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viernes, 30 de marzo de 2012

Convivencia y normas educativas, Persona, familia y RR.HH.







ENTREVISTA. MANUEL LEÓN AGUIRRE. SASTRE DE 95 AÑOS QUE VOTÓ EN LAS RECIENTES ELECCIONES VECINALES DE MIRAFLORES



“Si se tiene actitud, la vejez no existe”


Por: Manuel Salomón Grimaldo


Viernes 30 de Marzo del 2012

El 18 de este mes dio una gran lección de civismo: pese a su avanzada edad, votó en las elecciones de representantes de juntas vecinales de Miraflores para el período 2012-2013. Si bien se trató de un proceso de sufragio voluntario, con su voto Manuel León Aguirre demostró que está comprometido con su comunidad.

¿Qué lo motivó a participar en las elecciones vecinales?


Siempre he participado en las elecciones del país [el artículo 9 de la Ley Orgánica de Elecciones, 26859, estipula que los mayores de 70 años no tienen la obligación de sufragar]. Votar es un acto cívico. Es mi manera de combatir la injusticia, de expresar que no quiero ver sucia mi calle, de querer un cambio cultural para que, por ejemplo, por fin los carros dejen pasar a los peatones sin riesgo. No le podemos cargar todo al Gobierno Central. Muchos de estos problemas deben ser solucionados por las municipalidades.


¿Qué problemas ve en su sector [vive en la cuadra 10 de la Av. La Mar]?


Hay mucho por hacer en mi zona. Es importante que el alcalde sienta que lo necesitamos para resolver problemas. Nuestros representantes vecinales tienen que lograr eso.

¿Los adultos mayores deben ejercer ciudadanía?


Tengo 95 años y me siento apto para desempeñar cualquier cuestión. Si se tiene actitud, la vejez no existe. Hay que poner la inteligencia a favor de la comunidad. La gente mayor puede contribuir con ideas.


¿Cómo siente que la sociedad los trata?


No se respeta a los mayores. Los primeros que no nos respetan son los choferes de transporte público. Son abusivos e incultos. La culpa es de las autoridades que dan licencia a cualquiera.

domingo, 4 de marzo de 2012

Convivencia y Normas Educativas






¿QUÉ CONVIRTIÓ A LA THATCHER EN LA THATCHER?

