martes, 29 de marzo de 2011

Educación física







ENTREVISTA A VANNA PEDRAGLIO. GERENTA GENERAL DE VANNA FUNCTIONAL TRAINING CENTER

“¡Ya metí una marca!”

PARTIÓ A EUROPA PARA SEGUIR LA CARRERA SOÑADA POR PAPÁ PERO VOLVIÓ PARA SER ENTRENADORA. SU MÉTODO NO CALZABA CON EL DE LOS GIMNASIOS. EMPEZÓ INSTRUYENDO EN PARQUES, EN SU GARAJE, HOY TIENE UN LOCAL QUE YA LE QUEDÓ CHICO. SOFÍA MULANOVICH SE PUSO A SUS ÓRDENES, TERMINÓ ANUNCIÁNDOLE QUE SU TÉCNICA SERÍA UN ‘BOOM’.
Por: Antonio Orjeda
Martes 29 de Marzo del 2011

Vanna Pedraglio creció corriendo olas con sus papás, desde siempre fue alentada a luchar por lo que realmente quería. Fue por eso que en casa tuvieron que tragarse el sapo cuando a los 25 años anunció que la especialización en Genética Humana realizada en la Universidad de Barcelona no calzaba en su futuro inmediato sino el desarrollo de la potencialidad de deportistas a través de un entrenamiento físico que ella había creado.

Estudiaba aún en España cuando su padre viajó para saber en qué se estaba metiendo, y se convenció de que estaba en su salsa cuando la vio entrenar a mastodontes que –mancitos– seguían sus instrucciones. Una vez en Lima, al entrenamiento funcional, método que aprendió al otro lado del charco, le introdujo una serie de innovaciones. Vanna Functional Training Center, así bautizó a su gimnasio. ‘Vanna’, así llaman sus pupilos a la técnica que ella ha introducido.

Si estudió Biotecnología y se especializó en Genética Humana, ¿qué hace…
¿Enseñando deporte? Es resultado de que comencé a trabajar en esto. Tuve experiencia en laboratorio, trabajé en el Centro Internacional de la Papa, en lo que es clonación, buscando resistencias contra ciertos patógenos de la papa; trabajé en diversas áreas, me gustaba, pero faltaba algo. Yo era muy hiperactiva, ellos se podían quedar toda la noche en el laboratorio, a mí me gusta el deporte. Tenía estas dos cosas que me habían apasionado desde siempre.

El deporte es algo que le viene de casa, toda su familia lo practica.
Siempre. La mitad del día estudiaba y, la otra mitad, hacía deporte.

Usted partió a Barcelona para especializarse en su carrera.
Sí, y allá, a la hora de buscar trabajo en la misma universidad, en el área de laboratorio, me di con que para eso tenías que estar entre los tres primeros puestos de la facultad. Entonces, nada; y cuando me iba a entrenar, al final siempre terminaba conversando con los instructores del gimnasio. Claro, porque yo sabía de metabolismo, vías energéticas… Entonces, dije: “¡Pucha, esto es lo que a mí me gusta!”.

Su pasión por la biología también le venía de familia, su papá tiene un laboratorio. ¿Qué pasó cuando le anunció su nuevo rumbo?
Casi se muere. “¿Entrenadora?”. Es más, me fue a visitar. Fue por una semana y se quedó un mes. “Papá, estoy dando clases de ‘spinning’”. Mi papá iba y entraba a mi clase. Él que soñaba con que esté en el Instituto Pasteur (ríe)… Nunca me ha gustado pedirle nada a mi papi. Desde muy chica él me dijo: “Tú tienes que ser dueña de una empresa, tienes que buscar lo tuyo, lo que a ti te gusta”.

Qué conflicto debe haber tenido él, ¿no? Por un lado le estaba diciendo no al área que estaba destinada a usted en su empresa y, por el otro, estaba siguiendo las pautas que desde chica le había dado.
Exactamente, y por eso –al final de todo– me apoyó.

