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miércoles, 7 de abril de 2010

Religión, Pastoral, Comunicación


Fuente: Catholic.net

Autor: José Barros Guede Fuente: http://www.revistaecclesia.com/

¿Qué es la tradición oral?
En aquel tiempo, la tradición oral era el medio tradicional y popular de recoger y trasmitir los hechos y dichos de un personaje a los demás

Jesús Nazareno no escribió nada, solo habló, predicó, hizo el bien y fundó el Reino de Dios o de la Vida Eterna en los Cielos, de carácter escatológico, que se incoa aquí, en la Tierra, para aquellos que le siguen creyendo, esperando y amando a Dios y a las personas humanas como hermanos. Este Reino de Dios en esta vida se llama Iglesia Cristiana. Jesús habló y predicó utilizando un lenguaje concreto, sencillo y popular en su conversación y en su predicación. Se valía de parábolas y comparaciones de gran encanto natural y de palabras y frases de gran contenido moral y espiritual dichas con autoridad; de forma que el personal del Templo de Jerusalén mandado por sus jefes judíos para prenderle no se atrevieron hacerlo, porque, decían, “nunca nadie habló como este hombre” ( Jn.7, 46).

Cómo surgió la tradición oral
En aquel tiempo, la tradición oral era el medio tradicional y popular de recoger y trasmitir los hechos y dichos de un personaje a los demás. Los alumnos rabínicos que escuchaban dichos y hechos a sus maestros, los trasmitían de memoria y de palabra a los demás sin escribir nada. De esta manera, oralmente, los discípulos, testigos directos de Jesús Nazareno, transmitieron sus dichos y hechos a los demás cristianos de la primitiva comunidad, que más tarde recogen por escrito llamándoles Evangelios. De este modo, también más tarde, nacen el libro judío Talmud y el libro Corán islamista.

Contenido de la tradición oral
La tradición oral evangélica comprende un tiempo de veinte a treinta años, que van desde la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles hasta la redacción escrita de los Evangelios. Recoge los hechos y dichos de Jesús relatados por los apóstoles, por sus familiares, particularmente, por su madre, María, y por los demás discípulos que los transmiten a otros fieles. Los hechos de Jesús Nazareno de dar de comer al pueblo de Israel, perdonarle sus pecados, curar a los enfermos y resucitar a los muertos y sus discursos y sentencias quedaron grabados fuertemente en la memoria y el corazón de todos ellos; de tal modo, que los recordaban personalmente y los relataban públicamente en sus reuniones y celebraciones eucarísticas sin necesidad de ponerlos por escrito.

Importancia de la tradición oral
Esta transmisión oral de los relatos de dichos y hechos de la vida de Jesús sigue el esquema siguiente que, más tarde, seguirán los autores de los Evangelios escritos: la preparación de su ministerio, la predicación del Reino de Dios en Galilea, su sermón de la montaña, sus sentencias, sus milagros, sus comparaciones y consejos, su estancia y muerte en Jerusalén, su resurrección, su vida de resucitado, su ascensión a los cielos y la venida del Espíritu Santo. La primitiva comunidad cristiana de Jerusalén fue creciendo en número de fieles y creyentes. Sintió la necesidad de extenderse su fe a los ámbitos griegos y judíos de la diáspora. Para esta misión, provee a sus misioneros de unos pequeños recordatorios evangélicos, escritos en griego, sin ser los actuales Evangelio, que relatan y sostienen la tradición oral básica de los dichos y hechos de Jesús Nazareno. En estos primeros tiempos, los discípulos de Jesús se llamaban, al principio, nazarenos o hermanos, pasando a llamarse cristianos, más tarde, y por primera vez en Antioquia. Papías, obispo de Frigia, hacía el año 130, confesaba, que prefería la tradición oral al contenido de los libros. Séneca ponía la palabra viva por encima de la palabra escrita. De ahí, la importancia de la tradición oral de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén como fuente primaria de la fe cristiana y origen de los Evangelios. De ahí, su gran valor histórico y dogmático.

