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lunes, 22 de agosto de 2011

Ciencias Sociales






NA SOLA RAZA

Necesidad inclusiva en el Perú

Por: José Campos Dávila Afroamericanista Docente UNE
Lunes 22 de Agosto del 2011
El 18 de agosto señala un hito en la historia de la afroperuanidad. Dos hechos aislados, pero intrínsecamente unidos, han golpeado el inconsciente de los peruanos con tal dureza que a partir de la fecha nadie se atreverá a escudarse en el mito de la incapacidad de género de las mujeres ni en la imposibilidad de los negros para desarrollar un deporte como la natación.
Efectivamente, ese día se realizó en el Museo Nacional un encuentro denominado La Gran Familia, promovido por la profesora y ministra de Cultura, Susana Baca de la Colina. Este acto, contra todo pronóstico, no fue una reu-nión de negros. La tigritud se impuso. Fue un encuentro de peruanidad, donde chinos, cholos, negros, blancos, costeños, andinos, amazónicos, criollos, mestizos y cuanta pléyade de sinonimia se haya inventado para diferenciar a los peruanos. Todos se encontraron en un abrazo fraterno y con un caluroso aplauso destruyeron los prejuicios que todavía se destilan en algunos medios de comunicación que alegremente ejercen el derecho de uso y abuso de la libertad de expresión y, en el peor de los casos, el derecho de propiedad de algún medio para destilar racismo trasnochado.
No nos extraña ese tipo de inconducta del articulista. Sucedió contra el señor ex presidente de la República Alejandro Toledo Manrique, la congresista Hilaria Supa Huamán y Margarita Sucari Cari y seguirá sucediendo mientras el sistema educativo no impulse una noción consciente e inconsciente (metalenguajes) de que este país es de todos y para todos los peruanos sin excepción, y que es derecho inalienable de cualquier residente nacido en esta promisoria tierra ser pasible de representarla en los diferentes espacios de la cosa pública.
Para rubricar el tema. El 18 de agosto en la piscina del Campo de Marte, otra afroamericana –con similar sencillez, carisma, estatura, corte y porte de Susana–, la estadounidense Lia Neal, rompió el récord mundial de natación en los cien metros libres. Su triunfo hizo trizas la teoría de que los negros no sobresalen en natación porque la melanina de su piel le genera una reacción de imposibilidad de deslizamiento en el agua, como esgrimió un campeón nacional de natación en sendos artículos periodísticos.
Colofón. Los tiempos han cambiado, la sociedad peruana también. La ciencia avanza a una velocidad que es difícil mantenerse actualizado sobre los cambios mentales, fisiológicos, sociales, económicos, étnicos y culturales, pero los periodistas profesionales de los distintos medios de comunicación tienen la obligación moral y ética de no ser analfabetos funcionales.
Azuzar temas de exclusión social en pleno siglo XXI o elogiar las diferencias para beneficio propio caen en el saco roto del analfabetismo funcional.
Debemos ser conscientes de que los pocos virreyes, encomenderos y corregidores de la comunicación ya pasaron a la historia, porque el Perú está cambiando y su gente también.

martes, 8 de septiembre de 2009

Ciencias Sociales

El Comercio 08 de setiembre del 2009

ESPECIAL

La fortaleza de una cultura
Un grupo universitario de diferentes etnias amazónicas acaba de organizarse para difundir su cultura y cosmovisión. Están convencidos de que así se fortalecerá el entendimiento entre los peruanos.

Por: Roxabel Ramón

Euclides. Un nombre que parece escapar de clásicos grecolatinos denomina al hijo de una de las etnias amazónicas más importantes del Perú: los awajun. Él y otros jóvenes fueron elegidos en sus comunidades nativas para estudiar en la Universidad de San Marcos, que en 1998 abrió una modalidad especial de admisión “para aborígenes de la Amazonía”.

La noticia llegó a Condorcanqui (Amazonas) como un afiche estampado en la puerta de la municipalidad. Pronto viajó por los ríos Marañón, Santiago y Cenepa, entusiasmando a los habitantes de las comunidades.

Euclides Espejo y 14 paisanos suyos se enteraron y fueron los primeros en llegar a Lima en 1999. Él recuerda que un huaico los sorprendió en la carretera Bagua- Chiclayo. “Fue una señal de lo que nos esperaba”, dice ahora que ya cursa el último año de Derecho. Es el único de su grupo que pudo continuar sus estudios gracias a algunos trabajos eventuales.

Sus padres no tenían dinero para ayudarlos. La Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep), que se comprometió a apoyarlos, se desentendió de ellos. “Pero más feo que el hambre y el frío era no entender nada de lo que decían en las clases”, recuerda Euclides. “Mis amigos desertaron, habíamos sido primer puesto en el colegio pero teníamos una formación de tercero de primaria”.

