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lunes, 23 de mayo de 2011

Religión, Pastoral

Autor: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Catholic.net
Ángeles caídos
Allí donde ve duda, desazón, falta de seguridad y de paz, carencia del sentido de la vida y de los valores, el diablo aprovecha para reinar

Ángeles caídos
Ángeles caídos
Los ángeles fueron creados con una naturaleza buena, eran libres, bellos e inteligentes, según la categoría de cada cual. Ante el primer acto libre se determinaban: Con Dios para siempre, en el estado de gloria, o contra Él, también por toda la eternidad.

Lucifer era uno de los ángeles más bellos y hermosos (su nombre significa "lucero", la estrella radiante de la mañana), y su inteligencia también era aguda y fascinante. A tal punto que en el momento de la elección se prefirió a sí mismo; prefirió buscar la felicidad, la realización, la dicha, autocontemplándose, como iba a hacer Narciso que, autocontemplando su belleza en las aguas del lago, cayó en él y pereció ahogado.

Del mismo modo Lucifer, prefiriendo buscar su felicidad en sí mismo y no en su Creador, consiguió su eterna desdicha y desventura.

¿Pero es que no podía preveerlo, ya que era tan aguda su inteligencia?

Sí, lo preveía, pero lo cegó lo inmediato.

Como a nosotros: Sabemos las consecuencias nefastas, personales y sociales, de abandonar los caminos de Dios, pero nos ciega el placer y la conveniencia de lo inmediato, sin darnos espacio a recapacitar sobre las consecuencias posteriores: así la fornicación, el adulterio, el robo, la mentira, la coima, el ser corrupto... Sabemos que así la cosa no va, pero hay una aparente "conveniencia" que nos ciega en lo inmediato y perturba la serena reflexión del momento del después.

Así pasó con quien ahora llamamos el Demonio.

Jesús, en el evangelio de Lucas, capítulo 10 versículo 18 (Lc. 10, 18), dice que lo vió caer desde el cielo como un rayo. Claro que lo vió como Hijo eterno de Dios, igual al Padre, con Quien coexiste desde siempre, antes de la creación corpórea de los seres, luego de haber creado el mundo "invisible" (que son los ángeles).

En el último libro del Nuevo Testamento y, por lo tanto, de la Biblia, se narra su caía (la de Satanás), la vista por Jesús antes de que las cosas comenzaran a ser: Es en el Apocalipsis, capítulo 12, versículos 7 al 9 (Ap. 12, 7-9): Narra que hubo una gran batalla en el cielo, donde el Arcángel Miguel combatió contra el Demonio (a quien también se le dá el nombre de Satanás, o Dragón. y se lo llama el seductor del mundo entero), ambos al frente de grupos de ángeles. Lucifer fué precipitado hacia la tierra, y luego de perseguir a la Madre del Mesías, va a hacer la guerra al resto de sus hijos, "los que guardan el testimonio de Jesús", es decir, a los cristianos de cualquier denominación, y aún a los hombre de buena voluntad que siguen la verdad testificada por su conciencia, sagrario de Dios, pues siguiendo la Verdad que ella les dicta, siguen al que es la Verdad, el Camino y la Vida, es decir, a Jesús, aunque sea implícitamente.

El profeta Isaías, unos seis siglos antes de la venida de Jesús, también hace referencia a su caída. Recordemos sus palabras, que podemos meditar en el capítulo 14, versículos 12 al 15 (Is 14, 123-15): "¡Cómo has caído del cielo, Lucero de la aurora, y estás tirado por tierra! Tú que decías: Escalaré los cielos, pondré mi trono por encima de las estrellas, y me sentaré en el monte más alto, en la cima de la montaña celeste; escalaré las nubes, seré igual que Dios. ¡Has caído en el Abismo, en lo más hondo de la fosa!"

Se dice que arrastró a la tercera parte de los ángeles, los que ahora llamamos demonios. La Biblia hace referencia a ello cuando dice que "arrastró a la tercera parte de las estrellas del cielo", teniendo por "estrellas del cielo" a estas creaturas celestes.

Siempre las personas bellas y/o inteligentes tienen cierto ascendiente sobre las demás, que muchas veces las siguen y admiran, y más cuando poseen las dos cualidades a la vez: Esto pasó ciertamente con los ángeles de Dios que se dejaron "seducir" por Satanás. Pero los buenos son los más, y ellos son los que nos auxilian y acompañan, no permitiendo que "el enemigo del género humano" (que querría ver nuestra eterna desdicha y destrucción), tenga dominio sobre nosotros, si nos entregamos a Dios.

El libro de la Sabiduría, en su capítulo 2 versículo 24, dice que por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen: muerte espiritual y muerte física, que Jesús Resucitado vence con el don de la gracia y la santidad, y con la vida corporal eterna fruto de la Resurrección, de la Pascua: De ambas cosas se hacen partícipes los que pertenecen a Jesús, es decir, los cristianos.

Envidia de que el varón y la mujer, siendo de naturaleza inferior (compuesto de materia y espíritu, cuerpo y alma), sea elevado al estado de familiaridad con Dios, destinado a la vida de la gracia y de la gloria. De ahí deriva su "persecución infernal" para tratar de "perder" al hombre.