La tradición oral: orígen de los Evangelios
Los Evangelios, palabra griega que significa buena noticia, relatan por escrito los hechos y dichos de Jesús Nazareno. Tienen partes comunes y partes propias. Los escritores evangelistas tomaron las partes comunes de la tradición oral cristiana de la primera comunidad de Jerusalén, y añadieron a la parte común la parte propia. De este modo, nacen cada uno de los cuatro Evangelios. Así, Mateo, discípulo directo de Jesús, añade a la parte común evangélica, su parte propia que es lo él vio y oyó y que no recoge la parte común. Marcos, que no es testigo directo, le añade a la parte común evangélica, lo que Pedro, testigo directo de Jesús, le relató. Lucas, que no es testigo directo, añade a la parte común, lo que vieron y oyeron los familiares de Jesús Nazareno, tales como María, madre de Jesús, y Juana, esposa de Cuza e intendente de la casa de Herodes Antipas, y lo que oyó decir a Pablo de Tarso. Juan, testigo directo, añade a la parte común evangélica, lo que vio y oyó a Jesús y que no recoge la parte común. El Evangelio de Mateo, escrito primero en arameo entre los años 50 al 53 y dirigido a los judíos, es traducido al griego sobre el año 64. El Evangelio de Marcos, escrito en griego entre los años 55 al 62, está dirigido a la Iglesia Romana de entonces. El Evangelio de Lucas, escrito en griego en el año 63, el más completo y ordenado, está dirigido a todas las comunidades gentiles de lengua griega. El Evangelio de Juan está escrito entre los años 96 al 104, en Éfeso, para completar los tres Evangelios anteriores y dar respuesta a los ambientes filosóficos helenistas que negaban la divinidad de Jesús Nazareno. Es el más espiritual y más divino de todos. Manifiesta que Jesús Nazareno es la revelación del Verbo e Hijo de Dios Padre, el Cristo (Mesías), camino, verdad, vida, pan de vida eterna y salvador de la humanidad para cuantos le crean, sigan y amen. Anteriormente, Juan, discípulo predilecto de Jesús junto con Pedro y Santiago, el Mayor, ya habido escrito el Apocalipsis, entre los años 92 al 96, y un poco más tarde, sus tres cartas apostólicas.

miércoles, 24 de junio de 2009

Religión


Fuente: Catholic.net.

Autor: Pbro. Ernesto María Caro Fuente: evangelizacion.org
¿Qué son los evangelios apócrifos?
El término apócrifo fue adoptado por la Iglesia para designar los libros cuyo autor era desconocido y que desarrollaban temas ambiguos


Hace un tiempo apareció en cartelera una película llamada "Estigma" la cual gira en torno a la oposición de la Iglesia de revelar el Evangelio de Tomás, el cual, de acuerdo a la cinta, contendría los dichos de Jesús, que es decir "la ipsisima verba Iesu" (las mismísimas palabras de Jesús). Esto, esencialmente es sólo producto del escritor, ya que el Evangelio de Tomás se encuentra contenido en cualquier edición crítica de los libros que son conocidos como "Evangelios Apócrifos", los cuales en su mayoría fueron escritos después del siglo II de nuestra era, y que fueron rechazados por la Iglesia por contener material contrario a la fe, esencialmente de carácter Gnóstico o Doscetista. Podemos decir que existen más de 64 escritos, entre fragmentos y obras completas, los cuales han sido considerados apócrifos, la mayoría de ellos, con el fin de ganar popularidad; fueron propuestos como escritos por alguno de los apóstoles e incluso por la misma Virgen María.

