lunes, 9 de mayo de 2011

Ciencias Sociales






TENDENCIAS

El fascismo del siglo XXI

Por: Juan Claudio Lechín Escritor
Lunes 9 de Mayo del 2011
El término ‘fascismo’ se banalizó al convertirse en insulto. Cualquier violencia política es fascista. La banalización benefició a los verdaderos fascistas. Hanna Arendt aseguró que nazismo y comunismo eran lo mismo. Nadie la escuchó. Y la astuta Unión Soviética, al triunfar en la guerra, aprovechó para deslindar aguas. Muchos politólogos se tragaron esta gambeta y proclamaron la revolución rusa y sus derivadas, china y cubana, como himnos enaltecedores del género humano.
En mi ensayo “Las máscaras del fascismo” vuelvo a indagar en la naturaleza del fascismo, pues considero que estamos sufriendo un mal, sin estar alertados por el pensamiento europeo que solemos importar. El fascismo emerge cuando hay una fuerte descomposición del sistema de partidos políticos, durante el desgaste de un liberalismo preliminar o liberalismo retoño, el cual arrastra todavía obstáculos pasados como el caudillismo, la corrupción, el centralismo político y administrativo, la ausencia de democracias partidarias y un pueblo no incorporado plenamente a la modernidad, entre otros aspectos.
Durante esa crisis, aparece el fascismo encabezado por un caudillo redentor y una fe ideológica, enmendadores de todos los males, para desmontar el sistema. Detalle más, detalle menos fueron los casos de Hitler, Mussolini y Franco, y también de Castro, Chávez y Morales.
Apenas el fascismo sube al gobierno comienza el desmontaje. Penetra al ejército, la policía y los servicios de inteligencia para controlarlos férreamente. Luego desarmará las instituciones liberales, las libertades de opinión, prensa, sindical y política. Paulatinamente concentrará los poderes independientes: judicial, parlamentario, electoral y regional. Gradualmente, avanzará hasta conseguir no una utopía social sino el poder absoluto para entronizar al caudillo plebeyo. El sistema que engendra el fascismo es una monarquía plebeya absolutista.
Sus instrumentos legitimadores son la propaganda, las elecciones, los referendos y el pueblo movilizado, al cual transformará de ciudadano en grupo de choque y, finalmente, en pueblo-siervo. La propaganda generará la fe y el culto al caudillo.
Hábilmente, el fascismo capta como banderas propias los deseos, los anhelos y los traumas de la sociedad a la que va a victimar. Por eso, no es de izquierda ni de derecha, como se asegura, sino que es un modelo pragmático para la toma del poder absoluto, donde el término ‘pragmático’ significa que hará lo que sea para concentrarlo: seducir o asesinar, nacionalizar o privatizar, racismo ario o indigenista, movimientos sociales o ‘fascios’, aristócratas o revolucionarios. Invariablemente fabrica un hereje-enemigo, judío o burgués, criatura maléfica que justifique su violenta cruzada.
El error es creerle anticipadamente, como a Castro cuando dijo en la Sierra Maestra que llamaría a elecciones democráticas, cuando Chávez aseguró que no se reelegiría, que no tocaría la propiedad privada ni la autonomía universitaria y cuando Morales afirmó que respetaría la libertades públicas y la independencia del poder electoral.
Las consecuencias de estas ingenuidades las lamentan los pueblos. Aun así, muchos siguen considerándolos de izquierda y no versiones aggiornadas del horror europeo. Las sociedades desprevenidas no creen ser la próxima víctima y desentenderse puede ser fatal. Ya lo dijeron los griegos cuatro mil años atrás: “Aquel que se quiere perder, los dioses lo ciegan antes”.

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