Fué una caída (la de Satanás) fruto de la soberbia y de la vanidad: Eligiéndose a sí mismo quiso tener dominio sobre los demás. Buscó el poder de Dios sin ser Dios. Fijémonos si muchos de nosotros no lo tomamos actualmente como modelo, y le rendimos honor y pleitesía, tratando de con-formarnos con sus antivalores, aunque no lo digamos explícitamente.

Y su naturaleza quedó desequilibrada, repleto de odio en su voluntad, "pervertido y pervertidor", como solía decir el venerado Pablo VI, que aprovecha las "grietas de la psicología" para influír en la naturaleza humana.

Allí donde ve duda, desazón, falta de seguridad y de paz, carencia del sentido de la vida y de los valores, aprovecha para reinar.

"Fue creado bueno por Dios, pero a sí mismo se hizo malo".

¿Nos pasará a nosotros lo mismo?

domingo, 21 de febrero de 2010

Religión, Pastoral

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Carlos M. Buela | Fuente: www.iveargentina.org
¿Se sufre físicamente en el infierno?
Es de fe que la pena de daño y la pena de sentido son realmente distintas y no se puede reducir la pena de sentido a la mera aflicción psicológica producida por la privación de la vista de Dios
¿Se sufre físicamente en el infierno?

El castigo infligido a las creaturas o pena de sentido

No sólo es un dogma de fe definida la existencia y eternidad del infierno, tal como fue declarada por el Concilio IV de Letrán: “...para que reciban según sus obras, ya hayan sido buenas o malas, los unos con el diablo pena perpetua, y los otros con Cristo gloria sempiterna” (13); es también de fe definida que los condenados padecen pena de daño, como se enseña en la constitución “Benedictus Deus:” “...según común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal actual en seguida después de su muerte descienden a los infiernos, donde son atormentadas con penas infernales” (14), es también de fe definida la existencia y eternidad de la pena de sentido, como se enseña en el Símbolo “Quicumque”: “...y los que hicieron bien, irán a la vida eterna; los que hicieron mal, irán al fuego eterno. Ésta es la fe católica: a no ser que uno la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse” (15).

En el Concilio Vaticano II, en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen gentium, 48, se enseña la necesidad de una constante vigilancia, para que “no como a siervos malos y perezosos (cf. Mt 25, 26) se nos mande apartarnos al fuego eterno (cf. Mt 25, 41), a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30). Estas palabras se introdujeron en el texto para afirmar “la pena eterna del infierno”. En efecto, dice la Comisión teológica: “Se introdujeron en el texto las palabras de nuestro Señor acerca de la pena eterna del infierno, como fue pedido explícitamente por muchos Padres” (16). (Más adelante indicaremos porqué las explicaciones de la Comisión teológica constituyen la explicación oficial del texto). Asimismo, donde se habla de “la resurrección de vida” y de “la resurrección de condenación”, en el mismo número, estas palabras se conciben como complemento de las otras palabras referidas al infierno que citamos anteriormente. Dice la Comisión teológica: “tomando razón de la precedente enmienda, por la lógica interna de la exposición y para más satisfacer los deseos de los Padres, se introdujeron las palabras acerca de la resurrección de vida o de juicio” (17).

La principal pena de sentido es el fuego, de ahí que diga el rico epulón: “estoy atormentado por estas llamas” (Lc 16, 24). Como lo afirman los Santos Padres y Doctores, y autores eclesiásticos antiguos, por ejemplo:

* San Ignacio de Antioquía: “No erréis, hermanos míos: los perturbadores de las familias no heredarán el reino de Dios. Si, pues, aquellos que han obrado estas cosas según la carne, están muertos, ¿cuánto más si alguno corrompe, con prava doctrina, la fe de Dios, por la que Jesucristo fue crucificado? Ese tal, estando manchado, irá al fuego inextinguible; de modo semejante, el que le presta oído” (18).

* El autor del “Martirio de San Policarpo”: “Y atendiendo a la gracia de Cristo, [los mártires] despreciaban los tormentos mundanos, liberándose, con la duración de una hora, de la pena eterna. Les parecía frío el fuego de los crueles verdugos. Porque tenían ante los ojos el huir de aquel que es eterno y nunca se extinguirá” (19).

* El autor de la llamada 2da. carta a los Corintios: “Y los incrédulos verán la gloria de él y su fuerza y se admirarán viendo el dominio del mundo en Jesús, diciendo: Ay de nosotros, porque tú eras y ni lo supimos ni lo creímos ni obedecimos a los presbíteros, que nos predicaban de nuestra salvación; y el gusano de ellos no morirá y el fuego de ellos no se extinguirá, y serán un espectáculo para toda carne...[los justos] verán cómo son castigados con terribles tormentos y fuego inextinguible, los que erraron y negaron a Jesús con palabras y obras darán gloria a su Dios” (20).

* San Justino: “...en ningún modo puede suceder que a Dios se le oculte el maligno, o el avaro, o el insidioso, o el dotado de virtud, y que cada uno va o a la pena eterna o a la salvación eterna según los méritos de sus acciones. Porque si estas cosas fuesen conocidas por todos los hombres, nadie elegiría el vicio para un breve tiempo, sabiendo que iría a la condenación eterna del fuego; sino que se contendría totalmente y se adornaría de virtud, ya para conseguir los bienes que están prometidos por Dios, ya para huir los suplicios” (21).

