jueves, 15 de abril de 2010

Ciencias Sociales







PUNTO DE VISTA
La informalidad como desgracia
Por: Carlos M Adrianzén Economista*
Jueves 15 de Abril del 2010
De cuando en cuando rebotamos una noticia: que somos una de las sociedades más informales del planeta. Que aquí el tamaño de lo subterráneo o ilegal resulta mayoritario. En estas líneas deseo recordarle que esta no es una buena noticia. Que aunque el Estado la cause, todos pagamos su factura. La informalidad no solo limita y deteriora la vida de la gente sumida en ella (su acceso al crédito, al comercio global o los expone a cuadros de abuso inaceptables para cualquier estándar moderno). Incluso, quienes viven dentro de ámbitos formales pagan —con más impuestos y menos servicios— las cuentas que dejan quienes viven sin respetar las leyes.
El fondo de esta historia enfoca viejas cegueras e ideologías. Desde mucho antes que el ILD nos presentara el lado escapista y pujante de lo subterráneo en el Perú, el fenómeno se percibía como algo provinciano, casi romántico. Pero al mismo tiempo que Hernando de Soto nos aproximaba a ese otro sendero, la izquierda se subía al carro y —dada su proverbial aversión por todo lo que crece o tiene éxito visiblemente— repitió también que lo informal merecía ser no solo tolerado, sino promocionado. Claro, cuanto más se invadiera o quebraran derechos de propiedad mejor.
Pero la informalidad, ni es heroica ni deseable. Una sociedad en la que solo unos pocos respetan las reglas (ergo: que la mayoría electoral no tributa, invade propiedades de otro, hurta servicios, no respeta regulaciones o depreda el medio ambiente) está condenada a estancarse. La informalidad es, pues, una desgracia nacional.
Así, por ejemplo, cuando en la sierra o selva alguna banda de vivazos —etiquetados como mineros informales— se apropia de yacimientos ajenos con la escandalosa complicidad gubernamental, y luego (después de chantajear con violentas tomas de carreteras) obtiene un cambio legal que regulariza el robo, la historia no acaba allí. ¿O cree usted que estos empresarios van a pagar impuestos, respetar el ambiente o cumplir con alguna regulación laboral? ¿O cree alguien que un inversionista global serio va a arriesgarse a invertir en una nación con tan cantinflesca trayectoria institucional? Acaso si en Cusco, Madre de Dios u otras provincias casi no se pagan tributos, ¿quién cree usted que paga y pagará más impuestos (y recibe y recibirá menos servicios públicos) por este estado de cosas?
(*) Director de la Escuela de Economía de la Universidad de San Martín de Porres

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