Sobre este particular, el evangelio de Lucas es testimonio de que ya desde los tiempos apostólicos, muchos habían buscado poner por escrito los pasajes relacionados con la salvación realizada por Cristo (cf. Lc. 1,1), sin embargo, ya Orígenes (+235-254), comentando este pasaje distinguía, al lado de los cuatro evangelios inspirados y recibidos como tales por la Iglesia, otros muchos "compuestos por quienes se lanzaron a escribir evangelios sin estar investidos de la Gracia del Espíritu Santo" (Hom. in Lc I; PG 13,1801). De acuerdo a su testimonio, tales libros estaban en poder de los herejes. "La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de los Libros Santos. Esta lista integral es llamada "Canon" de las Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo". CIC 120.

Podemos decir que el termino "apócrifo" fue adoptado por la Iglesia para designar los libros cuyo autor era desconocido y los cuales desarrollaban temas ambiguos, que aun presentándose con carácter sagrado, no tenían solidez en su doctrina e incluían elementos contradictorios a la verdad revelada. Esto hizo que estos libros fueran considerados como "sospechosos" y en general poco recomendables. Se pude decir que los apócrifos más antiguos, los que eran realmente de carácter tendencioso, han desaparecido, siendo remplazados en su mayoría, por escritos modificados que presentan una idea más ortodoxa. La mayoría de ellos se encuentran en la lengua original (principalmente griega, copta o siríaca).

Como sería imposible mencionar todos estos escritos en esta sección, solamente mencionaremos los más importantes y los que más han influido en el pensamiento de la Iglesia a lo largo de los años, con el fin de tener una idea sumaria de estos, señalando las aportaciones positivas y negativas que han surgido de ellos.

El más importante sin lugar a dudas sería el "Proto Evangelio de Santiago". Este escrito es el apócrifo ortodoxo más antiguo que se conserva íntegro y que más ha influido en las narraciones sobre la vida de María y de la infancia de Cristo. Este escrito realizado por un desconocido, lo firmó y atribuyó a Santiago el Menor, con el fin de que alcanzara popularidad y prestigio. Parece haber sido escrito en diferentes etapas; la primera de las cuales no es anterior a la mitad del siglo II (ca. 160) y su redacción final, tal como la tenemos ahora no va más allá del siglo IV.

Podemos decir que "Proto Evangelio de Santiago" pretende ante todo proteger la Virginidad Perpetua de María que se vería amenazada en el siglo II por el ataque de los paganos y de algunas sectas Judaicas. El autor, al parecer, sería un cristiano helenista de Egipto o del Asia menor que se propuso tejer una narración novelada y sensacionalista de la vida de María con un fin más apologético que histórico. A pesar de todo, este escrito tuvo una fuerte influencia entre los escritores y oradores de los primeros siglos e impactó fuertemente la teología y la vida litúrgica de la Iglesia. A este documento se debe el nombre de los padres de la Santísima Virgen María y la fiesta de la Presentación en el Templo. Uno de los problemas con los que se enfrenta hoy la teología, es el hecho de que por siglos este escrito llegó a considerarse como histórico, llegando a darle credibilidad a muchas de las escenas que en ella se relatan y que no pueden ser sino producto de un amor desmedido por la Madre de Dios y que en nada pudieron estar referidas a la realidad vivida por la Santísima Virgen. En este escrito, que como decíamos pretende defender la Virginidad perpetua de María, la cual se vería empañada incluso por algunos testimonios de la Sagrada Escritura (como es el hecho de la purificación de María, y la mención de los hermanos de Jesús), propuso historias fantásticas en las cuales se hace ver a la Virgen como una persona que era alimentada por los Ángeles, viviendo en una especie de monasterio en donde sus pies no tocaban el suelo al caminar.

En su afán de proteger la virginidad, salvando los pasajes en donde se mencionan a los "hermanos de Jesús", el autor del Proto Evangelio de Santiago, presenta a José como un viejito viudo, el cual habría ya tenido familia con su primer esposa, y a quien se le encarga la custodia de María. Esto, aunque protege el pasaje bíblico, desencarna la realidad de la santa Pareja de Nazaret, ya que José, debió de haber sido un joven apuesto de unos 30 años y muy enamorado de la hermosa María. Tanto el nacimiento de Jesús como su infancia es narrada de manera novelesca y rodeada de un sinnúmero de milagros. Este escrito, pues, ha servido para enriquecer la liturgia, pero dado su carácter y su finalidad, ha creado confusión en muchos círculos teológicos por lo que hoy por hoy se ve con mucha cautela y sobre todo se distinguen en él su estilo, género y sentido literario con el fin de no tener como histórico lo que no es.

