abaratado y castigador de la oferta y el empleo en actividades transables locales.
Si las caídas aludidas del cambio nominal se debiesen a fuerzas de mercado, estaríamos hablando de un coherente fortalecimiento de la moneda local. Desdichadamente, hoy solo tenemos lo de siempre. Un BCR simpaticón que abarata artificialmente el dólar local, culpando a la dolarización (causada por su falta de reputación) y obligando –por decreto– a que los ahorros de los trabajadores en las AFP se expongan en nuevos soles.
Esta es pues la triste realidad del manejo cambiario de nuestros días. El dólar está distorsionado (porque los ahorros previsionales en las AFP no pueden diversificar técnica y globalmente su riesgo) y cada cierto tiempo, el BCR se ve obligado a enfriar la economía para volver a cumplir su meta inflacionaria.
Al menos aquí la salida es sencilla. Que el BCR se enfoque en hacer lo único que puede hacer bien. Que se permita la plena diversificación global de la plata de los trabajadores en las AFP (y así evitar un futuro nuevo latrocinio previsional). Entonces sabremos qué tan fuerte o débil es el nuevo sol. Hoy solo sabemos que cargamos un dólar mentiroso que solo le hace la vida más fácil a este poderoso monopolio burocrático; pero que tarde o temprano se verá obligado a ajustarse a la realidad y dejar saltar el cambio.
[*] Decano de Economía de la UPC
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