El Comercio 17 de noviembre del 2009
Envejecer en el Perú
Por: Wilfredo Ardito Vega Abogado
Existen centenares de libros que brindan orientación sobre el cuidado de los niños en sus primeros años de vida, pero difícilmente quien vive con un padre, una tía o un abuelo en proceso de envejecimiento encontrará algún texto que lo ayude a aclarar sus dudas. Los libros sobre temas familiares se redactan en países donde es común que los adultos mayores vivan separados, a diferencia de los hogares intergeneracionales de los países latinoamericanos.
Además, mientras se puede determinar a qué edad es normal aprender a hablar o caminar, es muy difícil señalar qué es “normal” para alguien de 70 u 80 años. Conozco una señora que cocina maravillas a los 96 años y siempre tiene ganas de salir, pero otras personas, veinte años menores que ella, ya están confinadas a una silla de ruedas. Los efectos del envejecimiento en la capacidad intelectual, el estado de ánimo o las habilidades físicas son muy diferentes. En muchas personas mayores se puede estimular la vida social y el contacto con la familia, mientras que para otras estas situaciones se vuelven menos atrayentes.
Sin embargo, junto con el deterioro de la salud, un problema común es la pérdida de referentes: sentir que “les quitaron el parque Salazar” o “les quitaron su cine” o, lo que es mucho más duro, percibir que progresivamente familiares y amigos van falleciendo y dejan un vacío. En los últimos años, esta sensación se ha incrementado para muchas personas mayores debido a la migración al extranjero de las personas que, si se hubieran quedado, probablemente darían respaldo emocional a sus padres o abuelos.
Por otro lado, cuando un adulto mayor requiere dedicación exclusiva hay que estar atentos para proteger a los familiares más próximos de sufrir –ellos mismos, por el “síndrome del cuidador”-–, que origina una fuerte angustia. Igualmente, debe evitarse la tentación de descargar las responsabilidades en familiares que tienen una edad similar, con el argumento que disponen de más tiempo. Hay que estar preparados también por si se requiere contratar apoyo profesional o, lo que es mucho más duro, trasladar al adulto mayor a un establecimiento adecuado. En este proceso es comprensible que surjan tensiones entre hijos, nietos o sobrinos, vivan o no bajo el mismo techo, sea por motivos económicos o emocionales.
Para enfrentar este creciente problema ayudaría mucho la existencia de políticas públicas. Algunas municipalidades organizan actividades para los adultos mayores, pero las necesidades son mucho más grandes. En otros países (incluso tan pobres como Bolivia) todos los mayores de 65 o 70 años reciben una subvención estatal, mientras que en el Perú esto ocurre solo con los jubilados y muchas veces se trata de sumas insuficientes por las que deben llevar a cabo prolongados procesos judiciales. La mayoría de adultos mayores viven de la ayuda económica de sus familiares.
Mientras la esperanza de vida continúa aumentando en el Perú resulta indispensable difundir experiencias concretas sobre seguridad, convivencia, estimulación y terapias. La tarea pendiente es que toda la sociedad colabore para que una vida prolongada sea también una vida digna y feliz.
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