Sobre Tomás, existe dos escritos: uno llamado "Evangelio del Pseudo Tomás" y otro llamado "Evangelio de Tomás" (que es posiblemente al que se refiere la película Estigma). El primero libro apócrifo, se refiere a la Infancia de Jesús y que no tiene ninguna conexión con el "Evangelio de Tomás". Por la manera en que está escrito, es muy posible que su autor haya sido un cristiano helenista mediocremente versado en lengua y literatura judaica. En él se ven fuertes influencias, del hinduísmo, ya que las narraciones de la infancia son muy parecidas a las de Krishna y Buda. No faltan tampoco acentos Gnósticos y mágicos para darle colorido al escrito. A pesar de esto no se puede negar el influjo que algunos pasajes de este escrito han dejado en la leyenda y en la Iconografía.

En cuanto a la redacción final del Evangelio del Pseudo Tomás, podemos decir que es muy posible que se remonte al final del siglo II. En su escritura podemos ver muchos supuestos milagros realizados por Jesús en su infancia, y de su relación con los fariseos los cuales no son sino una proyección en retrospectiva de lo que fue su vida pública. Por otro lado presenta una imagen de Jesús rencorosa, en la cual, como si fuera un mago, usa de sus "poderes" para vengarse u obtener ventajas personales sobre algunas situaciones de la vida. Todo ésto hace del escrito en cuestión, una fábula que poco puede decir al cristiano, y puede, incluso llegar a crearse una imagen equivocada de la vida oculta de Jesús y con ella del ministerio realizado en su vida pública. Lo pintoresco de los relatos pueden ser un buen aliciente para leerlo, pero en ellos se pude esconder el veneno de la herejía.

Por lo que respecta al escrito conocido como "Evangelio de Tomás", este se refiere a un escrito descubierto en 1945 en la Biblioteca de Nag Hammadi, el cual data muy posiblemente del final del siglo IV. Este documento ha traído la respuesta definitiva a una serie de interrogantes suscitados por un supuesto "Evangelio de Tomás" que se usaría en algunas sectas cristianas. De acuerdo a los especialistas, este documento más que un evangelio se refiere a una serie de dichos y parábolas evangélicas que serían usados principalmente por los Maniqueos (secta filosófica que considera un doble principio: uno el bien y otro el mal). Sobre este escrito, san Cirilo de Jerusalén advertía al final del siglo IV que nadie debía de leer este supuesto evangelio pues contenía material contrario a la fe. El documento consta de 114 dichos, distribuidos de manera arbitraria y solo unidos por la frase: "Jesús dijo".

En este evangelio, Tomás aparece como el garante de las enseñanzas, como es común en otros escritos Gnósticos, como son las "Actas apócrifas de Tomás" y la "Pistis Sophia". En este escrito, cuando se habla por ejemplo del Reino, este término no tiene el mismo sentido que en los evangelios canónicos en donde indica la soberanía de Dios, sino que hace referencia a un estado espiritual del gnóstico, al conocimiento de sí mismo y del universo. Por ello la salvación, más que un acto de fe y obediencia, es un acto de conocimiento. En algún tiempo los investigadores se preguntaron si los pasajes que tiene parecido a las parábolas y enseñanzas de Jesús en los evangelios Canónicos, podrían ser la base sobre la que luego se construirían los evangelios. Sin embargo hoy la mayoría de los investigadores están de acuerdo que estos dichos recopilados en el evangelio apócrifo de Tomás, corresponden a un desarrollo bastante posterior a los escritos canónicos, por lo que no pueden ser fuente de éstos. Es sin embargo posible que pertenezcan a una tradición paralela a la de los Sinópticos y en buena parte independiente de ella, posiblemente proveniente de una comunidad Judeo-cristiana radicada en Siria a mediados del siglo II. Sin embargo el texto que llega a nosotros es mucho posterior y refleja la influencia de los diferentes redactores.

