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martes, 13 de marzo de 2012

Historia, geografía y economía





Las cifras del hambre en la selva son espeluznantes

En las zonas rurales de esa región del Perú, la desnutrición infantil llega hasta el 50%; en las comunidades indígenas es aun más grave
Por: José Álvarez Alonso
Martes 13 de Marzo del 2012

Las poblaciones indígenas han visto desaparecer su principal fuente de proteína: los peces y la fauna silvestre. La pesca indiscriminada, la caza comercial, la tala de árboles y la falta de proyectos acordes a su idiosincrasia han hecho eso posible.

Cuenta fray Gaspar de Carbajal, cronista de la expedición de Orellana de 1542 por el Napo y el Amazonas, que los hambrientos españoles encontraron en una comunidad indígena “muy gran cantidad de comida, ansí de tortugas, en corrales y albergues de agua, y mucha carne y pescado y bizcocho, y esto tanto en abundancia, que había para comer un real de mil hombres un año”.

Hoy, en pleno siglo XXI, y a pesar de los avances tecnológicos y el despegue económico del Perú, el panorama es otro: las cifras del hambre en la selva son espeluznantes, solo comparables con países del Sub Sahara africano: la desnutrición infantil afecta hasta el 50% de los niños en zonas rurales (en comunidades indígenas la situación es aun más grave).

Es ilustrativo un reciente titular del diario “La Región” de Iquitos: más del 80% de los niños de las zonas rurales padece anemia perniciosa, una afección vinculada de manera estrecha con la desnutrición.

¿Cuál es la razón de la desnutrición? La desaparición de la fuente principal de proteína de las poblaciones indígenas: los peces y la fauna silvestre (incluyendo las otrora abundantísimas tortugas acuáticas) han sido diezmados por la pesca indiscriminada, la caza comercial y la tala de árboles.

OLVIDADOS DEL BOSQUE
Quienes viajan con frecuencia por las comunidades amazónicas saben lo difícil que es encontrar ‘mitayo’ (carne de monte o pescado, fuente principal de proteína para los indígenas), cuando hace un par de décadas obsequiaban al visitante con sus manjares. “Ni para nosotros tenemos”, afirma la gente cuando les preguntamos si hay ‘mitayo’.

Los promotores del desarrollo se han dedicado a mirar el suelo y se han olvidado del bosque que crece sobre él.

RIBERAS RICAS EN PECES
Es increíble que casi nadie se haya percatado de que la mejor forma de enfrentar el problema de la desnutrición en la selva es ayudando a los indígenas y ribereños a recuperar sus recursos pesqueros y de fauna, especialmente en la selva baja, donde hay miles de cuerpos de agua y millones de hectáreas de bosques potencialmente productivos, y donde las sociedades son más ‘bosquesinas’ que campesinas. Sin embargo, el Estado casi nunca se ha preocupado por impulsar el manejo de recursos silvestres con las comunidades.

Finalmente, se debe tener en cuenta la idiosincrasia de la gente amazónica ‘bosquesina’, con más vocación para manejar recursos que agricultura.

Me decía un amigo indígena del Alto Tigre, en Loreto, cuando en mi ingenuidad de biólogo con el cartón fresco bajo el brazo propuse en su comunidad construir piscigranjas aprovechando un proyecto del Gobierno, hará unos 20 años: “Está bien, hermanito, pero a nosotros no nos vacila criar peces, nos vacila ir a pescar”.

Algo que quienes quieren acabar con el hambre en la selva deben tener en cuenta.

PROYECTOS AJENOS A LA REALIDAD
La respuesta tradicional del Estado frente al crecimiento de la desnutrición en la Amazonía ha sido el asistencialismo (vía donación de víveres, incluyendo leche para los niños, por instituciones como el Pronaa o el Vaso de Leche); o el impulso de proyectos agropecuarios ajenos a la realidad amazónica.

Aparte de lo cuestionable que es convertir a los indígenas en mendigos dependientes, los resultados han sido patéticos. Baste un ejemplo: en muchas comunidades indígenas la leche en polvo donada es usada para alimentar perros o para marcar las canchas de fútbol. Los indígenas se quejan de que esta leche les da diarrea, pues los niños indígenas se hacen intolerantes a la lactosa una vez destetados.

