El Comercio 17 de octubre del 2009
CUANDO EL CENTRO NO ES EL SER HUMANO
Capitalismo y crisis
Por: Helmut Dahmer Filósofo alemán
Desde hace dos o tres siglos, estudiosos de diversa procedencia po-lítica coinciden en que el capitalismo surgido en Europa Central y Occidental disolvió las comunidades, mantenidas juntas por la violencia y la moral, y socializó de manera indirecta al individuo aislado mediante intercambios mediados por el dinero.
Este proceso de transformación se extiende tanto hacia las zonas subdesarrolladas de estados industriales altamente desarrollados como hacia la periferia. Se despoja a los últimos pueblos nómadas de sus medios de subsistencia, porque se quiere explotar en su territorio, petróleo o gas, o edificar plantaciones para la obtención de etanol. En este contexto, el capitalismo consiste en la creciente separación de los pobladores de sus medios de producción y de su suelo, esto es, su conversión en “trabajadores asalariados libres”. Una parte considerable de esta masa huye del Tercer al Primer Mundo, donde al menos hay todavía pan y trabajo.
Por cierto que esta racionalidad se restringe a los cálculos de las gerencias de determinadas empresas o de algunas transnacionales. El mercado mundial, en su totalidad, se desarrolla sin planificación, y la marcha de la coyuntura económica es imprevisible. El despliegue capitalista resulta de la caza permanente de las mejores opciones de aprovechamiento. Todos los “trabajadores asalariados libres” compiten entre sí.
Las crisis (sobreproducción o subconsumo), así como ciertas guerras, sirven para la corrección de inversiones y especulaciones fallidas: naufragan añejas empresas, las grandes engullen a las menores, se destruyen patrimonios y los obreros son despedidos masivamente.
La economía capitalista no requiere de superestructuras morales, en tanto posee una moral incorporada que desde hace largo tiempo ha reemplazado a la precapitalista. Los utópicos sueñan, sobre todo en épocas de crisis, con dominar la economía a través del Estado y de antiguas normas éticas. Critican la codicia de los ejecutivos y de los rentistas, ignorando que el lucro es el verdadero motor del desarrollo capitalista. Creen que el Estado en apuros funge como marcapasos de la economía, erigiéndose en su domador. No obstante, todas las experiencias nos muestran que el perro capitalista es el que menea con la cola del Estado y no a la inversa.
La diferencia más significativa entre la crisis de 1929 y la del 2009 consiste en que a la sazón había cientos de millones de trabajadores libres, organizados y en capacidad de poner coto a la desastrosa ausencia de planificación de la economía capitalista. Hoy en día, sin embargo, esperan todos a Godot, a un capitalismo sin crisis que supere la brecha entre pobres y ricos, y que proporcione a los condenados de la tierra el nivel de vida de los países oasis.
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