
Por: Richard Webb
Lunes 15 de Marzo del 2010
Esta conversación un tanto absurda se repite con frecuencia en los censos y encuestas y, al final, contribuye a distorsionar la imagen de la sociedad:
—¿Señora, usted trabaja?
—No. Soy ama de casa.
En la estadística oficial, la señora es registrada como “inactiva” y por lo tanto “improductiva”, aunque se levanta diariamente a las cinco de la mañana para preparar el desayuno y despachar a los hijos al colegio y al marido al trabajo, limpiar la casa, hacer el mercado, cocinar, lavar y cuidar niños, ancianos y a cualquier enfermo de la familia. Si vive en el campo, la señora ayuda además en las faenas agrícolas y en el cuidado de los animales; en la ciudad, participa de una u otra forma en el negocio familiar. Pero si en vez de trabajar para su propia familia, cada ama de casa del país realizara esas mismas actividades para su vecino inmediato, sería calificada como persona económicamente activa y su sueldo engrosaría la producción nacional, aumentaría el ingreso del país, se reduciría la pobreza y, quién sabe, pasaríamos a la categoría de país desarrollado.
Los caprichos de la estadística también discriminan a los que aportan su trabajo en forma voluntaria. El dirigente de una comunidad que dedica noches y fines de semana a organizar esfuerzos colectivos, gestionar en su barrio la instalación de luz o conexiones de agua o dirimir los conflictos entre sus asociados es considerado un “improductivo”. Todos los que con su tiempo y esfuerzo contribuyen sin cobrar para ayudar a otros, sea en hospitales, escuelas, clubes deportivos, municipalidades o asociaciones voluntarias caen dentro de esa categoría de personas cuyo trabajo no contribuye a producir bienes o servicios que elevan el nivel de bienestar material de la población. Tampoco serían productivos los años de esfuerzo que las familias invierten para construir sus viviendas.
No es fácil asignar un valor a un esfuerzo que no es remunerado, pero no imposible. Para valorar el trabajo de las amas de casa, por ejemplo, podría pensarse en cuánto costaría contratar a alguien que desempeñe esas mismas labores; o cuánto deja de ganar el ama de casa por quedarse a realizar las labores domésticas. El trabajo dignifica y crea valoración social para el que lo hace, y contribuye a levantar a nuestras familias, comunidades y al mismo país; por eso, todo trabajo que en algo mejora la vida debería ser reconocido cabalmente en las estadísticas.
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