Otro tema ha sido el de la cría de ganado para “combatir la desnutrición”. El presidente Belaunde pretendió tener la fórmula mágica para la selva con el lema “arroz con bistec”. Suena bien quizá para una comunidad andina, pero para la selva es un despropósito, como demuestra el ejemplo de la cuenca del Paranapura, territorio del pueblo Shawi, en Loreto. Luego de varios proyectos gubernamentales y de la cooperación internacional, y de decenas de millones gastados en promover la ganadería, hoy el distrito de Balsapuerto, en el Paranapura, está asolado por la desnutrición infantil, y es el más pobre.

No es casualidad: los indígenas no comen carne de vaca y la deforestación masiva para sembrar pastos (a razón de dos hectáreas por cabeza de ganado) acabó con la fuente principal de proteína para la población indígena (la fauna silvestre y el pescado). Además, debido a la pobreza de los suelos, las vacas que se crían no dan leche, dan pena

miércoles, 23 de marzo de 2011

Ciencias Sociales




El Perú ya no depende de ayuda alimentaria de donantes

domingo, 28 de febrero de 2010

General

El Comercio
EDUCAR
PARA AVANZAR

Desnutrición, freno del aprendizaje

Por: Martha Miró Quesada
Sábado 27 de Febrero del 2010

Sonará anticipado, pero el problema de la educación empieza en el vientre materno. Mucho antes de que el niño o la niña anuncien su arribo a este mundo con el primer llanto su potencial intelectual y creativo puede haber sido ya mellado. La desnutrición —o mala nutrición— de las embarazadas es un tema que debe resolverse para lograr avances significativos en el campo educativo. Por más infraestructura de calidad, maestros altamente calificados y gran inversión económica —lo que por cierto no prima en el Perú—, empedrado será el camino hacia la excelencia si los cerebros de los pequeños carecieron de los ácidos grasos esenciales y otros nutrientes durante su gestación. Otro escollo aparece con la falta de micronutrientes en los primeros cinco años (la ventana de aprendizaje más importante). En esta etapa la nutrición es clave y también los estímulos (sonoros, visuales, motores, entre otros) necesarios para desarrollar la mayoría de destrezas, crear, potenciar y reforzar millones de conexiones neuronales, que a final de cuentas son la chispa de la inteligencia, de la personalidad y de comunión con el mundo y los demás.

El doctor Santiago Antúnez de Mayolo Rynning cuenta que en el antiguo Perú se prestó atención a la alimentación de las gestantes. Es más, comenta que seis meses antes de la concepción se consumían productos ricos en minerales, vitaminas y otros nutrientes y se llevaba una vida lo más sana posible (ojo, fiesteros) en el entendido de que esa salud y fortaleza se transmitían al niño por nacer. La madre aseguraba su ingesta de vitaminas (especialmente del complejo B), ácido fólico y bacterias benéficas, consumiendo chichas elaboradas con diversos cereales andinos. Una vez nacida la criatura su nutrición se garantizaba —al menos en los tres primeros años y a veces más— con la leche materna, el alimento más completo y benéfico para el cerebro.

Últimamente, fuera de oír sobre la película “La teta asustada”, más bien asusta lo pronto que las madres jóvenes destetan a sus bebes o simplemente obvian esto tan saludable de darles la teta. En el antiguo Perú, también, la estimulación temprana era practicada y se conocían las capacidades y necesidades de cada etapa. Para Antúnez de Mayolo, esto llevó a que en el tiempo de los incas “el Perú fuera la primera nación de América”.

Basándose en estos conocimientos ancestrales y los últimos hallazgos de las neurociencias (algo también por tomarse en cuenta al tiempo del desarrollo curricular), presentó en el 2007 el método ProEduPerú, al que para mal del país se le ha prestado muy poca atención. Recobrar lo mejor del pasado, recoger los aportes de las neurociencias y reconocer que nutrición y educación van de la mano sería un buen primer paso para avanzar con paso firme en la construcción del verdadero desarrollo.