* San Ireneo: “la pena de aquellos que no creen al Verbo de Dios, y desprecian su venida, y vuelven atrás, ha sido ampliada; haciéndose no sólo temporal, sino eterna. Porque a todos aquellos a los que diga el Señor: Apartaos de mí, malditos, al fuego perpetuo, esos serán siempre condenados” (22).

* Discurso a Diogneto: Los mártires se admirarán al ver el castigo de “la muerte verdadera, que es reservada para aquellos que serán condenados al fuego eterno, que será suplicio hasta el fin para los que le son entregados” (23).

* Tertuliano habla de: “fuego continuo” (24), “fuego eterno” (25), “fuego perpetuo” (26), “fuego eterno de la gehenna para la pena eterna” (27).

* San Cipriano: “La gehenna siempre ardiente quemará a los que le son entregados, y una pena voraz con llamas vivaces; ni hay posibilidad de que los tormentos tengan alguna vez descanso o fin. Las almas con sus cuerpos serán conservadas para infinitos tormentos de dolor ... Creerán tarde en la pena eterna los que no quisieron creer en la vida eterna” (28).

* San Agustín: “será un fuego corpóreo” (29).

* San Juan Crisóstomo dice que todos los padecimientos de esta vida, por grandes que se los suponga, son pálida imagen de las torturas del infierno y ni llegan a ser sombra de aquellos suplicios (30).

* San Gregorio Magno: “No dudo en afirmar... es corpóreo” (31).

* Santo Tomás de Aquino: “Es preciso decir que el fuego que atormentará a los cuerpos de los condenados es corpóreo” (32).

* Santa Catalina de Siena: “Hija, la lengua no es capaz de hablar sobre estas infelices almas y sus penas... El primero es verse privados de mí, lo cual les es tan doloroso, que, si le fuera posible, antes que estar libres de las penas y no verme, elegirían el fuego y atroces tormentos con tal de verme... El cuarto tormento es el fuego, que arde y nunca se acaba. El alma, por su propio ser, no se puede consumir, por no ser algo material, sino incorpórea. Pero yo, por justicia divina, he permitido que la queme sufriendo, que la aflija y no la consuma. La quema y hace sufrir con penas grandísimas, de modos diversos según la diversidad de los pecados, a unos más y a otros menos en conformidad con la gravedad de la culpa” (33).

* Santa Teresa de Jesús: “...como del dibujo a la verdad, el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá” (34).

* San Alfonso de Ligorio: “Como el pez en el agua se halla rodeado de agua por todas partes, así el condenado se halla por completo sumido en el fuego” (35).

* San Juan Bosco cuenta un sueño que tuvo del infierno donde fue obligado a poner su mano en la pared y dice que al día siguiente “observé que la mano estaba efectivamente hinchada; y la impresión imaginaria de aquel fuego tuvo tal fuerza, que poco después la piel de la palma de la mano se desprendió y cambió” (36).

* La Virgen de Fátima el 13 de julio de 1917, en su tercera aparición, según contó Lucía: “...abrió de nuevo sus manos. El haz de luz que de ellas salía parecía penetrar la tierra, y vimos como un mar de fuego, y mezclados en el fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes negras o bronceadas, con forma humana, que se movían en el fuego llevadas por las llamas, que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos lados, así como caen las chispas en los incendios, sin peso ni equilibrio, entre gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaban y hacían estremecer de pavor... Aterrados, levantamos la mirada hacia Nuestra Señora, quien nos dijo con bondad y tristeza: -Han visto el infierno a donde van a parar las almas de los pobres pecadores. Cuando recen el Rosario, digan después de cada misterio: -¡Oh Jesús mío! perdónanos nuestras culpas, presérvanos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, y socorre especialmente a las más necesitadas de tu misericordia” (37).


Pablo VI en el “Credo del Pueblo de Dios” afirma que los que hayan rechazado hasta el final el amor y la piedad de Dios: “serán destinados al fuego que nunca cesará” (38).

Por último, por el modo de hablar de los documentos y del magisterio ordinario, que así se ha expresado durante tantos siglos, es de fe que la pena de daño y la pena de sentido son realmente distintas y no se puede reducir la pena de sentido a la mera aflicción psicológica producida por la privación de la vista de Dios (39).

Frente a esta nube de testigos, ¿se puede, cuerdamente, dudar de la realidad de este “lugar de castigo” (cf. Lc 16, 28)? ¿No sería más cuerdo vivir de manera de no ir a él?

Por tanto, teniendo en cuenta el sentir moralmente unánime de los Santos Padres y teólogos, el magisterio ordinario de la Iglesia, etc., afirmamos con ellos que el fuego del infierno no es metafórico (no existe tan sólo en la mente de los condenados (40)), sino verdadero, real, corpóreo (en cuanto es un agente material, que existe en su objetiva realidad y que atormenta a los réprobos).