Cuando la universidad los convocó, se habló de talleres, de asesoría y de inyectarle interculturalidad al plan de estudios. Manuel Burga, ex rector de San Marcos, los declaró “portadores de nuestras más secretas sabidurías”, pero con el tiempo las promesas se fueron desvaneciendo.

Para ellos —cuya formación en las comunidades consiste en la pesca, el conocimiento de las plantas medicinales o la caza de serpientes para los apash (mestizos) que hacen antídotos— las clases de filosofía y política fueron al principio incomprensibles.

Esos tiempos ya pasaron. Euclides y un grupo de sus amigos están decididos a compartir su cultura, por eso han formado la Asociación de Estudiantes Universitarios de Pueblos Indígenas (AUPI). Uno de sus jóvenes miembros, Felipe Shimbucat, alista para este fin de mes una fiesta típica awajun en su Facultad de Derecho. “Es con masato”, advierte. Otro, el lingüista Hermenegildo Espejo, participa en un congreso de Educación Intercultural Bilingüe, en Imaza (Amazonas). A él le apasiona el tema porque no solo jaló todos los cursos del primer año en la universidad, sino que no hablaba con nadie “porque me daba vergüenza que todo el salón volteara a mirarme como si fuera un mono”. Por entonces, le decían “Mudo” o “Shipibo” o “Mishaja”. El tiempo y el carácter decisivo de Herme los hizo a todos cambiar de opinión.

“Tras lo que pasó en Bagua, nos sentíamos impotentes, pero no servía de nada. Sabemos que la única manera de que nos respeten es hacer que primero nos conozcan”, finaliza Euclides, el flamante presidente de AUPI.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Educación por el arte; General

El Comercio 21 de diciembre del 2008

La apoteosis de la inclusión
En el auditorio del Centro Ann Sullivan tocaron juntas la Orquesta Sinfónica Infantil del Perú y la Orquesta "A" de niños con habilidades diferentes. Fue una explosión integrada de amor"
Por Miguel Ángel Cárdenas M.


