
RINCÓN DEL AUTOR
La dignidad del dolor
Por: Abelardo Sánchez
Mi amigo Marcial Rubio propicia otras interrogantes a este planteamiento. Acaba de sufrir una pena terrible: hace unos días falleció su hija Daniela, de 27 años. Todas las personas que lo queremos nos hacemos la misma pregunta: ¿Cómo es posible que una persona buena, generosa, responsable, que asume causas de interés social deba sufrir tanto? ¿Cómo es posible que Dios lo haya puesto en contacto con el dolor en tantas oportunidades? No resulta justo. No se entiende. Quizá, y solamente quizá, el dolor recaiga sobre las personas que son capaces de soportarlo. La gran lección de Marcial es su entereza. Nunca he escuchado de sus labios una maldición, una lisura, una queja. Es un estoico que no ha perdido el sentido de la bondad.
Alguien tan racional como él, dado a los estudios constitucionales, donde prima la lógica y el orden mental, curiosamente no exige explicaciones cuando un golpe tan fuerte como la muerte de una hija toca las puertas de casa. Así es la vida, suele ser su única respuesta. Y ante tanto dolor da la cara. Su pena corre por dentro, como un río que lo mantiene en vida. Nos abraza e incluso nos sonríe. Definitivamente, el hecho de ser un católico practicante le proporciona cierta paz. El mundo es más amplio y no se reduce a esta tierra. Hay un ensamble entre dos universos que se comunican entre sí como los mares lo hacen a la luz de la luna. La paz… Si no hay poder de concentración, no hay paz. Y si no hay paz, ¿cómo puede haber felicidad? Resulta contradictorio referirnos a la felicidad en medio del dolor. Resulta absurdo referirnos al bien utilizando el mal como argumento de los nazis juzgados por aplicar leyes inhumanas. Pero nuestro amigo Marcial nos enseña que el dolor debe ser digno: no lo envilece, lo agranda, y entre nuestras lágrimas, nos brinda una paz tan difícil de entender.
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