Podemos decir, en suma, que la mayoría de estos escritos, o contienen material de carácter gnóstico o doscetista, y que en sus orígenes buscaron explicar algunos de los misterios del cristianismo, o fueron redactados para proteger algunas verdades de la Iglesia pero sin un fundamento teológico o histórico sólido. Por ello, aunque su lectura ha dado luz en algunas áreas de la Iglesia, el uso de estos por el común del pueblo, ha creado confusiones, mitos y creencias que en nada se acercan a la realidad histórica o evangélica, por lo que su lectura deberá ser hecha siempre bajo la guía de alguna persona versada en su contenido a fin de no desvirtuar ni su contenido ni la verdad revelada por Cristo en la Sagrada Escritura. "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo, es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma." (CIC 85). Sin embargo, "el Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído". (DV10)

miércoles, 1 de abril de 2009

Religión


Autor: Catholic.net Fuente: Catholic.net
¿Quién fue Poncio Pilato?
Al final, sólo dos personas bien pudieron saber quién era él: Pilato y Jesús mismo


Una de las figuras que más consternado deja al lector de los evangelios es el famoso procurador de Judea, Poncio Pilato. Los evangelios son muy parcos al hablarnos de él. Además del así llamado juicio político sobre Jesús, se encuentran unas escasas alusiones más al mismo personaje y uno queda con la impresión de parcialidad sobre quién era él de verdad. Quisiera ofrecer algunas precisiones sobre lo que dicen de él otros autores de más o menos el mismo período de la historia, sin prescindir, claro está, de la imponente figura de Cristo durante las últimas horas de la pasión. Con todo, el cuadro que resultará de Pilato dejará aún mucho que desear. Al final, sólo dos personas bien pudieron saber quién era él: Pilato y Jesús mismo.

Además de los evangelios, y de Flavio Josefo, Tácito habla también de Poncio Pilato al que asigna el título de “procurator” (Annales XV, 44), designación que habría que matizar por “praefectus”, como testimonia la inscripción encontrada el año 1961 en Cesarea marítima. Prefecto es un término que tiene más connotaciones militares, mientras que procurador se refiere a los asuntos administrativos. Como quiera que sea, las responsabilidades de Pilato concernían el estar al frente de los asuntos judiciales, ya que gozaba de pleno poder de ejecutar sentencias de muerte (Flavio Josefo, Ant. Iud.18.1.11). Los únicos detalles de Pilato como juez nos constan por los evangelios y se refieren al juicio sobre Jesús. Al aspecto judicial se aunaban los fiscales; es decir, era también competencia suya la recaudación de tributos e impuestos para proveer a las necesidades de la provincia y del imperio.

Así pues, Pilato constituyó el quinto procurador o prefecto de Judea desde el 26 d.C (Flavio Josefo, Ant. Iud 18,89), que era el año 12 ó 13 de Tiberio como emperador. A decir verdad, el ser gobernador de Judea no estaba visto como un cargo muy prestigioso que digamos. Tiberio lo nombró para reemplazar a Valerio Grato: Grato había ocupado el cargo durante once años tras la muerte de Augusto el año 14 d.C. Antes de llegar a Judea, los historiadores no mencionan a Pilato. Tal vez fuera de origen servil, ya que el término “píleo” –de donde pudiera derivar el apelativo “Pilato”- era el sombrero que empleaban los libertos (de todos modos, hay autores que aducen otros significados posibles a “Pilato como “armado de lanza”, “calvo”, “enmarañado”; en cuanto a la clase social, algún perito dice que era “ecuestre”. Pero son puras conjeturas). El apelativo Poncio, por el contrario, era muy difuso en las más diversas clases sociales de la Italia de entonces.