Y la música se miraba. Mientras la melodía de la viola de Franklin Marín, de 11 años, (de la Orquesta Sinfónica Infantil), más se alborozaba y mientras el mutuo ritmo del xilófono de Silvia Saldaña, de 19 años, (de la Orquesta "A"), más se regocijaba, más abríamos los ojos las 350 personas que llenamos el auditorio del centro Ann Sullivan. Unánimes por escuchar el miércoles en la noche a músicos jóvenes sin ninguna distinción ni limitación ni prejuicio, con los ojos dilatándonos. Porque al final no hubo orquesta infantil ni orquesta "A" ni "U", ni tuyo ni mío, ni normal ni especial... se formó en vivo la Orquesta Inclusión y todos tenían síndrome de 'up' tocando unidos el panalivio "Estrellita".
Albert Einstein podría explicar mejor lo que nos sucedió esa noche cuando dijo : "El que no posee el don de maravillarse, más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados". Por eso, había metafóricos ojos abiertos en los oídos de Lourdes Chávez, la jovencita que con síndrome de Down y ganadora de cinco medallas de oro en gimnasia rítmica no solo toca el xilófono, sino el cajón, las panderetas y está por aprender guitarra (¿alguien podría decirle "discapacitada" con ese talento? El centro Ann Sullivan ha presentado una moción al Congreso para que cambie ese término por "personas con habilidades diferentes").
Y había ojos tan abiertos en la piel de Victoria, la empleada del hogar que crio desde los 8 meses a Bruno, hoy cajonero y xilofonista de 23 años, con dominio de escena y verbena. Sus padres no pudieron ir, pero a Victoria primero le trozaban el corazón antes de faltar: "Es como mi hijo... y mi hija de 10 años es como su hermanita. ¡Él es tan talentoso!, también toca el piano".
Y, sobre todo, había ojos demasiado abiertos en la voz de Wilfredo Tarazona, el director responsable de las orquestas infantiles y juveniles del Perú desde hace diez años (son 1.200 niños en todo el país) y ahora de este maravilloso proyecto de Orquesta Inclusiva. Tarazona es de esos hombres auténticamente idealistas --aquellos cuyo máximo ideal es cumplir los ideales de los demás-- y quien pone hasta de su propio dinero sin reserva.
"La mayoría de estos chicos son de menores recursos y vienen hasta de Cieneguilla... Y ya estamos planificando coros y orquestas con niños con ceguera y, como con las orquestas infantiles, queremos fundarlas por todos los pueblos del Perú. Y mira, la Orquesta "A" empezó con tres niños con síndrome de Down y autismo el año pasado ¡y hoy tenemos 60 jovencitos músicos!".
Este miércoles se efectuó el primer acto simbólico del siguiente paso: la inclusión: "¡es que queremos una sociedad sin diferencias! ¿Cómo pueden ser discapacitados si tienen virtudes que hasta nosotros no tenemos? Ellos nunca mienten, siempre dicen la verdad de lo que piensan y sienten". Inapreciable cualidad difícil de encontrar en la gente llamada "normal" y que se refleja en Ángel Fiestas, de 25 años, quien aprendiendo frases musicales ha mejorado su capacidad de verbalizar: "Las notas musicales las leemos y las practicamos en el cajón. Estoy emocionado, ensayé con la orquesta infantil ¡y ellos son como mis hermanos!".
Así fueron como hermanos el hiperactivo Manuel Castro y el sosegado Carlos Breña. Manuel tiene 24 años y está en la Orquesta "A" desde su fundación: "Y también soy cantante, campeón de marinera, y ahora de natación con cuatro medallas de oro". Carlos es un violinista de 19, que empezó en la orquesta infantil en el 2003 y hoy es uno de los más brillantes en la orquesta juvenil. Ambos fueron símbolos de lo que sucedió entre todos.
La primera parte era para los chicos con habilidades diferentes: Manuel Castro tocaba jubiloso su cajón a ritmo de festejos en "Mi burrito tabanero" o "El congorito" y 'festejaba' la ocurrencia de sus compañeros que se intercambiaban los cajones como en el juego de las sillas, los alzaban como pesadas banderas de libertad y posaban al final formándose como un equipo de fútbol para la foto. Atrás de las butacas, mientras ensayaba con su violín, Carlos Breña se sacaba los lentes para sonreír y aplaudía. "Es extraordinario cómo manejan la coordinación, la altura de los sonidos. Es un gran esfuerzo", decía el violinista queriendo a Manuel como a sí mismo.
En la segunda parte, cuando ingresó la Sinfónica Infantil y Juvenil y Breña tocó la Sinfonía Inconclusa de Schubert con todas sus venas, fue Manuel quien desde su asiento frente a él movía sus manos como director de orquesta. Y quien cuando vinieron los aplausos no se contuvo y saltó y cantó una barra eufórico, como si Carlos hubiera metido el gol del Mundial para un Perú campeón.
La apoteosis vino cuando ambas orquestas se apretujaron --nadie dejó de tocar-- en un panalivio en el que Manuel y Carlos se hermanaban por fin solo con el ritmo que no conoce distancias ni diferencias. "Arriba la nueva orquesta", gritaron en escena cuando se cerró el telón Manolo y Joselyn, una parejita de cajoneros muy especiales que durante todo el concierto se dedicaban miradas de amor y que al final se besaron con los ojos abiertos, muy abiertos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Por una escuela para todos

Suplemento Domingo de La República 2 de noviembre del 2008

Educación Inclusiva. Por una escuela para todos
Fotos: Claudia Alva

La más chancona. Kristel Granados, 10 años, es la más esmerada de su clase.
Si la ley dice que todos tenemos derecho a una educación con igualdad de oportunidades, entonces la escuela pública es de todos los niños. Y "todos" incluye a quienes tienen alguna discapacidad o habilidades diferentes. Sabido es que las escuelas, con su orientación integradora, son el medio más eficaz para combatir las actitudes discriminatorias, dado que crean comunidades de acogida, construyen una sociedad integradora y alcanzan así el ideal de una educación inclusiva.
Aquí tres historias de niños con diferentes capacidades que estudian en colegios públicos y se integran venciendo prejuicios y mala onda. Con el apoyo de sus padres y hermanos, estos tres pequeños nos dan lecciones de vida que nosotros debiéramos aprender a valorar.
Kristel Granados Burga tiene 10 años y unos lentes que alimentan su curiosidad, y sus inquietudes, día a día. Ella padece de discapacidad visual, motora y deficiencia intelectual. Pero no por ello su celebrada curiosidad se ve mermada. Kristel cursa el segundo grado de primaria del colegio Institución 3007, del distrito del Rímac. Es una de las más aplicadas del salón: responde a la profesora que cinco manzanas son mayores que cuatro. Sus otros compañeros dudaron en responder cuando la miss del salón les hizo la misma pregunta.
En la primera fila del salón, Kristel se sienta con un tablero empinado que le permite ver mejor, debido a su baja visión. A su lado se sienta César, un compañerito que nació con sordera. Él la está ayudando ahora a colorear las manzanas que acababa de contar. Kristel y César son grandes. Cuando la fotógrafa empieza con los flashes, Kristel, cual modelo, le exige que se apure. La clase no puede esperar, dice. Mientras sus compañeritos curiosean por las ventanas, ella comienza a ruborizarse. Aquí no existen prejuicios: tanto en el salón de clases como a la hora del recreo, Kristel es la amiga con la que todos quieren jugar.
"A pesar de sus dificultades, es una niña que día a día supera desafíos. Trabajar con ella es algo que nos hace ser cada día más humanos", dice su profesora Gloria María Vásquez. Ella recuerda que los primeros días, cuando Kristel llegó al salón de clases, no fueron fáciles. Sin embargo, la constancia y el esfuerzo que Kristel demostraba inspiraron a la misma profesora a aprender de ella. Ahora Kristel se ha puesto a cantar y regresa a su salón de clases. La sesión de fotos ha terminado. Ella sonríe y nos agradece.
El niño símbolo