Así como afirmamos su corporeidad, afirmamos que no conocemos su materialidad porque es un fuego especial, sui generis, ya que tiene propiedades diferentes al fuego de la tierra. Es un fuego no extinguible, sino inextinguible (no necesita de combustible para ser alimentado); no temporal, sino eterno; no para confort de los cuerpos, sino para castigo de las almas y de los cuerpos; y que atormenta a los réprobos sin destruirlos. Es un fuego que sin matar, abrasa; sin consumir, quema; sin alumbrar, arde; y que, a pesar de sus llamas, envuelve a los condenados en opacas tinieblas y noches sempiternas.

Ni la más escabrosa y estrafalaria descripción de las penas de sentido, ni siquiera la más truculenta y grotesca, podrán llegar a mostrar con fidelidad, lo que esas penas son. Los que se horrorizan de esas pinturas o de esas descripciones, más bien deberían apartarse de sus pecados que les impiden ver, con toda su hondura, al fin al que se encaminan por propia culpa.

Por eso, teniendo en cuenta la importancia de la pena de daño sobre la pena de sentido, decía San Juan Crisóstomo: “Hay muchos hombres que, juzgando absurdamente, desean ante todo evitar el fuego del infierno; pero yo creo que incomparablemente mayor que la pena del fuego será la pena de haber perdido para siempre aquella gloria; ni creo que sean más dignos de llorarse los tormentos del infierno que la pérdida del reino de los cielos; pues este tormento es el más acerbísimo de todos” (41). En otro lugar dice: “La pena del fuego del infierno es ciertamente intolerable. Pero, aunque imaginemos mil infiernos de fuego, nada habríamos adelantado para comprender lo que significa haber perdido la bienaventuranza eterna, ser rechazado por Cristo, oír de él aquellas palabras: No os conozco” (42).

Es que la pena de sentido, por muy grande que sea, es finita, mientras que la pena de daño es infinita. Enseña Santo Tomás: “La pena es proporcionada al pecado.

En el pecado hay que distinguir dos aspectos.

El primero es la aversión del bien imperecedero, que es infinito; y por este motivo el pecado es también infinito.

El segundo es la conversión desordenada a un bien perecedero; y en este sentido el pecado es finito, tanto por parte del objeto al que se convierte, que es finito, como por el acto pecaminoso en sí mismo, ya que los actos de la creatura no pueden ser infinitos.

Por consiguiente, por parte de la aversión le corresponde al pecado la pena de daño, que es infinita, ya que es la pérdida de un bien infinito, como es el mismo Dios. Y por parte de la conversión desordenada a la criatura, le corresponde la pena de sentido, que es finita” (43).

Por muy difícil que sea a la sensibilidad del hombre moderno, lo que está revelado, revelado está. Y no hay forma cuerda de evadir esa realidad. Un autor después de afirmar la existencia del fuego material y corpóreo -aunque no como el nuestro- nada menos que ... ¡lo identifica con el Espíritu Santo!: “¡El fuego del infierno es, de algún modo, el mismo Dios! Es la misma llama de amor viva -que es el Espíritu Santo- que purifica en esta vida y en el purgatorio y atormenta eternamente en el infierno” (44).

miércoles, 14 de octubre de 2009

Religión


Autor: P. Clemente González Fuente: Catholic.net
¿Existe realmente el infierno?
El pecador que no se arrepiente está despreciando a Dios y el sacrificio de Cristo


¿Qué es el infierno?

El infierno es un estado que corresponde, en el más allá, a los que mueren en pecado mortal y enemistad con Dios, habiendo perdido la gracia santificante por un acto personal, es decir, inteligente, libre y voluntario.


¿En verdad existe el infierno?

Jesucristo habla del infierno muchísimas veces en el Evangelio y expresa claramente su carácter de castigo doloroso y eterno.

¿Crees que si no existiera el infierno, Jesús hubiera empleado su tiempo, que Él sabía muy valioso, hablando de una mentira, algo ficticio, sólo para asustar a los hombres?

Jesucristo sabía lo que es el infierno y por eso vino al mundo: a librarnos de ese castigo, a enseñarnos el camino para llegar al Cielo.

Por otra parte, si el infierno no existiera, ¿qué sentido tendría la salvación? ¿A qué hubiera venido Jesús al mundo? ¿A salvarnos de qué?

No podemos escapar de creer que el infierno es algo real. Debemos tomar en serio la posibilidad de ser desgraciados para siempre. La existencia del infierno y de que es eterno, fue definido dogma de fe en el IV Concilio de Letrán.


¿Cómo es posible que exista el infierno si Dios es infinitamente misericordioso?

"Dios quiere que todos los hombres se salven" nos lo dice San Pablo en la primera carta a Timoteo. Esto nos puede llevar a pensar que si Dios quiere que todos nos salvemos entonces no debería existir el infierno. Pero el apóstol nos dice que Dios "quiere", no que Dios "afirma" que todos los hombres se salvarán. Es como si yo dijera: "quiero aprobar mi examen final", ese "quiero" no significa que aprobaré. De mí depende el que pase o no.

