martes, 10 de abril de 2012

Historia, geografía y economía







Obama tendría que explicar qué entiende por darwinismo social

Por: Christopher Caldwell (*)
Martes 10 de Abril del 2012
Barack Obama y sus adversarios republicanos no han dejado títere con cabeza en sus recientes enfrentamientos políticos, tratando de demostrar a los electores cuál de esos partidos está impidiendo que EE.UU. reduzca su déficit de billones de dólares.
El martes el presidente se salió un poco del sentido de la lógica. Al dirigirse a la American Society of Newspaper Editors sobre el tema del nuevo presupuesto presentado por el presidente del Comité de Presupuesto de la Cámara, Paul Ryan, el señor Obama acusó a los republicanos que lo respaldaron de actuar con un “darwinismo social mal disimulado”.
Hay dos problemas en la lógica del presidente. El primero es que hoy en día casi todo el mundo practica un darwinismo social mal disimulado. Desde que Edward O. Wilson publicara su libro sobre sociobiología en la década del 70, el enfoque darwiniano se ha venido aplicando a las cuestiones sociales en forma creciente e incesante.
Y es razonable que así sea, siempre y cuando uno crea que los seres humanos son animales. Aparentemente, Steven Pinker, Richard Dawkins, Daniel Dennett y sus legiones de lectores así lo creen. El darwinismo se está volviendo casi una llave maestra de las ciencias sociales. Lingüistas, psicólogos, economistas e historiadores recurren al darwinismo, lo raro sería que la moda del darwinismo no permeara también la política.
En la actualidad, Darwin es un punto de referencia en el mundo cotidiano y no científico, como lo fuera Freud. Muchos vendedores de seguros e ingenieros industriales de los años 50 podían explicar razonablemente bien qué era el “complejo de castración”. Las cenas de hoy también son frecuentadas por autodidactas que, por el hecho de haber leído un libro de Jared Diamond, están ávidos por brindar una explicación codificada, según el darwinismo, de por qué todos los chefs son hombres o por qué las estrellas de la televisión son infieles a sus esposas.
Pero la acusación del presidente plantea otro problema mucho mayor: para poder practicar el darwinismo social primero hay que creer en el darwinismo. Es posible que los republicanos sean el único grupo del mundo occidental al cual no entusiasme la teoría evolucionista. El señor Obama así lo ha reconocido. En su discurso al asumir la presidencia en el 2009 prometió “devolverle a la ciencia su justo sitial”. Dos meses después explicó a qué se refería, en un memorándum ejecutivo que resumió de esta manera: “Durante mi gobierno la ideología no volverá a desplazar a la ciencia”.
Obama hablaba de la hostilidad de los republicanos respecto al darwinismo. En Kansas, estado donde nació la madre de Obama, y en otros estados, las leyes han fomentado la enseñanza de distintos tipos de creacionismo en vez de la teoría de la evolución. El candidato presidencial Rick Santorum intentó enmendar la reforma educativa de “que ningún niño se quede atrás” de hace una década, con el fin de incluir incentivos para enseñar “interpretaciones científicas rivales” sobre la evolución. Durante su corta campaña presidencial, el gobernador de Texas, Rick Perry, hablando con un desafortunado niñito de New Hampshire cuya madre le decía entre dientes: “¡Pregúntale porqué no cree en la ciencia!”, describió la evolución como una “teoría que anda por ahí”.
Se puede acusar de muchas cosas al Partido Republicano, pero no de darwinismo.
El origen del error del presidente no es tan remoto. En 1944, el joven historiador Richard Hofstadter escribió un libro fascinante pero algo inexacto, titulado darwinismo social en el pensamiento estadounidense. Ese libro fue el que incorporó el término al lenguaje cotidiano.
Lo que Hofstadter pretendía era demostrar la eficacia del progresismo del New Deal, conocido como el Nuevo Trato, como antídoto contra el capitalismo. También quería demostrar la superioridad de este nuevo progresismo respecto al antiguo, que –considerando el tejido racial de la sociedad como una posible vía al “progreso”– había ido derivando hasta convertirse en eugenesia.
Pero Hofstadter se metió en problemas. Tal como lo escribiera Thomas C. Leonard de la U. de Princeton hace unos años en un extraordinario ensayo, la coincidencia entre la rapacidad calculada de los capitalistas y la insensible crueldad de la selección natural no era tan grande. A Hofstadter no le fue fácil encontrar villanos representativos de esa crueldad.
“No encontré más de un puñado de líderes empresariales o intelectuales estadounidenses que se pudieran considerar ‘darwinistas sociales’”, sostiene el señor Leonard. Los dos apologistas de esa competencia en que sustenta Hofstadter su acusación –Herbert Spencer y William Graham Sumner– a veces actuaron en una forma contraria a la tesis del autor. Spencer no era un darwinista, era más bien un lamarckista.
En realidad el señor Obama quiere acusar a los republicanos del vicio del laisser-faire, y hacer notar que hay algo inusualmente putrefacto en la forma en que lo promueven.
El empleo del término ‘darwinistas sociales’ para referirse a esa otra acepción resulta intelectualmente vergonzoso. El presidente nos recuerda a uno de esos conservadores que, en pleno auge de la teoría crítica hace 15 o 20 años, solía lanzar el epíteto de ‘desconstruccionista’ a toda persona escéptica frente a algún aspecto de cualquier política estadounidense.
El presidente debe decir a qué se refiere con ese término. Leer a la ligera los libros de historia en busca de lecciones en improperios no es nada constructivo. De hecho sería mejor que empezara preparando su propia versión de un presupuesto responsable.
(*) Columnista de política, cultura y asuntos internacionales

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