martes, 23 de noviembre de 2010

Ciencias Sociales







UNA PROPUESTA ATENDIBLE

El futuro de la arqueología peruana
Por: Jorge Secada*

Martes 23 de Noviembre del 2010

Parece que final y felizmente las piezas de Machu Picchu volverán al Perú. Se ha reabierto el diálogo con la Universidad de Yale y las noticias indican que hay una disposición positiva por parte de esa entidad.

Como ha señalado Eduardo Ferrero Costa, procurador para este caso, la posición peruana es legalmente sólida. Podríamos agregar que también hay argumentos morales contundentes.

La cultura andina es una cultura viva, una cultura que hermana a los peruanos actuales con los habitantes originales de Machu Picchu. Es más, la ciudadela incaica y los objetos que se encontraron en ella tienen un lugar especial en nuestra identidad y nuestra autoimagen. La arqueología tiene un pasado oscuro, su historia no es ejemplo de respeto a las culturas y a los otros, sino más bien, por un lado, del colonialismo imperial y paternalista de Europa y Estados Unidos, y por otro, de la audacia y el ingenio de aventureros y aprovechados. El saqueo de Machu Picchu, más allá de los detalles históricos y los documentos legales que avalaron en su momento el retiro de las piezas, es parte de esta historia negra y vergonzosa.

No cabe duda, pues, de la legitimidad plena del reclamo peruano. Existe, sin embargo, un argumento válido que ha esgrimido Yale y que lamentablemente ha confundido a más de un intelectual y arqueólogo. Piezas como las de Machu Picchu no son solo patrimonio del Perú, sino también de la humanidad. Además, muchas de esas piezas son aún objeto de estudio. Por eso, Yale ofreció devolver solo las piezas de museo, reservándose las que aún tienen valor para la investigación. Una premisa implícita en el razonamiento de Yale es que en el Perú no hay condiciones que garanticen el debido cuidado y uso de esas piezas. Esta premisa no es valorativa, simplemente señala un hecho. Y, por más vergüenza que nos dé reconocerlo, la realidad es que a Yale no le falta algo de verdad. No es necesario repetir lo que todos sabemos, ni se requiere mucho esfuerzo para imaginar el destino que podrían haber tenido esas piezas, arrumadas algunas en cajas, desperdigadas otras en colecciones, destruidas muchas y perdidas para siempre como resultado de la ignorancia y desidia.

Pero el tema interesante es qué sigue ahora. Pero decir que hay que cuidar esos bienes para usufructo de la humanidad no decide el asunto. Y lo verdaderamente deplorable es que no se haya reconocido, particularmente durante la actual disputa, que hay una alternativa a sustraer las piezas y llevárselas a Estados Unidos. Las piezas de Machu Picchu podrían estar bajo el cuidado de un instituto de arqueología andina, fundado en el Cusco y que asocie a la Universidad de Yale, que sería su principal gestora con la arqueología peruana y con la Universidad de San Marcos, la Católica de Lima y la San Antonio Abad del Cusco.

Para que la posición peruana sea inexpugnable y firme, es imprescindible que el Perú atienda el único argumento válido de Yale, y que lo haga tanto desde la altura moral que le dan sus derechos legales, históricos y culturales como desde el reconocimiento de la importancia de garantizarles a académicos y arqueólogos del mundo el acceso a esas piezas en las condiciones que exige su investigación. Como digo, el Perú debe proponerle a Yale la fundación de un centro de estudios puramente académico, protegido de la injerencia política, y que se beneficiaría de la enorme experiencia y calidad de una de las mejores universidades del mundo.

Tal institución tendría envergadura internacional, albergaría no solo la colección de Machu Picchu, sino también buena parte del enorme legado arqueológico andino que está descuidado en nuestro país, contaría con recursos bibliográficos con los que no contamos ahora en el Perú, albergaría a investigadores, financiaría proyectos, sería, en fin, un centro mundial para desarrollar la arqueología andina y peruana.

Esta propuesta le brindaría a Yale una oportunidad extraordinaria de liderar con el ejemplo la reparación histórica que debe asumir la arqueología occidental frente a su historia aberrante. La Universidad de Yale podría situarse entonces en la vanguardia de la globalización de las ciencias, mostrando cómo la academia del futuro se fundará sobre la base del respeto mutuo entre las múltiples culturas que habitan sobre la Tierra y del reconocimiento efectivo de que frente al conocimiento la humanidad es una. Esperemos que no se desa-proveche una oportunidad singular de contribuir al desarrollo de la arqueología peruana.

(*) Universidad De Virginia, Estados Unidos

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