Muchas veces se oye entre estudiantes: "El profesor me reprobó". Pero no es verdad, el profesor no le reprobó, él se reprobó a sí mismo al no estudiar lo suficiente para pasar el examen. Y así sucede con Dios. Él no nos condena. Respeta nuestra libertad. De nosotros depende si queremos prepararnos para el examen final o seguir tan campantes esperando aprobarlo sin tocar un libro. Dios cuando nos crea, nos crea para que nos salvemos, puso dentro de nosotros unas leyes que debemos respetar y nos mandó a su Hijo para enseñarnos cómo respetarlas, pero no puede hacer nada si nosotros no queremos colaborar.

Si a un automóvil no le cambiamos el aceite, si en vez de ponerle gasolina le ponemos alcohol o agua, si no le revisamos el motor... seguramente se descompondrá. Lo mismo sucede con el hombre, si no respeta las leyes inscritas en su naturaleza, no podrá cumplir con su fin último que es la salvación eterna. Ojalá que todos nos preparemos para pasar el examen final, el más importante que haremos en toda nuestra vida, ante el tribunal de Dios, pues si lo pasamos podemos decir que nuestra vida ha tenido un sentido.


¿En qué consistirán las penas del infierno?

Así como en el Cielo disfrutaremos plenamente como hombres formados de cuerpo y alma, en el infierno también habrá dos elementos de sufrimiento:


El sufrimiento del alma por no poder ver a Dios, llamado pena de daño. Este sufrimiento se deriva de que los que fueron condenados ya vieron a Dios, con toda su belleza y grandiosidad, en el día del juicio y… ya no lo podrán ver jamás. Es el sufrimiento ocasionado por sentirse irresistiblemente atraídos hacia Dios sabiéndose eternamente rechazados por Él.


El sufrimiento del cuerpo o pena de sentido. Aquí se trata de un elemento material que causa un daño físico, un dolor intensísimo en el cuerpo. Para significar este gran sufrimiento, Cristo habla en el Evangelio de "fuego", y aunque no necesariamente es un fuego como el que conocemos en la Tierra, ésta es la imagen que comúnmente tenemos de las penas del infierno.


¿Puede un condenado arrepentirse?

¡Ojalá pudiera, pero ya no tiene esta posibilidad! El hombre que ha rechazado en su vida la amistad con Dios, ya no es admitido a ella.

En el momento de la muerte, el alma separada, por ser espíritu puro, queda fija para siempre en la posición a favor o en contra de Dios que tenía en el último momento de vida. Dios rechaza eternamente al condenado, pero no porque lo odie, pues su amor es siempre fiel, sino porque el condenado está eternamente cerrado a recibir el perdón. ¿Cómo poder perdonar a alguien que no quiere ser perdonado?

Esta conciencia de no admisión y el saber que ya no tiene remedio, que ya no hay posibilidad de conversión, hace que surja en el condenado el odio y el endurecimiento. Sufren por no estar con Dios, pero ese sufrimiento se transforma en envidia y en odio. Se convierten en enemigos de Dios.

Santa María Magdalena de Pazzi oyó una vez la voz de Dios que le dijo:
Entre los condenados reina el odio, pues cada uno ve ahí a aquél que fue la causa de su condenación y lo odia por haberlo llevado ahí. De esta manera, los recién llegados aumentan la rabia que ya existía antes de su llegada.


¿Podemos imaginar el infierno?

Si hacemos la operación inversa a pensar en el Cielo podemos darnos una idea aproximada acerca de cómo podrá ser el infierno, aunque será una analogía, pues el cuerpo resucitado no será un cuerpo como el que ahora tenemos, sino diferente, que ya no estará sujeto al espacio y al tiempo.

Para hacerte una idea de lo que es el infierno, imagina el lugar más horrible que puedas, quítale lo poco bello que le quede y llénalo de las cosas más repugnantes y aterradoras. Imagínate haciendo lo que más aborreces, sufriendo unos dolores indecibles en todo el cuerpo: contemplando imágenes espantosas; escuchando sonidos estridentes y desafinados; experimentando los sabores más amargos; sufriendo con los olores más desagradables y sintiendo en tu corazón los peores sentimientos: envidia, celos, remordimiento, rencor, odio. Después, rodéate de las personas más abominables que te puedas imaginar: orgullosas, envidiosas, egoístas, criticonas, sarcásticas, sádicas y degeneradas. Y lo peor de todo… te sientes irresistiblemente atraído hacia Dios y sabes que nunca podrás llegar a estar con Él. Piensa que en ese lugar estás aprisionado para siempre, sin posibilidad alguna de escapar. Esta puede ser una imagen semejante al infierno, pero debes tener la seguridad de que cualquier cosa que te imagines será mínima frente a la realidad, pues nuestra condición humana nos hace incapaces de imaginar un sufrimiento sin límites.


¿Hay alguien que realmente esté en el infierno?

Eso no lo podemos afirmar. Sabemos que existe el infierno con tanta certeza como sabemos que existe el Cielo. La Iglesia nos asegura que hay gente en el Cielo y que son aquellas personas que han sido canonizadas, pero nunca se ha hecho una "canonización al revés", que nos asegure que cierta persona está en el infierno.

Sin embargo, hay muchos santos a quienes Dios les ha concedido una visión del infierno y que nos han dicho: Ví almas que caían al infierno como hojas que caen en el otoño.