¿Por qué regresó a Lima?
Porque estaba trabajando allá, pero me ponían en clases de aeróbicos, de ‘spinning’, me utilizaban para un montón de cosas pero no para lo que yo quería. Entonces llegó un momento en el que dije: “No”. Regresé y me fui al norte con mi hermano menor. Nos fuimos dos semanas a Máncora. Lo veía correr tabla, y decía: “De repente podemos armar algo”. Por el tipo de materiales con que yo trabajo, pensé: “Si esto lo transfiero a la tabla, ¡va a pegar!”. Mi hermano podría dar clases de tabla en el mar y yo, afuera, podría entrenar a los tablistas. Y así empecé.

¿Qué año era?
2004. Yo llegué en julio y en setiembre empecé con mis amigos, de ahí pasé a los parques porque me llamaron para entrenar a jockeys mujeres, y como nunca había entrenado grupos, me fui al parque María Reiche [en Miraflores] y trabajamos ahí hasta que el invierno nos botó. ¿Qué hacemos? Me fui al parque que está frente a la Embajada de China [en San Isidro] y, ahí, un día, de tener a seis personas, pasé a tener ¡18! Todos seguían mis instrucciones. Fue llegando más gente, luego me llamó Sofía [Mulanovich], y así. Todo fue boca a boca.

¿Nunca temió que esto no fuera a ligar?
No, porque todo me pareció siempre muy divertido.

Qué linda palabra.
Aquí todo es un juego, siempre saco el alma de niño, que es la que tengo yo.

Más de uno que ha venido a su gimnasio debe haberse decepcionado de no encontrar máquinas.
Un montón. Entran, miran, y dicen: “Pero aquí no hay máquinas, yo quiero ¡peso!”. Yo les digo: “Prueba una vez para que veas que no lo necesitas”. Claro, es lógico, porque el trabajo tradicional en un gimnasio tiene un por qué: el culturismo es el culto al cuerpo, es pura pose, estética; no tiene nada que ver con la funcionalidad del cuerpo, es por eso que esto se llama entrenamiento funcional, porque reeduca a la gente sobre cómo moverse.

Aprender a usar nuestro cuerpo.

Como una herramienta, porque –al final– ¡es la única que tienes!

Su punto de quiebre fue cuando Sofía Mulanovich la llamó para que la entrene.
Me llamó después de que fue campeona mundial. La entrené un año, bajó cinco kilos.

Hoy su gimnasio ya le ha quedado chico.
Ya llevo tres años aquí y ya no puedo crecer más. Me gustaría ofrecer mi trabajo a nivel corporativo, pero aquí no puedo. Me están llamando muchas empresas, una que acaba de hacer una evaluación médica a su personal y, el 80%, tiene el colesterol por las nubes; el 30%, son hipertensos; y se trata de chicos en una edad promedio de ¡35 años! Es que hay un sedentarismo… ¡Aquí el movimiento no existe! Por eso quiero ofrecer este servicio a las empresas, porque es un beneficio a la salud y yo sé que los puedo ayudar, porque trabajo con el mismo peso de las personas. Pero, aquí, ya más gente no entra.

Se viene un local más grande.
Sí.

Lo más bacán de su desarrollo es que se está dando como jugando.
Así es, una cosa me ha llevado a la otra…

En su formación hay un detalle clave: al separarse sus padres, su madre pudo haber optado por vivir de las mesadas de su papá.
Mi mamá jamás lo habría hecho. Yo he tenido un gran ejemplo de los dos: mi papá empezó de cero, y ahora tiene un laboratorio que exporta a toda Centroamérica y Sudamérica. Mi padre, mi madre, mis hermanos y yo, somos entidades diferentes que siempre hemos luchado por lo que hemos querido. Mi madre empezó cocinando en las casas, vio una oportunidad para destacar como empresaria, y ahora lo es.

Hoy es casi común que los chicos corran tabla con su papá. Usted creció surfeando con su mamá.
Entre las mamás, la mía siempre fue diferente. Siempre tuvo esa personalidad tan aguerrida, ¡una amazona, pues!

Marcó su vida.
Es un gran ejemplo. Yo he tenido problemas, administradores que me han estafado, ¡como a todos! Pero una aprende a salir adelante. Cuando eso me ha pasado, yo solo he pensado en mi gente, en mi trabajo, en que esto es mío, tiene mi nombre, así que ¡para adelante!

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