miércoles, 28 de marzo de 2012

Historia, geografía y economía






EL CRECIMIENTO ECONÓMICO Y LA AUTOCRACIA FUJIMORISTA

De caprichos y realidades

Por: Juan José Garrido Koechlin Economista
Miércoles 28 de Marzo del 2012
En la página web del Banco Central de Reserva del Perú se encuentra al alcance la información oficial respecto a una serie de hechos económicos (inflación, liquidez del sistema, producción, entre tantos otros). Si realizamos una gráfica del producto bruto interno (PBI) desde 1950 hasta el presente, tomando como línea de base el año 1994, podremos observar una línea que demuestra la tendencia a lo largo del periodo. Sobresale, sin dudas, un hecho singular: luego de un punto de inflexión en 1990, donde el índice logra su punto más bajo (88,3), nuestra producción total crece sostenidamente hasta los 227,9 puntos actuales. Y si bien es cierto que entre 1997 y el 2001 observamos una pausa en la tendencia del crecimiento, podemos afirmar que nuestra economía crece ininterrumpidamente desde 1990.
Dicho esto, hace años que escuchamos el discurso de cierta parte de la prensa que afirma, categóricamente, que el crecimiento económico es un producto exclusivo de la reposición de la democracia, luego de la caída del régimen autocrático de Alberto Fujimori. Niegan, en estricto, que la economía peruana creció durante los años noventa. Dicha afirmación, según el BCRP, es simplemente falsa: el crecimiento económico entre 1990 y el 2000 es un hecho objetivo, guste o no y más allá de las interpretaciones que sobre ello podamos hacer.
Esta negación, por cierto, es insensata. No hay motivos para rehusar dicha realidad y por varias razones. La primera es la más clara: negar el hecho no prescribe la historia. Por más que lo nieguen, el crecimiento ocurrió y no hay forma de borrarlo, dado que la realidad y la historia son independientes de los deseos humanos. La segunda es que negar dicho crecimiento es negar los logros de la deliberada acción de millones de peruanos emprendedores, grandes y pequeños, quienes con esfuerzo siguen sacando al país adelante. El crecimiento no es producto monopólico de la acción gubernamental; las políticas públicas definen los incentivos, es cierto; sin embargo, son personas y empresas las que contribuyen en mayor medida al PBI. La tercera razón es que la negación no hace al interlocutor ni más ni menos fujimorista o antifujimorista: la realidad es una y las pasiones políticas se encuentran en otro plano. (Por igual motivo,los delitos de Alberto Fujimori no los borrará la negación de ellos). Finalmente, disimular dichos resultados significa poner en duda el marco teórico y las políticas públicas que hicieron posible el cambio de rumbo, así como los logros en la lucha contra la pobreza. ¿Acaso se apunta a ello?
El uso indiscriminado de esta falacia “ad fujimorum” (donde todo lo que se identifica con el sátrapa es por origen y necesidad equivocado), por ello, solo conlleva a una postura que debilita (innecesariamente, además) al interlocutor: así como el crecimiento es un hecho objetivo, de igual forma hay pruebas suficientes de los diversos delitos cometidos durante la autocracia fujimorista, autoritaria y corrupta en una generalización extrema. Brindan al fujimorismo, por otro lado, municiones para desmentir otra realidad: dado que los antifujimoristas niegan lo evidente, los fujimoristas recusan todo lo que se diga, poniendo luego en duda incluso los delitos probados.
Finalmente, esta actitud hace al negacionista caer en las mismas corruptelas que recrimina: un ejercicio constante durante la autocracia fue recrear la realidad vía titulares y psicosociales, al mejor estilo orwelliano. ¿Qué hace, entonces, el negacionista cuando desecha la evidencia del crecimiento económico en los noventa? Pues, en lato, lo mismo.
Alberto Fujimori es culpable de diversos delitos y crecimos económicamente en los noventa: no son hechos incompatibles, y tenemos que aprender a vivir (todos) con ellos.

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