Patitas del alma. Josué Risco Asto tiene 7 años y es un pelotero más en el colegio IE 3021 del Rímac.
Es una tarde nublada en el distrito del Rímac, y en el colegio IE 3021, es hora de recreo. Josué Risco Asto tiene siete años y sobrelleva la discapacidad intelectual (síndrome de Down). El niño cursa el primer grado de primaria y está jugando fútbol en el patio con niños de quinto de primaria. Le están haciendo ‘camotito’ pero él corretea y logra recuperar el balón. El timbre suena: las clases se reinician.
En el salón de Josué, sus compañeros nos hacen notar sus avances. Nos mencionan que el niño ha pintado un dibujo de Jesús y sus discípulos. Nos dicen que le gusta pintar y colorear. A Josué, además, le gusta cantar. Su maestra, Rosa Gonzales, sonríe cuando le preguntamos sobre el alumno Josué: "Él es muy tranquilo, no es agresivo. Es muy comprensivo y noble". La profesora recibe la asesoría de un equipo psicológico del SAANEE (Servicio de Apoyo y Asesoramiento para la Atención de las necesidades educativas) de la institución Ricardo Bentín.
Confiesa que los primeros días de Josué en las clases tuvo dificultades para manejarlo. "Todos tomaban su leche a la hora de la lonchera, pero él no podía tomar. Y eso yo no lo sabía hasta que, tras días de verlo más seguido, me di cuenta de que tenía dificultades y le alcancé una cañita". Josué es muy querido en el aula. Tiene un carisma especial y sus amigos aprenden también a convivir con él, a verlo como uno más, distinto de todos, pero con los mismos derechos.
Las habilidades de Josué aumentan semana a semana. La clase ha acabado y el salón entero de quince alumnos nos despide con una canción. El aprendizaje lúdico e intelectual de este pequeño no ha encontrado barreras. Él es un niño con habilidades diferentes.


Angie: la niña de la net
Matadora. Angie tiene parte del cuerpo paralizado, pero juega vóley como las mejores.
A primera vista nadie se da cuenta de que Angie Marjorie Chino Navarro tiene una discapacidad motora, que es una secuela de una parálisis cerebral. Dicha lesión le impide mover la mitad de su cuerpo.
Angie ha cumplido 12 años y su autoestima es su mejor arma para vivir: si alguien se burla, pues ella sabe cómo defenderse. Esta tarde, los alumnos del sexto de primaria escuchan con atención a la profesora Victoria Cahuana Vilca. Ella les está hablando del Señor de los Milagros. Acaba la clase y Angie sale al patio. No se pone nerviosa con los flashes, por el contrario, ensaya esa sonrisa dulce que nos roba el corazón.
Después, su profesora nos comenta su habilidad para el vóley. Y vaya que no hay exageración en sus palabras. En la cancha ubicada en el patio del colegio, algo húmedo por un reciente amago de lluvia, Angie es la matadora del equipo. La que ejecuta los mates con potencia y velocidad. Sonríe porque sabe que la fotógrafa la está siguiendo. Aparte del vóley, a Angie le gusta escuchar al Grupo 5 y bailar su música. Las matemáticas, como le pasa a cualquier alumno del colegio, no son su fuerte. Si un curso le agrada ese es Comunicación y Lenguaje.

Maestra. Gloria María Vásquez, la entusiasta profesora de Kristel.
"Para mí, al comienzo, era algo que me incomodaba porque no sabía cómo dirigirme a ella. Luego, traté de adecuarme y, sobre todo, sensibilizar a los demás alumnos: decirles que todos somos iguales. Así fue como ella empezó a ganar muchos amigos", dice la profesora del salón recordando aquellos primeros días de Angie en la escuela.
La fotógrafa ha terminado. Angie se despide, con una mirada pícara, y su profesora le dice animosamente: "¡Vas a salir este domingo en el periódico!". Buena noticia para ella y su familia.