¿Puedo salvarme si me arrepiento en el último momento?

Es demasiado arriesgado pensar que puedes vivir como quieras y arrepentirte en el momento de la muerte, pues ese momento será muy difícil para ti.

Como dice la Madre Teresa: En el momento de la agonía, el hombre sufre tanto, que es muy fácil que se sienta invadido por la desesperación y la angustia, y estos sentimientos lo vuelvan incapaz de arrepentirse y recibir el perdón de Dios.

Será muy difícil que en el último momento tengas la fuerza y la valentía para arrepentirte, si viviste toda tu vida lejos de Dios. Sin embargo, si te empeñas en arriesgarte, es verdad que Dios te da la posibilidad de arrepentirte hasta el último instante de vida y puedes salvarte con ese único acto de arrepentimiento.




Algunas citas evangélicas sobre el infierno:

Mt 5,22: ...y quien dijere a su hermano "insensato", será reo de la gehena del fuego.
Mt 10,28: No temáis a los que matan el cuerpo… temed más bien a los que pueden arruinar el cuerpo y el alma en el fuego eterno.
Mc 9,43-48: ...más te vale entrar manco al Cielo, que entrar con las dos manos a la gehena, al fuego inextinguible.
Mt 13,50: ...y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes.
Mt 25,41: Apartaos de mi malditos al fuego eterno.
Mt 22,13: ...atadlo y echadlo fuera a las tinieblas, donde habrá llanto y crujir de dientes.
Mt 25,30: ...y el siervo inútil será arrojado a las tinieblas.
Lc16,28: ...para que no vengan también ellos a este lugar de tormento…
Mt 25,46: ...e irán estos al tormento eterno.

viernes, 6 de marzo de 2009

Religión

Autor: P. Carlos M. Buela, IVE Fuente: www.iveargentina.org
¿Se puede salir del infierno?
Una de las más grandes desgracias de los progresistas cristianos es que se creen más buenos que Dios. Sostienen que el infierno va contra la naturaleza de Dios, que “es Amor”