El valor de hacer lo que se tiene que hacer

Por: Alfredo Bullard Abogado
Sábado 3 de Marzo del 2012
Meryl Streep es quizás la mejor actriz de la historia del cine. Ningún actor o actriz ha tenido la capacidad de representar tantos roles distintos con tanta versatilidad y solvencia.
Nadie mejor para representar a Margaret Thatcher. Pocos políticos han tenido tanta capacidad de influir la historia. Solo una gran actriz puede representar a un personaje tan trascendente.
Cinematográficamente la película “La Dama de Hierro” es una buena película que (salvo la actuación de Streep y el maquillaje) no tiene nada excepcional. Pero sí nos cuenta una historia excepcional.
¿Qué convirtió a la Thatcher en la Thatcher? Simplemente se dedicó a hacer lo que tenía que hacer.
La política es el reino de la ambigüedad. Es como jugar al póker. Blufear es el arma principal. El gesto contradice la intención. Se debe decir una cosa y hacer precisamente la contraria. Es un juego de segundas intenciones, donde rodear los problemas es la estrategia de supervivencia. La regla es no hacer, pareciendo que se hace. Un pasito para adelante, dos pasitos para atrás.
La primera ministra británica hizo exactamente lo contrario.
Romper los privilegios es difícil. Más difícil si los privilegios están disfrazados de derechos sociales, como los de los sindicatos. Pero había que hacerlo.
Privatizar y desregular un país con una economía del bienestar sustentada en la hipocresía de liquidar nuestro futuro para vivir un presente artificial, es tan difícil como convencer a un niño que soporte sin llorar el pinchazo de una inyección argumentando que no se enfermará más tarde. Pero había que hacerlo.
Tener una política clara para derrumbar el muro de Berlín, poniendo fin al comunismo parecía imposible en los 80. Pero había que hacerlo.
La película muestra eso: a alguien que hace. Para Thatcher no hay convicción sin acción. Principios sin práctica son ideología barata. Decisiones tomadas para no cumplirse son la forma como los políticos nos mienten y se mienten a sí mismos.
Y por sobre todo, muestra consistencia. Eso que los Garcías, los Fujimoris, los Toledos o los Humalas no tienen. Muestra esa capacidad para que una acción no sea seguida al instante siguiente por su antípoda.
Por supuesto que las personas que hacen en un mundo en que se acostumbra no hacer son amadas u odiadas. Y ella no es una excepción.
El que hace es incómodo para el que no hace. Por eso la película (y su vida política) tenía que terminar como terminó. Quizás la escena más impactante es cuando Margaret Thatcher propone implementar un poll tax (denominado community charge), un impuesto en el que todos, ricos y pobres, tienen que pagar el mismo monto. Y lo hace enunciando, de manera práctica un principio moral: nadie que no paga por lo que recibe desarrolla responsabilidad por sus actos. Finalmente es fácil votar por un gobierno populista si no tengo que pagar por los privilegios que reparte, pero recibo los beneficios de la repartija.
Su intención de hacer lo que tenía que hacer, al margen de la popularidad de la decisión, le costó el gobierno.
Pero ser coherente rinde frutos. Hoy sabemos que su terquedad generó desarrollo y bienestar real (sin ficción populista) a Gran Bretaña. Su resistencia a adoptar el euro (como se ve en la película) salvó a los británicos de pagar las farras griegas, portuguesas y españolas, algo de lo que no se pudieron librar sus pares alemanes y franceses.
Así que cuando use el término “Thatcher” de manera peyorativa para referirse a una persona de actitud autoritaria y mandona, tenga cuidado. No vaya a ser que en realidad esté dejando traslucir que usted carece de la virtud de hacer lo que debe hacerse.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Ciencias Sociales










FILOSOFEMAS 
Reflexiones críticas sobre el servicio militar obligatorio
Por: Francisco Miró Quesada Cantuarias Director general
Viernes 16 de Diciembre del 2011
Cuando era joven y estaba en la universidad existía el servicio militar obligatorio. Los universitarios lo hacían durante un año y quienes no eran universitarios servían dos. Había una gran corrupción, pues los padres de quienes no eran universitarios, si tenían fortuna, conseguían documentos que acreditaban a sus hijos como universitarios. Otros conseguían certificados médicos según los cuales sus hijos sufrían de alguna enfermedad que les impedía hacer cualquier tipo de servicio militar. Pero los que no eran hijos de personas pudientes eran cazados como liebres y no podían evitarlo.
Sin embargo, no todo era malo. En el cuartel aprendían algún tipo de actividad que, al término del servicio, les podían ser útiles, por ejemplo a leer. Mas el abandono de quienes eran enrolados era tan grande que con frecuencia los dos años se prolongaban a cuatro. La situación de los enrolados por la fuerza era terrible. Un día llegaba a un villorrio un grupo de soldados bien organizado y armado, y se llevaba a un joven que ayudaba a su familia en el trabajo de los comuneros para sobrevivir. Al dejar su comunidad, la pobreza del villorrio empeoraba y el joven no volvía a saber nada de lo que estaba ocurriendo en su familia, hasta que le dieran de alta. Por otra parte, el trato que recibían los conscriptos era durísimo. Sin exageración puede decirse que los trataban a patadas y llenándolos de insultos. Así era nuestro país en los años 30 y 40.
Mi padre que era incapaz de hacer cualquier maniobra para evadir la ley me dijo que tenía que cumplir con el servicio militar. Felizmente en aquella época estaba estudiando matemáticas, de manera que me pusieron en artillería. Nuestro director era un capitán muy bien preparado y en las primeras clases me trató mal. “A ver si tus delicadas manos pueden armar y desarmar un cañón”, me dijo. Pero el hecho es que pude hacerlo. Al poco tiempo armaba y desarmaba el cañón experimental, que no era muy grande.
Hasta ahora recuerdo algunos nombres como la cureña, que es la parte en la que se afianzaba el cañón. Además había que hacer cálculos matemáticos sobre la trayectoria de la bala, que se desplazaba parabólicamente, y tener en cuenta la velocidad del viento. A los dos o tres meses del curso, el capitán instructor y el que escribe estas líneas nos habíamos hecho grandes amigos.
He escrito lo que antecede porque hace pocos días el presidente Ollanta Humala soltó la idea de que sería conveniente restituir el servicio militar obligatorio, que estuvo en vigencia hasta la época de Fujimori, quien lo suprimió, aunque ya había decaído mucho.
¿Conviene restablecerlo? En mi opinión, no. Claro que las circunstancias actuales son diferentes a las que imperaban en los años 30 y 40. Pero de todas maneras deberían enrolarse no solo a comuneros pobres sino a universitarios, con todas las consecuencias que ya he anotado. Seguramente el trato sería más humano, pero de todas maneras se tendría que separar de su comunidad a personas cuyo trabajo es importante. Tal vez si es hijo único, no lo enrolarían, pero en la mayor parte de las comunidades las familias tienen muchos hijos de manera que el enrolamiento sería masivo.
Por otra parte, es seguro que los universitarios verían con malos ojos el restablecimiento del servicio militar. Esto afectaría la popularidad del gobierno que en estos momentos tan delicados, por los problemas que se han presentado en Cajamarca y otras regiones, necesita del apoyo de toda la población. No se debe olvidar que muchos universitarios tienden a ser bochincheros.
Lo que debe hacerse es mejorar la condición de nuestras Fuerzas Armadas y hacer propaganda para que los jóvenes se enrolen voluntariamente. Siempre hay vocaciones por la carrera militar y, si se actúa de la manera descrita, se puede tener la seguridad de que nuestras FF.AA. serán una verdadera élite.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Ciencias Sociales






