miércoles, 23 de marzo de 2011

Ciencias Sociales






PUNTO DE VISTA

Carta de Turquía II
Por: Virginia Rosas Analista Internacional


Miércoles 23 de Marzo del 2011

Durante décadas las relaciones entre Turquía y los países árabes fueron casi inexistentes, por no decir hostiles. El desdén era recíproco desde que, en 1950, Ankara ingresó como miembro a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), considerada como un aliado incontestable de Estados Unidos y de Israel. Las tensiones eran tales que en 1998 Siria y Turquía estuvieron a punto de enfrascarse en una guerra.

Las cosas empezaron a cambiar entre árabes y turcos cuando en el 2003 los diputados del AKP, el partido del actual primer ministro Recep Tayyip Erdogan, se negaron a permitir el paso de las tropas estadounidenses por el territorio turco en la guerra de Iraq. También porque, pese a seguir manteniendo excelentes intercambios comerciales, las relaciones diplomáticas con Israel comenzaron a enfriarse a tal punto que en sus protestas los palestinos ahora enarbolan la bandera turca y el rostro de Erdogan.

Turquía necesita rodearse de un vecindario pacífico para su crecimiento económico y su prosperidad y por ello aplica una política de acercamiento en Medio Oriente. La reconciliación con Damasco era imprescindible y esta trajo como consecuencia la creación de una zona de libre comercio con Siria, Líbano y Jordania.

Paralelamente, Ankara se implicó en Iraq y creó vínculos sólidos con los sunitas en el mundo, abrió centros culturales y utiliza sus famosas telenovelas como medio de acercamiento con millones de árabes que las siguen con fruición. Al mismo tiempo, la televisión pública TRT lanzó un canal en lengua árabe que antecede al que Al Yazira quiere inaugurar en idioma turco. La popularidad de Erdogan es tal que su nombre aparece encabezando la lista de líderes más apreciados en la región.

Con tales antecedentes y con las revueltas desatadas en los países árabes, la referencia al modelo turco de democracia se hace más insistente y las miradas se dirigen a Ankara, que recibe el apoyo incontestable del Gobierno Estadounidense.

En el actual contexto, Ankara es vista como un elemento motor en la liberalización de Medio Oriente. Pero este es un tema a abordar con suma prudencia, pues no se trata solamente de intercambios comerciales ni de telenovelas populares, sino de contar con los medios políticos y económicos para ejercer un verdadero liderazgo en la región, y Turquía, por el momento, es popular, pero no está en capacidad de cumplir ese rol.

A pocos meses de las elecciones de junio, los kemalistas opositores al Gobierno y los islamistas moderados del AKP se enfrentan en una agresiva batalla por el poder. El modelo de Ataturk, el padre de la Turquía moderna, de democracia dirigida bajo la tutela de las fuerzas armadas va extinguiéndose para dar paso a una nueva Turquía que lidera Erdogan y que los kemalistas ven como un retorno al pasado, como una mescolanza entre islamismo, oportunismo político y corrupción. Una mescolanza que a nivel de popularidad y crecimiento económico ha tenido un éxito incontestable, pero que deja dudas todavía sobre su futuro como bastión de la democracia en Medio Oriente.

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