FILOSOFEMAS
Votación universal y democracia
Por: Francisco Miró Quesada C*
Viernes 15 de Abril del 2011
La votación del 10 de abril para elegir al presidente de la República, representantes al Congreso e integrantes del Parlamento Andino fue ejemplar. El orden, la transparencia y la universalidad de la votación han sido mencionados no solo por los observadores peruanos, sino por los de la OEA, entre representantes de otros países. Han quedado el comandante Ollanta Humala y la legisladora Keiko Fujimori para la segunda vuelta.
El proceso electoral peruano ha despertado interés en diversos países por una razón: en nuestra patria hemos tenido más de una década de bonanza económica y ha llamado la atención de los países extranjeros, en los que hay importantes inversionistas. Este crecimiento ha permitido seguir progresando, a pesar de la crisis económica mundial.
A pesar de esta bonanza económica, sin embargo, nuestro país no ha logrado un crecimiento inclusivo. Aunque se ha reducido la pobreza, hay todavía habitantes pobres.
La ejemplaridad de la votación se debe a cambios históricos que comienzan a presentarse desde fines del siglo XVIII y que se prolongan hasta el siglo XX. En la época de las monarquías absolutas era inconcebible que existiera una votación universal en que los hombres y las mujeres emitieran libremente su voto. Pero, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, hay mujeres notables que reclaman el voto femenino, en Inglaterra, Mary Wollstonecraft, y en el Perú, Flora Tristán, Clorinda Mato de Turner, entre otras. Este último hecho parece increíble, debido al atraso en que vivía nuestro país en dicha época.
A mediados del siglo XIX, el gran filósofo inglés Stuart Mill, en el pequeño y memorable libro “La sumisión de las mujeres”, sostiene que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres, de manera que pudieran votar en todo tipo de elecciones. Pero solo podían votar las personas con un determinado grado de cultura. En el siglo XX todavía está restringida la votación, pues solo podían votar quienes pagaban impuestos. El primer país en que el voto fue realmente universal es Estados Unidos.
En el Perú, curiosamente, el derecho al voto de la mujer fue reconocido en 1955 por Manuel A. Odría, un general devenido en dictador. Pero así es la historia, impredecible. Probablemente, Odría estaba pensando lanzarse como candidato a la Presidencia de la República en las elecciones que se llevaron cabo en 1962, en las que fue derrotado por Fernando Belaunde Terry.
Pero la verdadera universalidad de la votación solo culminó cuando se dio el voto a los analfabetos. Este hecho ha sido muy criticado porque, según dicen sus opositores, un analfabeto no está en condiciones de poder saber con claridad por quién quiere votar. Pero creo que quienes piensan así, se equivocan. El hecho de que una persona no sepa leer ni escribir no significa que no sea inteligente, de la misma manera que pobreza no es sinónimo de ignorancia y que no pueda discernir quién es la persona por la que conviene votar. Pero sea o no válida la argumentación que he presentado, lo fundamental es que no puede haber democracia si no hay universalidad. La universalidad es lo que la distingue de los regímenes en que ella no existe o es imperfecta. La universalidad es una de las grandes metas de la razón humana. Es un ideal de la ciencia.
La universalidad contribuye a realzar la dignidad humana. Porque la capacidad de votar y, en consecuencia, de poder influir en el resultado de una elección, aunque el candidato que salga elegido no sea por el que se votó, no disminuye lo que acabo de decir. Poder votar, sin restricciones de ninguna clase, es ser libre y, en consecuencia, digno. Libertad y dignidad son como el anverso y reverso de una misma medalla. Felices los pueblos en los que hay elecciones libres y universales.
(*) Director general
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