FINANCIAL TIMES
Tres puntos de vista de la crisis de Estados Unidos
Por: Edward Luce (*)
Por el momento, los países de Europa continental están filtrando sus aflicciones a través del prisma de Europa, en lugar de las abstracciones más amplias del capitalismo. Es tan solo en Estados Unidos –país occidental que por ahora es probablemente el menos agobiado por la crisis (algo de poco consuelo)– que se está enfrentando esta pregunta de forma directa. Desde la crisis financiera del 2008, la respuesta de Estados Unidos se ha dividido en tres escuelas, dos de las cuales están en una fase ascendente.
La primera escuela, la cual prácticamente monopoliza al Partido Republicano y a la que podríamos denominar “purgativa”, dice que los estadounidenses están siendo castigados por la gula de Washington. Solo cuando el gobierno deje de gravar impuestos y de controlar en exceso la riqueza de los creadores, volverán los “espíritus animales”. Al final de toda su ideología se encuentra Ron Paul, candidato libertario para la nominación presidencial republicana, quien se rehúsa a desistir sin importarle cuántas veces quede en último lugar. Su suerte ha seguido el precio del oro, encontrándose actualmente en 14% por debajo del punto máximo que alcanzara en el año 2011.
Su modelo más efectivo es Grover Norquist, fundador de “Norteamericanos a favor de la reforma tributaria”, quien ha llenado de halagos a casi todo republicano electo con el fin de que firmen un compromiso de jamás incrementar los impuestos. De acuerdo con el enfoque del señor Norquist de “matar de hambre a la bestia”, incluso la anulación de la deducción fiscal se considera como un aumento de impuestos y debe relacionarse con el recorte de los gastos. Esta es la filosofía de los imitadores y ahora es el espíritu controlador de los republicanos.
A la segunda escuela, la cual comprende a la administración de Obama y la profesión económica tradicional, la denominamos “restauradora”. Su objetivo es reavivar la demanda por medios impositivos y económicos hasta que la economía haya alcanzado el punto en el que no necesite más ayuda. Reconoce que antes de la crisis financiera del 2008 existían muchos errores en el modelo, incluyendo leyes ineficaces y una injusta distribución de la riqueza. Sin embargo, no cuestionan para nada los fundamentos del capitalismo estadounidense. Se mantienen siempre en la fase ascendente intelectual, por no decir en la electoral. A pesar de las señales que demuestran que el desempleo en Estados Unidos se está finalmente reduciendo, no se ha ganado para nada la guerra restauracionista. En base a las lecciones keynesianas de la Gran Depresión, su mayor miedo es que Estados Unidos se aproxime a otro evento similar al del año 1937, cuando Franklin Roosevelt volvió a sumergir a Estados Unidos en la depresión al dirigirlo hacia la austeridad fiscal. Sus miedos están bien fundamentados. También tienen razón cuando mencionan que la política de Estados Unidos presenta la mayor amenaza a la salud económica de este país, aunque también se muestran demasiado complacientes con respecto a la salud subyacente del capitalismo estadounidense.
Esta es al menos la opinión de la tercera escuela, a la cual podríamos describir como poco concisa pero que prefiere llamarse “nueva fundación”. Entre sus autores se encuentran economistas como Kenneth Rogoff y Nouriel Roubini, aunque se incluyen a algunos líderes empresariales y grupos de expertos. Su visión es que Estados Unidos y otros países desarrollados necesitan renovar sus cimientos. Sostienen que el capitalismo estadounidense ya no atendía los deseos de la mayoría antes de la crisis del 2008.
Tienen muchas pruebas a su favor. Antes de la crisis financiera, los ingresos medios ya se habían reducido en el ciclo económico 2002-2007, algo muy singular en las últimas tres generaciones para una economía capitalista desarrollada. Desde entonces, las cosas han empeorado. Según la Oficina de Estadística Laboral, los ingresos medios semanales de los estadounidenses han disminuido en 2% desde la recesión que finalizó oficialmente a mediados del 2009. Se supone que los ingresos deben aumentar en una etapa de recuperación. Todo esto es cierto solo para la crema y nata de la sociedad. A principios de este mes, Emanuel Sáez y Thomas Piketty, economistas de Berkeley, demostraron que el 1% de los estadounidenses retuvo el 93% del crecimiento en el 2010; esto superaba el 65% del año 2001, que fue el primer año de la recuperación anterior. Mientras tanto, los ingresos reales no cambiaron para el 99%restante.
Sin embargo, la evidencia tiene poca importancia en una democracia si las soluciones son demasiado radicales. Los nuevos fundacionistas tienen razón cuando señalan las fallas estructurales en la economía estadounidense, aunque sus preocupaciones se han marginado en forma gradual debido al forcejeo que existe entre la primera y la segunda escuela, cuya próxima confrontación ya se está vislumbrando.
Sin que importe realmente quién ganará las elecciones, el actual gobierno enfrenta una convergencia inquietante de decisiones en la sesión del Congreso denominada “Lame Duck” (término del mandato) que se realizará en noviembre. Estas incluyen el fin del recorte de impuestos de la época de Bush, la próxima aprobación para elevar el límite del préstamo soberano, y la imposición de un “confiscador” automático de US$1.200 millones en el presupuesto si no logran llegar a un acuerdo sobre el plan fiscal. El resultado parece imposible de pronosticar. Nadie debería colocar todo su dinero en un escenario benigno.
De la misma manera que lo urgente destierra lo meramente importante, los restauracionistas keynesianos están erradicando a los fundacionistas. Tampoco puede descartarse el miedo a que en el transcurso del año ocurra una purga fiscal. Algún día todo esto se verá como una oportunidad perdida para Estados Unidos. A menudo, los restauracionistas nos recuerdan que Keynes una vez dijo: “A la larga, todos estaremos muertos”. Todo esto es verdad, excepto que la larga carrera económica ha estado desde hace mucho tiempo encima de nuestras cabezas.
(*) Jefe de la oficina del Financial Times en Washington
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