La eternidad de las penas El tercer elemento que configura la realidad del infierno es que sus penas son eternas. Si sus penas fuesen temporales estaríamos en presencia de un falso purgatorio. Al respecto es curioso que muchos protestantes que niegan la realidad del purgatorio, prácticamente lo aceptan al sostener que las penas del infierno son temporales. ¿Por qué razón las penas del infierno son eternas? Dice Santo Tomás: “La pena del pecado mortal es eterna, porque por él se peca contra Dios, que es infinito. Y como la pena no puede ser infinita en su intensidad, puesto que la criatura no es capaz de cualidad alguna infinita, se requiere que, por lo menos, sea de duración infinita” (45). Los que niegan la eternidad del infierno lo suelen hacer por alguna de las siguientes hipótesis: - O porque el pecador repara sus faltas y se rehabilita, hipótesis condenada por la Iglesia (46) y totalmente absurda ya que, fuera del tiempo, es imposible el cambio con relación al último fin. - O porque Dios lo perdona sin que se arrepienta el condenado, lo cual contradice a la justicia de Dios, a su infinita sabiduría y al amor mismo de Dios. - O porque Dios lo aniquila volviéndolo a la nada, lo cual también contradice la sabiduría de Dios y a su justicia. Esta última hipótesis parece ser la que sostiene el teólogo progresista Eduardo Schillebeeckx, OP. Sostiene literalmente que: “No se sabe si hay hombres que hagan el mal con voluntad definitiva, rechazando la gracia y el perdón de Dios; pero si hay hombres -es una hipótesis- que no tienen relación teologal con Dios, éstos no tienen ni siquiera el fundamento de la vida eterna. El infierno es el final de quienes hacen el mal de forma definitiva. Su muerte física es también su final absoluto. Por tanto, desde el punto de vista escatológico, sólo existe el cielo. Es una cosa totalmente distinta de la apocatástasis o recapitulación general de Orígenes y otros. Repito: no sé si existirán hombres tan perversos que rechacen la gracia y el perdón de Dios. Es posible que todos los hombres estén destinados al cielo; pero, en todo caso, si eventualmente existen hombres malvados, en el sentido de definitivamente malvados, su muerte física sería el final de su existencia. Existe sólo el cielo, y no junto a un infierno donde los hombres sufren el fuego y las penas para toda la eternidad. Va contra la naturaleza de Dios, que es Amor, el que los hombres sean castigados eternamente. Para mí, como hombre de fe, es impensable que, mientras que la alegría inunda el cielo, haya personas a dos pasos (47), en medio de sufrimientos infernales y eternos. No puede existir un infierno que sea el reverso de la alegría eterna del Reino de Dios. No existe más que el Reino de Dios” (48). Una de las más grandes desgracias de los progresistas cristianos es que se creen más buenos que Dios. Sostienen que va contra la naturaleza de Dios, que “es Amor” (1Jn 4, 16), ¡lo que ha revelado el mismo Amor encarnado! Pretenden enseñarle a la Sabiduría Infinita lo que pertenece o no a su naturaleza. Le indican al Amor Subsistente cómo debe ser su Amor. Da la impresión que nos consideran tan estúpidos que vamos a hacerles caso a ellos, en contra de Jesucristo. Continua hipotizando: “Cielo e infierno son posibilidades antropológicas porque el hombre es finito, su libertad es finita, puede elegir el bien o el mal de una forma definitiva. Es un dato antropológico. Si existen estos hombres que optan por el mal, no lo sé. Pero aun admitiendo que existan, el infierno no existe (49). No hay una vida infernal” (50). Por algo se la llama muerte eterna. Pero eso no quiere decir que el infierno no exista. Mal que le pese al dominico belga de lengua flamenca, es dogma de fe definido que los demonios están condenados, ya, en el infierno, y, por tanto, éste existe; y, asimismo, es dogma de fe definido que “el hombre que muere en pecado grave tiene que vivir eternamente en el estado del infierno” (51), y, por tanto, éste existe. A continuación, este teólogo “católico”, muy suelto de cuerpo, afirma la vieja doctrina gnóstica de la aniquilación: “Si hay alguno que en su vida es capaz de separarse totalmente y de forma definitiva de la comunión con el Dios de la vida, éste está destinado a la aniquilación de su propio ser” (52). Schillebeeckx es peor que los nazis que mataban el cuerpo, pero no podían matar el alma; él no solo desintegra los cuerpos, sino que quiere que Dios desintegre las almas. ¡Qué poco respeto por la persona humana! ¿Dónde queda la inmortalidad del hombre? En su cerrazón quiere obligar a Dios que haga lo que Dios nunca hará. Ignora Schillebeeckx que Santo Tomás, quien debería ser su maestro, enseña: “Aunque por el hecho de que uno peca contra Dios, que es Autor del ser, merece perder el mismo ser; considerado, sin embargo, el desorden de su mismo acto, no debe perderlo: porque el ser se presupone para el mérito o el demérito, ni tampoco por el desorden del pecado se quita o se corrompe el ser. Y, por lo tanto, no puede ser adecuada pena de alguna culpa la privación del ser mismo” (53). El Angélico Doctor sostiene que nada se aniquila y lo demuestra aún del punto de vista natural: “Las naturalezas de las criaturas demuestran que ninguna de ellas es aniquilada: porque o son inmateriales, donde no hay potencia para no existir; o son materiales, y estas subsisten siempre, por lo menos en cuanto a la materia, que es incorruptible como sujeto existente de la generación y corrupción. Tampoco pertenece a la manifestación de la gracia reducir algo a la nada, porque más se muestra la omnipotencia y bondad de Dios en la conservación de las cosas en su ser. Luego, debemos decir simplemente [simpliciter] que ninguna cosa se aniquila” (54). Continua el “teólogo feliz” con expresiones semejantes a las que utilizáramos antes y a las que ya hice referencia: “Algunos teólogos me dicen: «Entonces no hay castigo para el mal que se comete». Respondo: no se entiende lo que se quiere decir estar con Dios durante toda la eternidad. Para los hombres no habría una vida de comunión con Dios... Es terrible. Dios no tiene sentimientos de venganza. Para mí es imposible esta coexistencia del cielo eterno para los buenos y el infierno para los malos, que reciben un castigo eterno. El «éschaton» o cumplimiento último es exclusivamente positivo: no existe un «éschaton» negativo. Es el bien, no el mal, el que tiene la última palabra. Este es el mensaje y esta la praxis de la vida de Jesús de Nazaret” (55). El dominico de Nimega ignora que Dios triunfa por su misericordia con los que se salvan y triunfa por su justicia con los que se condenan, y que aún con éstos tiene misericordia “en cuanto son castigados menos de lo que