DEMOPEDIA

¿Qué es ser ciudadano?

Por: José de la Cruz Catedrático
Miércoles 14 de Diciembre del 2011
La palabra ‘ciudadano’ proviene del latín ‘civis’, que hacía referencia a todo hombre o mujer que vivía al amparo del derecho de la ciudadanía romana. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, tiene cinco acepciones:
1) Natural o vecino de una ciudad. 2) Perteneciente o relativo a la ciudad o a los ciudadanos. 3) Persona considerada miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes. 4) Hombre bueno. 5) Habitante libre de las ciudades antiguas.
Los griegos consideraban ciudadanos a aquellos que poseían una extensión de tierra, según la reforma de Dracón. Con las reformas de Solón adquirían la ciudadanía los que mantenían una producción de granos. Con Clístenes eran ciudadanos aquellos que pagaban un impuesto a la ciudad. Finalmente, con Pericles la ciudadanía se extendía a todo hombre libre de Atenas.
Durante la Edad Media, el derecho ciudadano sufriría un grave retroceso, para retomar su categoría con el advenimiento del Renacimiento y la modernidad.
La ciudadanía tal como la entendemos hoy en día –que implica un sujeto con deberes y derechos– es consecuencia de la tradición, tanto jurídica como política, de los movimientos socioculturales, en donde el hombre y la mujer encuentran su realización en el ejercicio de su propia libertad.
Así, el artículo 31° de la Constitución Política del Estado establece los derechos y deberes políticos de los ciudadanos, y en su último párrafo señala claramente que “es nulo y punible todo acto que prohíba o limite al ciudadano el ejercicio de sus derechos”.
En ese sentido, ser ciudadano implica el ejercicio pleno y efectivo de los derechos y deberes. Este segundo carácter, el del deber, es el que muchas personas omiten por formación o carencia de responsabilidad para con su ciudad y la poca o casi nula preocupación por los grandes temas nacionales de interés para la vida en común.
Entonces, ser ciudadano no solo implica ejercer derechos y exigir al Estado que cumpla sus obligaciones. También significa asumir la responsabilidad ética y política de contribuir y de aportar ideas y acciones a la solución de los problemas de la comunidad y del país.
Como enseñaban los griegos, solo los dioses y los bárbaros viven al margen de la ciudad. Es tiempo de participar.