El Comercio 3 de julio del 2009
La democracia desde la escuela
Por: J Américo Olivares Esquivel Educador
Desde estas páginas, escritas con los mejores propósitos educacionales, hacemos llegar un cariñoso saludo de homenaje a los maestros peruanos, en ocasión de su día jubilar y en reconocimiento de su papel en la construcción de una patria más auténtica, más libre y más democrática. Si nos detenemos a pensar en estas responsabilidades, que la sociedad nos confía a los maestros, seguramente quedaremos abrumados, especialmente si reflexionamos en su función social y democrática.
Aunque referirse a la democracia conlleva entrar en situaciones controvertidas y hasta utópicas, solo nos referiremos a la democracia como un comportamiento social, como una manera de actuar, una conducta cotidiana o hábito, que se refleja hasta en hechos intrascendentes de la vida diaria, como es participar en la toma de decisiones familiares o laborales, respetar la cola para comprar un boleto de cine o no pasarse la luz roja del semáforo, cumplir con responsabilidad una función representativa en cualquier institución corporativa. Y sea que involucre a un miembro del Gobierno o la persona ostente un privilegio o excepción.
Generalmente se cree que hay democracia cuando hay elecciones libres, cuando se respetan los derechos individuales y hay libertad de prensa. Esto es verdad, pero una verdad a medias, porque solo se está refiriendo al concepto procesal, legal de la democracia, que aunque es condición necesaria para la verdadera democracia no es condición suficiente. Es decir, no basta participar pasivamente en unas elecciones para ser demócrata. Ser demócrata conlleva una conducta social que debe reflejarse en todos nuestros actos, tanto de la vida familiar como en la vida laboral, institucional o política.
En la escuela, cuando enseñamos conceptos propios de un comportamiento democrático -tales como el bien común, la solidaridad, la importancia de la participación en la toma de decisiones y la necesidad de lograr un nivel de preparación cultural y tecnológica que nos habilite y posibilite para el pleno ejercicio de nuestros derechos, entre otros-, encontramos que los alumnos tienen enormes barreras de conducta, que les dificultan comprender fácilmente el significado de conceptos y prácticas para formar una actitud democrática.
Para los alumnos e incluso para los docentes es más fácil la imposición y el uso del poder para ejecutar una medida. Claro está que una medida dada así es fácil de ejecutar, pero a veces trae desajustes que originan reacciones negativas y hasta rebeldía. En cambio, disposiciones adoptadas por consenso son acatadas con beneplácito y se logra un clima de armonía, porque hay un convencimiento de que esas son las medidas pertinentes. Desde luego que para llegar a estos existen muchas condiciones y prerrequisitos, como la existencia de normas claras y equitativas, preparación suficiente de los usuarios de la norma, equidad y respeto por los demás en el uso del poder y de los derechos, y una efectiva participación en la toma de decisiones.
Como es fácil comprender, la mayoría de los alumnos, por no decir casi todos, proceden de familias y hogares donde la práctica de actitudes democráticas es inexistente o rara y, por el contrario, es frecuente encontrar autocratismo, autoritarismo y privilegios en el uso del poder y el control de los asuntos familiares. Ocurren casos en que el padre de familia dispone medidas arbitrarias sin ninguna consulta ni participación de la familia y se muestra renuente a revocarla por más inconveniente que esta sea, la causa posiblemente es el temor a perder autoridad.
Este padre de familia tal vez también soporta una actitud similar en su empresa o centro laboral por estar muy generalizado tomar disposiciones o medidas verticales sin la enriquecedora participación de los involucrados en la ejecución de estas. Se entiende que hay niveles de participación y roles que cumplir en todas las organizaciones.
Aunque pareciera que siempre es más fácil y más lógico mandar y disponer una orden y que esta sea acatada con docilidad, y también acatar y cumplir solo lo que se le manda realizar, en realidad no lo es, por el gran desperdicio de talentos y otras posibilidades que ofrece la participación como un mecanismo de actitud democrática.
En este sentido, es muy poco lo que la escuela y la educación pueden lograr si el ámbito socioeconómico donde se desenvuelve no es el propicio y nuestras enseñanzas devienen en teóricas y utópicas, y parece que ya nos estamos acostumbrando a pensar que la vida democrática es una utopía, pero será así si no logramos, no solo desde la escuela sino desde todos los puestos, que nuestra población conozca y adquiera hábitos de una praxis democrática en todo el sentido de la palabra.
La educación está condicionada por la sociedad y es concurrente a los fines de ella, específicamente al desarrollo de sus fuerzas productivas. Es un instrumento privilegiado para el mantenimiento de los valores y de las fuerzas existentes, con todo lo que esto representa de positivo o negativo en el destino de los pueblos.
La educación por el conocimiento del ambiente donde se ejerce puede ayudar a la sociedad a tomar conciencia de sus propios problemas y deficiencias; asimismo, puede construir el escenario que contribuya a la transformación y a la humanización de la sociedad.
Su acción unificadora instala a los niños en un universo intelectual y objetivo coherente, hecho con interpretaciones del pasado, concepciones del futuro, escalas de valores y un conjunto de nociones e informaciones que constituyen para ellos un patrimonio significativo. Lamentablemente, se prefiere formar ciudadanos dóciles y anodinos en lugar de desarrollar en ellos las virtudes de un hombre democrático y de la democracia, para que no caminen ciegos en un mundo cambiante.
En conclusión, podemos afirmar que la práctica de la democracia desde la escuela es muy importante para alcanzar los más altos niveles de una democracia integral, para lo cual será necesario superar los niveles de subdesarrollo e ir logrando paulatinamente la democracia procesal, la democracia económica y la democracia cultural. Como se verá, no es fácil hablar de democracia y, como lo expresara el doctor Francisco Miró Quesada C., “la democracia no es sino la doctrina que afirma el valor absoluto e intangible de todos los hombres, por el mero hecho de ser hombres. Por eso la realización de la democracia integral solo puede medirse por la manera como el valor humano es representado y realizado en la comunidad. La democracia es una lucha permanente y tal vez inacabable por el valor de la condición humana”.
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