lo merecen” (56). O como decía Santa Catalina de Siena en una oración dirigida al Padre celestial: “En el infierno resplandece tu gloria por la justicia que se verifica en los condenados; más también obra con ellos la misericordia, puesto que no tienen el castigo tan grande como habían merecido” (57). Schillebeeckx ignora que el mensaje y la vida de Jesús de Nazareth incluye la clarísima enseñanza de que existe el infierno con su pena de daño: “Apartaos de mí, malditos...”, con su pena de sentido: “...id al fuego...”, con su eternidad: “...eterno...”, y con sus habitantes: “E irán éstos a un castigo eterno”. No deben creer que “Jesucristo ha venido en carne” (1Jn 4, 2) quienes niegan verdad, autoridad y utilidad a todas sus palabras. Quienes creemos que Él es “el Verbo [que] se hizo carne” (Cf. Jn 1, 14) confesamos, y por ello estamos dispuestos a dar la vida si fuese necesario, a Cristo: “Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). Y también son palabras de vida eterna sus palabras sobre el infierno. Schillebeeckx sostiene que no hay simetría entre la noción de cielo y la de infierno, y por tanto, la noción de infierno no puede hacer de contrapunto a la del cielo, pero no se da cuenta que el más perfecto contrapunto del cielo es el “infierno” que él propone, ya que contrapone al mismo Ser Subsistente -que es el objeto de la visión y fruición del cielo-, el nihil -la nada- en que terminan los condenados, en su teoría. Para Santo Tomás no hay ningún contrapunto entre la predestinación y la reprobación. La primera es toda obra de Dios correspondida por el hombre; la segunda, comienza por la desviación de la criatura que prefiere la carencia a la plenitud del ser. En la aniquilación de Schillebeeckx no hay lugar para Dios; en el infierno revelado hay lugar para Dios que, naturalmente, está por esencia, presencia y potencia, y en la conciencia de los condenados que allí sí saben lo que perdieron por culpa propia. Tal vez en ningún otro punto de doctrina se vé tanto la asimetría entre la fe católica y la fe progresista, como en éste del infierno. Por el contrario, la Iglesia Católica enseña, sin ir más lejos en mayo de 1979, con toda claridad que “Ella cree en el castigo eterno que espera al pecador, que será privado de la visión de Dios, y en la repercusión de esta pena en todo su ser... Esto es lo que entiende la Iglesia cuando habla del infierno...” (58). Nosotros debemos hacer caso a quien Jesucristo prometió la indefectibilidad y no a los teólogos del disenso. Me parece que la principal dificultad contra la doctrina católica del infierno brota, justamente, de no conocer lo que es el amor: “¿quién puede garantizar, sin destruir el mismo amor, que el amor realmente ofrecido no puede convertirse en un amor libremente rehusado?” (59). Genialmente el Dante colocó en la entrada del infierno: “Los que entráis aquí, abandonad toda esperanza”; y agregó: “La Justicia movió a mi sublime Hacedor; Soy la obra del Divino Poder, de la Suprema Sabiduría y del Primer Amor”. Comenta el P. Lacordaire: “Si fuese únicamente la justicia la que hubiese abierto el abismo, aún tendría remedio; pero es también el amor, el Primer Amor, quien lo ha hecho: he ahí lo que suprime toda esperanza. Cuando uno es condenado por la justicia, puede recurrir al amor; pero cuando es condenado por el amor, ¿a quién recurrirá? ... El amor no es un juego. No se es amado impunemente por un Dios, no se es amado impunemente hasta la muerte de cruz. No es la justicia la que carece de misericordia; es el amor mismo el que condena al pecador. El amor -lo hemos experimentado demasiado- es la vida o la muerte; y si se trata del amor de Dios, es la vida eterna o la eterna muerte” (60). Por eso, sabiamente afirma Cornelio Fabro: “sin la eternidad de las penas del infierno y sin infierno la existencia se convierte en una gira campestre” (61), en un pic-nic. Cita a Kierkegaard: “Una vez eliminado el horror a la eternidad (o eterna felicidad o eterna condenación), el querer imitar a Jesús se convierte en el fondo en una fantasía. Porque únicamente la seriedad de la eternidad puede obligar, pero también mover, a un hombre a cumplir y a justificar sus pasos”. Los progresistas han eliminado el horror a la eternidad y sus predicaciones, sus acciones pastorales, su evangelización ...¡son una fantasía! Sin eternidad el seguimiento de Cristo ...¡es una fantasía! No quieren la seriedad de la eternidad y por eso son incapaces de obligarse, moverse, cumplir y justificar sus acciones. Sin la posibilidad concreta de la eterna condenación, la eternidad del cielo es fútil, pueril, insignificante. La pérdida de la seriedad de la eternidad, y no la supuesta falta de vocación, está en la base de la claudicación de tantos sacerdotes y religiosas (62). Quien no está convencido de la seriedad de la eternidad, no convence a nadie, sus palabras son aire que se lleva el viento y sus obras pesan lo que tela de araña. ¿A quién puede convencer la frivolidad del infierno gnóstico, producto de la cultura de la trivialización? Todavía hay que decir más. Los que quieren extender en demasía la misericordia, en el fondo, la acortan. Así es. Algunos se creen muy misericordiosos, pero en el fondo son crueles, porque si se terminase el castigo para los ángeles malos y los condenados, no se ve porqué motivo no se terminaría la bienaventuranza para los ángeles y los santos. Enseña Santo Tomás: “Así como los ángeles buenos son bienaventurados por su conversión a Dios, del mismo modo los ángeles malos son reprobados por su aversión a Dios. Por tanto, si la miseria de los ángeles malos alguna vez hubiere de terminar, también la bienaventuranza de los buenos tendría fin, lo cual es inadmisible” (63). Y en otra parte explica porque este error de Orígenes fue reprobado por la Iglesia: “porque, por una parte, extendía demasiado la misericordia de Dios, y por otra la coartaba demasiado. Pues la misma razón parece que hay para que los ángeles buenos permanezcan en la bienaventuranza eterna y que los ángeles malos sean castigados para siempre. De ahí que, así como afirmaba que los demonios y las almas de los condenados en un tiempo serían librados de las penas, así decía que los ángeles buenos y las almas de los bienaventurados volverían de la bienaventuranza a las miserias de la vida” (64). Y aún: “Es totalmente irracional [pensar que terminará en algún tiempo el castigo de los condenados]. Del mismo modo que los demonios están obstinados en su malicia, y por eso estarán eternamente castigados, así están también las almas de los hombres que mueren sin caridad, dado que ‘la muerte es para los hombres lo que la caída para los ángeles’ (65) como dice San Juan Damasceno” (66).