Pilato disponía para su mandato en Judea de cerca de cinco mil soldados: un regimiento de caballería y cinco cohortes de infantería. La guarnición principal residía en Cesarea marítima, mientras que la otra se debía establecer en la torre Antonia, a un costado del santuario del templo de Jerusalén. En dicha fortaleza se conservaban las vestiduras del sumo sacerdote, hecho por el cual el procurador debía trasladarse a Judea con ocasión de las principales festividades judías. El año 36 Lucio Vitelio, legado romano en Siria, mandó Pilato a Roma para comparecer ante Tiberio. Tiberio murió antes que Pilato llegase a la capital el 16 de marzo del 37 d.C. Según Eusebio de Cesarea, Calígula (37-41 d.C.) lo exilió a las Galias donde se suicidó en el Ródano, cerca de Vienne (Eusebio, Hist Eccl II,7). Otra tradición, en la que se inserta la atribución a Pilato de una obra apócrifa –Los Hechos de Pilato- sugiere que Pilato se hizo al final un verdadero creyente en Jesús, y es lo que parece referir Tertuliano. De ello se harían eco las iglesias copta y etiópica, que tienen a Pilato entre el número de los santos.

A pulso, Pilato se había ganado el odio de los judíos, ya que desde un principio les mostró desprecio, quizá a causa de lo que para él pudieran parecer supersticiones típicas de nómadas beduinos o caldeos. Los problemas comenzaron cuando una noche dio la orden a los soldados que debían reemplazar el presidio de la ciudad de Jerusalén, de no quitar de las imágenes del César de las insignias militares: se trataba de estandartes con el César, al parecer divinizado, y que se habían colocado frente al templo. Cuando a la mañana siguiente los judíos se enteraron, se armó un gran tumulto. Para ellos el gesto significaba poco menos que abominio. Era la primera vez que los romanos faltaban al respeto externo de sus súbditos palestinos. Una embajada de judíos llegó a Cesarea para que Pilato arriara los estandartes. Pilato rehusó, mas los judíos insistieron durante cinco días seguidos. Como el fastidio era cada vez mayor, Pilato decidió convocarlos en el anfiteatro de Cesarea, los hizo rodear por los soldados y les prometió que si no cejaban en sus pretensiones, ninguno saldría vivo de allí. Los judíos dijeron que preferían ofrecer el propio cuello a rendirse. Pilato hubo de capitular esta vez, bien que esperó el momento más oportuno para una revancha (Filón, Legatio ad Gaium, 299-305).

En otra ocasión Pilato introdujo en el palacio de Herodes (pretorio), que Pilato ocupaba cuando se encontraba en Jerusalén, unos medallones, una vez más con la efigie del emperador divinizado. El pueblo tornó a sublevarse. Se le amenazó con acusarlo ante el César si no removía esa quincalla. Tiberio pidió que se la devolviera a Cesarea. Era la segunda vez que tenía que encajar el revés. A pesar de este incidente, cuando Pilato hizo acuñar monedas que contenían símbolos del culto romano, no encontró oposición ninguna. Tal vez estas monedas no tuvieran circulación en Jerusalén sino en la helenista Cesarea marítima.

