El Comercio 25 de octubre del 2009
UN DESCUBRIMIENTO EN EL CENTRO DE CUSCO
La batalla de las Salinas y sus víctimas
Por: Héctor López Historiador
Hace pocos días El Comercio publicó una noticia, pequeña de tamaño, pero grande en importancia. Las osamentas de cuatro soldados españoles que lucharon en la batalla de las Salinas —6 de abril de 1538— fueron halladas debajo del piso de la iglesia del distrito cusqueño de San Sebastián. Estos restos pueden ser de gran utilidad para estudios de tanatología histórica, verificando así la clase de heridas y las armas que les causaron la muerte, etc. Identificarlos es imposible.
La llamada guerra de las Salinas es la primera de las contiendas entre los ganadores del incario que se prolongarían hasta 1554. ¿Cuál fue la causa del enfrentamiento entre pizarristas y almagristas, en el campo de las Salinas, a media legua del Cusco? En apretado resumen podemos decir que la sorda pugna entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, iniciada desde que se conoció la Capitulación de Toledo, encontró allí su sangriento punto culminante. Almagro, a mediados de 1535, al frente de una lucida hueste y con miles de asistentes quechuas, emprendió la que sería su fracasada conquista de Chile. En el ínterin, Manco Inca inició su gran rebelión poniendo sitio al Cusco —defendida por Hernando, Juan y Gonzalo Pizarro y un corto número de españoles— mientras otro gran ejército aborigen descendió sobre Lima, donde estaba Francisco Pizarro. El marqués-gobernador pudo recibir ayuda por mar, pero sus hermanos quedaron aislados en la Ciudad Imperial. En esta circunstancia, la maltrecha hueste almagrista retornó al Cusco y tuvo papel fundamental para salvar a los españoles que allí resistían casi sin esperanzas. Almagro, gobernador de la Nueva Toledo, decidió que la capital inca estaba dentro de su territorio. Los hermanos Pizarro rechazaron esta pretensión y fueron hechos prisioneros. Como un acto inamistoso más, el 12 de julio de 1537, los almagristas sorprendieron en el puente de Abancay a tropas pizarristas dirigidas por Alonso de Alvarado que iban en socorro de los sitiados en el Cusco.
Se iniciaron entonces negociaciones entre Diego de Almagro y Francisco Pizarro. Ambos bandos eligieron como árbitro de su disputa limítrofe al mercedario Francisco de Bobadilla, cuyo veredicto favoreció a Pizarro, gobernador de Nueva Castilla. Los almagristas desconocieron el fallo y retornaron al Cusco, pues habían bajado a negociar a la costa. Almagro cometió el error de poner en libertad a Hernando Pizarro, quien deseoso de vengarse formó un ejército y marchó desde Lima al Cusco en busca de Almagro, que estaba gravemente enfermo de sífilis.
Cieza de León dice que la hueste almagrista o “los de Chile” fue comandada por el mariscal Rodrigo Orgóñez, personaje con una vida realmente novelesca. El citado cronista añade: “E jamás de la una parte ni de la otra salieron a tratar de paz ni de medio alguno, tanto era el aborrecimiento que se tenían”. Llegado el día de la batalla miles de indígenas, apostados en los cerros vecinos, fueron testigos del cruento espectáculo. Los de “Pachacama” y los de “Chile” lucharon fieramente. Viendo que la derrota era inminente, Rodrigo Orgóñez, según Agustín de Zárate, decía a grandes voces: “¡Oh, Verbo Divino, síganme los que quisieren; que yo a morir voy!”, como en efecto ocurrió. En las Salinas Hernando Pizarro obtuvo una rotunda victoria. Almagro, quien iba en una camilla cargada por indios, escapó al Cusco, sería tomado prisionero y más tarde ejecutado por Hernando Pizarro. Raúl Porras Barrenechea ha escrito: “La guerra de las Salinas fue, en verdad, la primera guerra del Pacífico. Pizarro, quien murió asesinado en su palacio, por “los de Chile” por no querer entregar la Nueva Toledo, murió en realidad defendiendo la integridad territorial del Perú”.
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