El Comercio 31 de julio del 2009
LA SENSACIÓN DE ESTAR SIEMPRE COMUNICADOS
La cultura del celular
Por: Eduardo Zapata Lingüista
Es imposible que usted no lo haya vivido ya: ha concertado una cita en un café, la persona que usted espera no llega y, de pronto, la voz de esa persona anuncia —a través del celular— su arribo inminente.
¡Estoy llegando!, le deben haber dicho. Y usted perdonará el retraso, se sentirá hasta reconfortado, saboreará otro café. Aún sospechando (o sabiendo) que la persona que usted espera seguramente esté saliendo recién de su casa. O, tal vez, aún esté en la ducha.
El móvil o celular, entonces, pareciese un cómplice de un rasgo de nuestra cultura contemporánea: la impuntualidad aceptada. En el fondo, la buena mentira.
Y lo mismo ocurre con los bien intencionados padres que entregan a sus hijos —cada vez a edad más temprana— un celular.
¡Para mantenernos en contacto, hijo! ¡En cualquier momento, me llamas! Y, sí, ocurren seguramente las llamadas. Aun cuando todos sepamos que a pesar de que cuando resuenen cerca las voces, las personas están distantes. Aun cuando sepamos que padre o hijo probablemente no estén donde lo anuncian. A pesar de que, tal vez inconscientemente, al entregar el celular al hijo estemos creando distancias familiares con otra buena mentira cómplicemente aceptada: la proximidad permanente.
Podríamos, en fin, tratar de seguir caracterizando los efectos del celular en nuestras vidas. De cómo los enamorados están también cada vez más cerca, pero más lejos; de cómo competimos con las brillantes pantallas de los móviles cuando conversamos —o creemos hacerlo— con alguien. Podríamos, en suma, hacer un listado de males.
También podríamos hacer alusión a un rasgo más de esta cultura del celular. El habernos habituado a mirar el mundo —y creer encontrar su sentido y significado— únicamente mirando el formato de la pantalla destellar. Ya la televisión nos había entrenado en esta mirada recortada; el celular ha intensificado este recorte de nuestras capacidades de mirar y leer el entorno, mundo real en su conjunto.
Sin embargo, no caben dudas sobre las virtudes de este aparatito. Miles de personas han optimizado su trabajo gracias al contacto permanente. A la ubicuidad fácil y disponible. Y no hablamos solo de las ventajas de un Blackberry, sino del modesto móvil “chancho” que permite al gasfitero o al jardinero un servicio delivery al paso de la demanda inmediata.
Y podríamos, más bien, con justicia, decir entonces que las voces distantes transmiten muchas, muchas veces, afectos verdaderos y oportunos.
Voces que son, así, caricias para gentes —todas— cada vez más requeridas de la voz del otro diciéndonos: aquí estoy y te quiero.
Pronto el Gobierno y los operadores telefónicos harán —con toda seguridad— una campaña publicitaria para celebrar la venta del celular número 23’000.000.
Junto con la campaña convendría que ese mismo Gobierno entienda que tal vez sea él quién requeriría comprarse un celular. Para estar cerca de la gente. Para que los peruanos sientan que el Estado existe. Para que la gente toda sienta que para el Gobierno y el Estado las personas existen. Y que necesitan afecto y no solo números de un llamado crecimiento.
¿Alguien le compra un celular a este Gobierno?.
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