En el tercer encontronazo con los judíos, Pilato creyó salir airosamente con la suya, mas no preveía ni de lejos una cuarta confrontación que poco a poco se había estado incubando, y que le dejaría marcado de por vida. Muy amigo de los “enjuagues”, como bien se sabe de él por la condena de Cristo, se dio cuenta de que en Jerusalén se echaba de menos abundante cantidad de agua. Concibió el proyecto de construir una gran cisterna y un acueducto de varios kilómetros de largo a fin de contar con saunas y palestras de diversa índole. Para financiar el proyecto, usurpó el erario del templo (Flavio Josefo, Ant. 18.3.2.2). El pueblo, soliviantado una vez más por sus jefes religiosos, saduceos o sacerdotes, se presentó de nuevo en torno a la residencia de Pilato, que acababa de llegar a Jerusalén para las fiestas de Pascua. Esta vez había previsto el tumulto, de modo que ordenó que los soldados se disfrazaran de civiles y se pusieran a golpear a los judíos de ánimos más encrespados. En poco tiempo todos los amotinados terminaron por dispersarse (Flavio Josefo, Bell. Iud. 18,55-59). Con toda probabilidad sea éste el episodio que se narra en Lc 13,1: “En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios”.

El mismo año de la condena de Cristo, unos cuantos meses antes, Pilato había logrado dispersar con derramamiento de sangre una reunión de samaritanos armados que se habían reunido en el Garizim por orden de un pseudoprofeta, para exhumar unos vasos sagrados escondidos supuestamente por Moisés o por el sumo sacerdote Uzi de la tradición samaritana (Flavio Josefo, Ant Iud 18,85-89). Una protesta del consejo de la ciudad de Samaria logró que Lucio Vitelio, legado para la provincia de Siria, enviara a Pilato a Roma, como se refirió al inicio, y lo reemplazara por su amigo Marcelo (Flavio Josefo, Ant Iud 18,89).

Pues bien, los mismos judíos que habían exacerbado los ánimos del pueblo contra Pilato en las diversas ocasiones, se dirigían ahora para que dirimiera un asunto que hoy conocemos como el juicio más inicuo de la historia humana: la condena a muerte de Cristo Jesús.

Del juicio de Jesús, Tácito es bastante lacónico. Se limita a decir que Pilato lo hizo ejecutar (Ann. 15.44). Josefo añade algún detalle más: que Pilato realizó dicha condena cuando los jefes religiosos lo habían acusado.

Una lectura atenta de los evangelios, muestra que no había una causa clara para la condena. Se le quiso acusar de rebelión, de blasfemia contra Dios y contra el pueblo, de incitar al pueblo, de negar el tributo al César... De hecho, las primeras palabras que se profieren a Pilato contra Jesús consisten en acusarlo de “malhechor” (Jn 18,32)... Esto sí caía bajo la responsabilidad de los romanos; pero de los diálogos que Juan recoge en dicho capítulo 18, bien se deduce la ausencia de todo tipo de pretensión política. Paradójicamente, Pilato mismo reconoce su inculpabilidad -“no hallo en Él delito alguno” (Jn 18,38)-, mas a renglón seguido libera al bandolero Barrabás, y manda azotar a Jesús (Jn 18,39). Después de este castigo injusto y humillante, vuelve a insistir en su inocencia (Jn 19,4). Las acusaciones del pueblo serán ahora de blasfemia (“se ha hecho hijo de Dios, por eso debe morir”, Jn 19,7), y de usurpación del puesto del César (Jn 19,12), sin que a Pilato conste ninguna de las dos.

Lo sorprendente de esta condena es que coincide con el momento en que los corderos eran sacrificados en el templo, como apostilla el evangelista: “Y era el día de la preparación para la Pascua; era como la hora sexta. Y Pilato dijo a los judíos: He aquí vuestro Rey. Entonces ellos gritaron: ‘¡Fuera! ¡Fuera! ¡Crucifícale!’ Pilato les dijo : ‘¿He de crucificar a vuestro Rey?’ Los principales sacerdotes respondieron: ‘No tenemos más rey que el César’. Entonces se lo entregó para que lo crucificasen” (Jn 19,14-16). Ello quedará confirmado por dos alusiones al cordero de Éxodo 12 durante la crucifixión: “No quebrantarán ninguno de sus huesos” (Ex 12,46 = Jn 19,36), “fijaron en una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre” (Ex 12,22 = Jn 19,29). Ese es pues el sentido de la designación que de Cristo hace Juan Bautista: “He ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29.36).